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Quimérica anomalía

Vía Festival de Venecia por 09 de septiembre de 2015

El primer día de esta aventura veneciana lo empezaste, recuerda, enamorándote hasta el fondo. Los síntomas físicos y mentales no dejaban lugar a dudas. El flechazo había dado en la diana. ¿Cómo no iba a suceder? Con Ella de por miedo, ¿quién iba a resistirse? Exacto: nadie. Imposible. Ahí estaba, en la Sala Darsena, chupándose el mismo asco de cola que tú. Teníais el mismo tipo de acreditación (el destino, seguro), y al igual que a ti, le había tocado esperar sin nadie que le hiciera compañía. El puto destino, joder. Lo que vino a continuación fue más o menos lo de siempre en estas ocasiones: una mirada furtiva aquí, un carraspeo allá, y muchos intentos de medias sonrisas. Hasta que hubo contacto visual, y las típicas frases para romper el hielo. El nombre, la procedencia, el medio por el que trabaja... y a partir de ahí, datos más personales. Más interesantes. Había tiempo de sobra, pues la cola no avanzaba ni a tiros. En el fondo, pensaste que si la sala se llenaba antes de que os dejaran entrar, pues que tampoco se iba a acabar el mundo por esto. Ojalá pasara esto... Y oye, así fue. Niquelado.

Once días después, descubriríais que os habíais perdido la que, según todos los entendidos en la materia (no, no te incluyas en dicho grupo) era el León de Oro más merecido de los últimos veinte años. Pero eh, ¿y qué? En serio, esas tres horas con Ella ya no te las quitaba nadie. A la mierda todo el Palmarés, ya nada importaba... excepto, claro está, lo más importante de todo. La búsqueda había terminado: por fin la habías encontrado. La mujer de tu vida aguardaba, sin tu saberlo, en el Lido de Venecia. ''Qué tarde la he conocido'', pensaste al principio, pero después... ''A la mierda, tenemos todo el tiempo del mundo''. Todo el tiempo para conocerla del todo, para descubrir los secretos de su pasado, para explorar sus preocupaciones e inquietudes, para saborear cada uno de sus defectos. Porque sí, hasta aquellos detalles, tics y vicios que tanto te irritaban en cualquier otra persona (incluyéndote a ti mismo), con ella parecían convertirse en pura virtud. Daba hasta rabia, pero de nuevo, ''¿y qué?'' En serio, ¿acaso no forma esto parte del amor? De comprender que nadie es perfecto, de aceptarlo y a llegar así a apreciar la auténtica belleza del ser humano.

Y así seguiste durante una temporada. En una nube. En el séptimo (u octavo, o noveno...) cielo. Hasta que un día cualquiera, la memoria decidió activarse, solo para recordarte que ésa no era la primera vez que te sentías así. Que en otras cuatro ocasiones ya habrías jurado que la chica con la que te encontrabas en aquel momento era la persona con la que ibas a pasar el resto de tus días. Que nada ni nadie te separaría de ella... Sólo para descubrir que, al final, simplemente, no. Que si lo que querías era realmente todo esto, tendrías que seguir probando suerte. Ahora era la voz de la conciencia quien te daba las malas noticias, y la de la sabiduría, y de la experiencia... y otras muchas más que se apelotonaban en tu cerebro. Cada una con el mismo mensaje a entregar, pero cambiando, en cada caso, el tono y las palabras empleadas. Ya se sabe, para llegar al ''qué'', hay infinitos ''cómo''. En estas que Michael, un famoso escritor de libros motivacionales, se encuentra en un avión rumbo a Cincinnati, y mientras mira por su ventanilla, no puede evitar ser abordado por las mismas voces. Por todas ellas, y también por el recuerdo todavía demasiado reciente de su última ruptura sentimental.

Entra en escena otra voz, la de la duda: ''¿Y si al final resultara que aquella pobre chica a la que dejaste plantada fuera realmente la chica de tu vida?'' Y ya estamos. Vuelta a empezar... y vuelta triunfal la que ha protagonizado hoy Charlie Kaufman en Venecia. Siete años después de su esperadísimo debut como director (con la desesperantemente genial 'Synecdoche, New York'), el siempre fascinante guionista neoyorquino volvía a presentar un trabajo firmado por él, acompañado en esta ocasión por Duke Johnson. El título de este nuevo experimento es 'Anomalisa', y para darle la presentación que ahora mismo se merece, podemos hablar, por lo menos, del León de Oro con más sentido que de momento se ha proyectado en esta 72ª Mostra. Y si fueron tan estúpidos como para quedarse fuera de la sala, manden a la mierda a esa persona especial, solo por un tiempo de hora y media (que esto es lo que dura la joya que nos ocupa), porque seguramente sea la mejor inversión cinematográfica (en la relación calidad-tiempo, segurísimo) que les vaya a ofrecer el séptimo arte durante esta temporada.

