Es una película que volví a ver hace menos de 3 semanas. Tenía previsto realizar un comentario sobre ella cuando tuviera tiempo, pero te me has adelantado, HispanO, así que voy a colocar las notas que ya tenía sobre ella y mis impresiones.
Basada en la novela “Badge of Evil” de Whit Masterson, ésta fue la primera película que Welles rodó en Estadios Unidos tras estar 10 años en el exilio, y fue también la última que hizo allí antes de marcharse del país de nuevo. Charlton Heston había insistido ante los productores para que le contrataran para escribir el guión, dirigir la película y reservarse uno de los papeles protagonistas, y Welles aceptó también a cambio de cobrar únicamente su sueldo de actor y sin haber leído aún la novela en la que se basa la película que, en inglés, se llama “Touch of Evil” y, francamente, no entiendo a cuento de qué viene el título es español.
El visionado se inicia con un rótulo que advierte:
“En 1957 Orson Wells terminó el rodaje de “Sed de mal” y realizó la primera versión de la película. El estudio pensó que se podría mejorar. Rodaron escenas adicionales y realizaron una nueva versión. Welles la vio y en unas horas escribió un informe apasionado de 58 páginas en el proponía modificaciones. