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¡Olé ese arranque!

Vía Festival de San Sebastián por 22 de septiembre de 2012
El cine -así en general- es como un buen boxeador: nunca sabes por dónde te va a golpear. En otras palabras, lo más seguro es que lo haga por donde menos se espera. El año pasado, en lo que para un servidor fue la primera toma de contacto con el Festival de Cine de San Sebastián, todo eran caras largas. Antes, durante y después de la celebración del certamen. Sería injusto no recordar que un profundo e inquebrantable amor hacia el séptimo arte (sobre todo mostrado por parte de un público cuya fidelidad a la causa se huele a la legua) estuvo presente a lo largo de toda la fiesta cinematográfica... sin embargo, el desánimo se palpaba en la prensa, que veía cómo pasaban los días, y no había manera de que la Sección Oficial a Competición (la que por definición debe ser el buque insignia de cualquier celebración de estas características) no levantaba cabeza.

José Luis Rebordinos se iniciaba en el reino del Zinemaldia, con todas las dudas que siempre (remárquese el "siempre") conlleva cualquier cambio en el puesto de timonel, y el panorama fílmico no ayudaba a que el sol se dejara ver entre unos nubarrones que no abandonaron la ciudad vasca en ningún momento. Por si fuera poco, tras la gala de clausura, en la que, para sorpresa de -casi- todo el mundo se otorgó la Concha de Oro a 'Los pasos dobles', de Isaki Lacuesta, el cineasta Arturo Risptein, por razones muy, muy personales, montó en cólera, y se declaró en divorcio permanente con San Sebastián. Informe de daños: un balance competitivo pobre; desolador... y la pérdida en combate de una auténtica vaca sagrada. Mal empezamos.

Cualquiera hubiera apostado por otro cambio radical en el rumbo de la nave, pero afortunadamente se decidió apostar por la continuidad; por seguir confiando en un director que si bien a simple vista podría parecer que fracasó en su primera "legislatura", también se supo ver sus aciertos, que no fueron pocos. Así pues, San Sebastián sigue. Sigue su equipo. Sigue atesorando -o recelando de- su clase A... y se dispone a empezar su 60ª -casi nada- edición con fuerzas renovadas. De acuerdo, actualmente hay que hipotecarse para pagar una entrada de cine; de los recortes no se libra nadie; hay una huelga que cae justo en medio del festival (y cuya repercusión ya se ha estimado en varias decenas de miles de euros)... ¿y qué? Como ya se ha dicho, el cine ataca por donde y cuando menos te lo esperas, y por increíble que parezca, el pesimismo apriorístico del año pasado se ha visto reemplazado por cierta sensación de ilusión. Incluso de euforia.

Será que en tiempos de crisis necesitamos más que nunca evadirnos de verdad. Será que los números redondos nos dan buenas vibraciones. Será que, esta vez sí, el cartel del festival, al menos antes de que todo empiece a rodar, luce muy bien. Un rápido vistazo a las principales secciones de este año basta para detectar nombres de primera línea, que es el ingrediente principal para que el interés y sobre todo el prestigio, que de esto último viven especialmente estas citas, suban como la espuma. Un ejemplo (y empezamos ya), la película que sirve este año de apertura, momento en el cual se necesita más que nunca un mínimo de pedigrí sobre el papel. En este sentido, en 'El fraude' no hay nadie reconocible detrás de las cámaras (su director, Nicholas Jarecki justamente debuta en la ficción), pero delante de ellas, todo cambia.

Ahí está Susan Sarandon, y Laetitia Casta, y Tim Roth... y por encima de todos ellos, Richard Gere. Lo sé, convertir a estrellas en el invierno de sus respectivas carreras en las vedettes del show no parece la mejor de las ideas. De hecho, y con toda la acritud del mundo: ¿cuándo fue la última vez que vimos una película decente en la que apareciera Richard Gere? Pues eso. Sin embargo, a pesar de la poca confianza que pudiera despertar la propuesta, la sesión ha terminado con el primer aplauso de este año en el Kursaal 1. ¿Era para tanto? Desde luego que no, pero lo que nadie ha puesto en duda es que el filme ha cumplido, que ya es mucho. 'El fraude' da buena cuenta de lo falsas -y peligrosas- que son las apariencias. Nada más empezar, un ejemplo impecable: ocupa la pantalla un tipo trajeado, de apariencia inmaculada; se sube a un jet privado y allí maneja un galimatías financiero solo apto para los autoproclamados "maestros del universo".