Presentada en -gloriosa- animación stop-motion, la primera sorpresa que nos llevamos aparece en un plano técnico llenado por la expresividad máxima de unos muñecos que, gracias al mimo tanto de la cámara como, sobre todo, del texto que recitan, se muestran como más humanos que la mayoría de críticos que poblaban esta mañana la Sala Grande del Palazzo del Cinema. Del resto se ocupa, como no podía ser de otra manera, la voz más importante en esta historia, la del gran Charlie Kaufman, quien a pesar de mostrarse más moderado que en sus últimas ocasiones, en ningún momento renuncia a un solo gramo de todo ese talento incontenible que, con todo merecimiento, le catapultó hará ya una década, como uno de los valores más fundamentales de Hollywood. Y como si no hubiera pasado ni un día desde aquel primer encontronazo con él. Como si conceptos como la edad, el desgaste o, para agruparlos todos, el tiempo, jamás hubieran existido. Suspendida, precisamente, en el continuo espacio-temporal, se presenta 'Anomalisa', pequeña-gran odisea que reflexiona amargamente (pero también de forma cálida) sobre la anomalía que más importante en esta vida: encontrar a esa otra persona sin la cual parece que nada vaya a tener sentido.

Las cavilaciones de la dupla Kaufman & Johnson se llevan a cabo a través de una puesta en escena que hace de la secuencialidad de la mayoría de sus escenas, el escenario ideal para que los diálogos marca de la casa se vayan acercando, poco a poco a la tan ansiada respuesta. Antes de llegar a ella, las paradas habituales en los recorridos propuestos por tan imprescindible autor: acidez en la introspección psicológica, causticidad en la prospección del alma y alguna que otra pincelada surrealista para, paradójicamente (o no), darle más realismo al conjunto. No se asusten, el itinerario nunca había sido tan fácil de seguir, lo cual para nada implica que se haya olvidado la complejidad del objeto de estudio. ¿Simplicidad? Sí, pero sólo en las apariencias. La intención es que el primer visionado sea tan gratificante (y efectivamente) que una vez éste haya terminado, el espectador se quede con ganas de repetir, tanto en la sala de cine como en la posterior reflexión que requiere toda obra de arte (ídem). Vale, pero al final, la ''anomalía'' esa, ¿es una posibilidad o más bien una fantasía? Responder esto sería aventurarse peligrosamente en los territorios del spoiler, aunque si realmente necesitan saber ya la solución al enigma, sólo van a necesitar una breve (pero muy sincera) auto-evaluación. Les aseguro (porque ya he estado ahí) que la película habrá llegado a la misma conclusión que ustedes. Y prepárense, ésta tiene un potencial devastador.

Un horizonte más o menos similar ha dejado en la sala de prensa el ''post-partido'' de la segunda proyección que la Competición nos tenía preparada hoy. Por si el día no venía ya cargado con Kaufman y Johnson, ha saltado a la palestra uno de los últimos maestros en activo del cine italiano. Marco Bellocchio tampoco ha fallado a su cita con la Ciudad de los Canales, y con 'Sangue del mio sangue' (que así se titula su nuevo filme) ha logrado sembrar la angustia más absoluta entre la crítica cinematográfica. Al final de la proyección, lo esperado: tímidos abucheos y carreras precipitadas por parte de quien acudía a la cita con ganas de pelea, y enfervorecidos aplausos en el bando de los fans más incondicionales. Después, el miedo más grande tanto de los escritores como de quienes, sencillamente, aspiramos a dicha categoría: la hoja en blanco. Y la hora de entrega que se acerca, y yo que, sinceramente, no sé cómo cojones (re)llenar el vacío... ¿y el de al lado? Igual o peor que yo. ¿Y si improvisamos un pequeño forum para inspirarnos los unos con los otros? Qué va. Ni así.

Rebobinemos, pues. ¿Qué ha pasado aquí? Básicamente, que ni la sinopsis ni el repaso racional de lo que acabamos de ver en pantalla ayuda lo más mínimo a desencriptar el jeroglífico. En él, dos líneas temporales (la del medioevo inquisitorial y la nuestros tiempos) se combinan intercambiándose personajes para presentarnos a cardinales, brujas, detectives, camareras y, por qué no, vampiros. ¿La relación entre todos ellos? Ahí empieza el misterio. ¿Y dónde (y cuándo) termina? No se sabe. Aun no. Bellocchio da crédito una vez más al áurea de autor total que le precede. La libertad con la que trabaja es casi absoluta; inversamente proporcional a la obligación que siente a la hora de dar explicaciones a la audiencia. Y así nos quedamos, huérfanos de este sentido cerebral que alguien nos dijo que tiene que tener cada película. Esto último es, por supuesto, una señora mentira, pero sigue induciendo al error. Y ni falta hace decir que escudarse en la visión de la estafa es, el recurso de los que no pueden o, peor, no quieren ver. Dicho esto, quién esté dispuesto a ver el cine como lo que debería ser (esto es, un medio único para contar historias) cuenta con todo el apoyo moral de quien escribe en su cruzada quimérica para que, directamente, no le estalle la cabeza.

En lo que a actos artístico-terroristas se refiere, poquísima gente como Marco Bellocchio para llevar a la audiencia por caminos tan tortuosos como bellos; tan insondables (al menos en su primer contacto) como apetecible se presentan sus posteriores repeticiones. La historia (su concepción clásica, al menos) pierde peso en pos la herramienta más pura si de espíritu cinematográfico hablamos. Para entendernos, la creación irrefrenable de imágenes que, por mucho que no puedan descifrarse (no fácilmente, esto seguro), sí acompañan gustosamente al espectador que abandona la sala habiendo prestado atención. Ahí empieza la auténtica resolución. Ésta tardará en llegar, seguro, pero como si esto realmente le importara a alguien... Lo único que lo hace es la supervivencia de estos locos en peligro de extinción (seguimos hablando del autor de, por ejemplo 'Vincere') que con su incorruptible y personalísima concepción del séptimo arte, logran que éste siga siendo una forma de expresarse única y totalmente diferente a cualquier otra que jamás se haya conocido. Y que así siga, por los siglos de los siglos. Amén.

Y ya que hemos mencionado el riesgo de exterminio, hablemos de un cineasta cuya -excelente- carrera se ha desarrollado casi siempre bajo esta misma espada de Damocles. Brian de Palma responde también a la llamada de la Mostra no para presentar nueva película, sino para erigirse en protagonista absoluto delante de las cámaras. ¿Habrá probado suerte como actor? No, como narrador directo en el documental que Noah Baumbach y Jake Paltrow han dedicado a su figura. No teman por la posible acumulación de egos en el corral, pues aquí solo sobresale uno, el único que realmente importa para la ocasión. Así, en esta deliciosa pieza de casi dos horas, no hay ni rastro de los dos últimos citados. Éstos, se ''limitan'' a plantar una cámara con trípode delante del maestro, y a escuchar. Nosotros lo mismo. Y la Darsena, convertida de repente en una congregación de nietos ante su abuelo favorito. De batallitas va el asunto. De anécdotas, de curiosidades entre bastidores, de verdades como puños sobre (y en contra-de) la industria, de (auto)reproches y de alguna que otra concesión a esa vanidad asociada a cada uno de los nombres que ha hecho del cine, el espectáculo más grande del mundo.

Simplísima tanto en su estructura (pulcra a más no poder a la hora de seguir la cronología marcada por el calendario) como en un montaje que combina las declaraciones de la estrella del show con algunos de los clips de sus trabajos más célebres, 'De Palma' es un documento tan reacio al riesgo como modélico en la efectividad en el repaso de vida y obra del autor de, entre otras, 'Carrie' o 'Vestida para matar'. Y como si durara cuatro horas más. No pesarían los párpados; no dejaría de caer la baba; tampoco recuperaría la mandíbula su disposición natural. Mucho menos cuando el genio (y figura) va soltando perlas a la mismísima velocidad de la luz. ''Lo siento, pero usted no es mi mujer, ahora mismo, yo sólo estoy casado con la película que estoy haciendo'' ó refiriéndose a la actual fiebre de remakes hollywoodiense ''Siempre es gracioso comprobar cómo la gente cae en los mismos errores que tú trataste de evitar en el pasado''. Y así. Está claro, cuando quien habla desde el otro lado de la pantalla lo hace con la sinceridad, desparpajo y cercanía con la que lo hace el mítico director, ni el clásico y siempre devastador desgaste festivalero se interpone entre el patio de butacas y el disfrute del caramelo cinéfilo más apetecible. Definiticamente, Brian puede que no sea ÉSA chica, pero de momento, con esto nos conformamos. Buenos días.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol

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