Pero estamos en la traumática era post-Goldman Sachs, en la que el enemigo público número uno (por falso; por podrido) es cualquier corredor de bolsa, cualquier auditor o cualquier inversor. Este título ostenta precisamente con orgullo el personaje central de la trama, encarnado por un más que correcto Richard Gere que acapara la práctica totalidad de planos (y si hay que filmarle el cogote, se filma), llevando así todo el peso de una trama que a golpe de mentiras y más mentiras, va avanzando basculando entre el suspense financiero, el thriller policial y el drama familiar. Correcto, son demasiados frentes abiertos, pero milagrosamente (o usando alguna que otra trampichuela) Jarecki se las ingenia para dejar atados todos los cabos, y que la historia se siga siempre con interés... eso sí, sacrificando por el camino la buena gestión de una tensión desbordante en el guión, pero prácticamente nula a la hora de la verdad.

Hasta aquí el glamour y las fotos de rigor de la alfombra roja. Carpeta cerrada, de momento, con el nada desdeñable consuelo de saber que la casa no se ha desplomado a las primeras de cambio. Hora de enfrentarnos por fin a lo que realmente interesa: la pugna por la Concha de Oro. En dicha competición ha abierto la veda la que desde ya es una de las mejores películas que nos ha dado el cine patrio en mucho tiempo. Un trabajo valiente de un director aún más valiente (que conste en acta su hoja de servicios hasta el momento... y lo que ha tenido que sudar para poder presentar aquí y hoy su última creación). Pablo Berger, autor de la personalísima y ya por ello valiosa 'Torremolinos 73' se ha metido a la prensa en el bolsillo (haciendo probablemente lo propio con un público que ya ha agotado las entradas para todos los pases) con 'Blancanieves'.

No la de Tarsem Singh. No la de de Rupert Sanders. La de Pablo Berger. La mejor. De largo. La lástima es que a estas alturas el mítico cuento de los hermanos Grimm ya esté más sobado que la tristeza de ciertos futbolistas, pero a la que se supere esta circunstancia, el espectador (de cualquier edad; con cualquier gusto) descubrirá un prodigio. Una maravilla. Una razón para seguir creyendo en ese séptimo arte que tantos palos nos da... pero que de vez en cuando sabe recompensar nuestra fe. Y ahí está. La pobre huérfana (atentos a Macarena García), la madrastra (estupenda Maribel Verdú), el castillo, los enanitos... todos estos elementos desde hace siglos instaurados en el imaginario colectivo se trasladan a la Andalucía de principios del siglo XX, y se nos presentan en blanco y negro, y tan mudos como el presidente de nuestro gobierno cuando realmente se le necesita.

Ahora mismo, el factor pereza ante estas características no debería existir, sobre todo gracias a aquella joya titulada 'The Artist' que cautivó a medio mundo. Por si todavía persistiera, este cronista se ve con la obligación moral de hacerse pesado, e insistir en que los rumores que nos llegaron desde el Festival de Cine de Toronto hace unos días no eran falsos. 'Blancanieves' realmente es el prodigio que nos han vendido. Es la enésima muestra de que no hay nada más universal que el cine silente bien hecho. No hay nada más disfrutable que reconocer en la misma proyección a genios como Fritz lang, F.W. Murnau, Tod Browning... y sí, incluso al Billy Wilder de 'El crepúsculo de los dioses'. Berger ha compactado todo esto en su película, y le ha añadido a la mezcla comicidad, tristeza, terror y mucho, mucho duende. Una obra inmensa, perenne, y que huele a la legua a premios.

Después de este torrente de buenísimas sensaciones, ¿quién es el valiente dispuesto a presentarse ante el respetable? Michael Haneke. Silencio en la sala... y en pie la audiencia, que el respeto no debe perderse nunca. La siempre fiable (pero peligrosa para los intereses más ambiciosos del Zinemaldia) Sección Zabaltegi Perlas ha abierto también de forma espectacular. De manera insuperable dirán los más amargados... aunque razón quizás no les falte. Porque solamente así puede hablarse de un ciclo de películas que ha tenido en 'Amour' su disparo de salida. De modo que suena la pistola, se apagan las luces, y puede verse a Jean-Louis Trintignant y a Emmanuelle Riva sentados en el patio de butacas de un teatro. Terminado el recital de piano que han ido a ver, vuelven a casa, se dan las buenas noches, y se ponen a dormir.

A partir de ahí, Haneke toma las riendas... y póngase todo el mundo a temblar. Y con razón. Lo peor que puede hacer una película es dejar frío al sujeto al que iba dirigida. El director alemán lo sabe, por esto sitúa siempre todos sus productos a las antípodas de las temperaturas árticas (a pesar de que su estilo formal sea ciertamente gélido), provocando en el gallinero sensaciones fuertísimas. Como debería ser siempre que se paga una entrada. 'Amour' no es la excepción a su modus operandi, y sale uno de la sala destrozado... como debería ser siempre que se va a ver un drama. Éste filme corresponde sin duda a este género, pero entra al mismo tiempo en aquel subgrupo tan difícil de localizar: los dramas sinceros. No hay en esta cinta una banda sonora que le diga al corazón cómo debe sentirse. No hay primerísimos primeros planos teledirigidos a la fibra sensible. Hay un director que está por encima de tendencias, estilos y modas. Un director que ha hecho suyo el cine puro, que consigue que la cámara fija y las tomas alargadas no cansen sino que cautiven, que deja respirar a sus actores para que muestren lo mejor de sí... que deja que las emociones verdaderas salten ellas solas de la pantalla a las entrañas del público. Su último trabajo narra a la perfección la degeneración y la decadencia; habla con maestría del amor, pero por encima de todo, duele. Duele muchísimo. Como debe ser. Chapeau.

¿Sigue alguien en pie? ¿Qué tal otra ración de Perlas? ¿Qué tal uno de los filmes más aclamados en las últimas ediciones de Sundance y Cannes? Con este reconocimiento académico se nos presenta 'Beasts of the Southern Wild' (algo así como "Bestias del sur salvaje"), sorprendente ópera prima del director, guionista y -excelente- músico Benh Zeitlin. Tal y como ha ido la jornada, el sistema nervioso ya estaba suficientemente ajetreado, y por ello pedía un descanso... pero de repente, magia. Pasan cinco minutos y el espíritu vuelve a ser el de la mañana. La ilusión, las ganas de fiesta y de celebración en general explotan en el interior del afortunado que presencia dicho espectáculo. Un circo de cuatro pistas dirigido por Hushpuppy (interpretada por una bestia parda llamada Quvenzhané Wallis, apréndanlo a pronunciar y después memoricen bien este nombre), una niña que vive con su padre en una mágica comunidad llamada "La Bañera" situada al sur de Louisiana... incluso más al sur de los tristemente famosos diques que en su día no pudieron proteger a Nueva Orelans.

¿Y de qué trata la propuesta? ¿Sobre los paraísos perdidos? ¿Sobre cómo lo nuevo se carga lo antiguo? ¿Sobre la relación entre una hija y su padre? ¿Sobre el fantástico proceso de maduración de una chiquilla encantadora? De todo. Y más. Al igual que el huracán Katrina al que se hace mención, 'Beasts of the Southern Wild' es una fuerza incontenible de la naturaleza. Un personalísimo e incorruptible canto ecologista, a la fantasía, y a la vida. Esto es, el descubrimiento de una voz en la que confluyen Maurice Sendak y el embriagador e inigualable encanto sureño norteamericano. Una combinación ganadora, casi legendaria, que obviamente ha sido recompensada en el teatro Victoria Eugenia con el aplauso que se merecía. Hablando de... sólo se ha cumplido una jornada y las manos ya duelen precisamente de tanto aplaudir. Como debe ser.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas

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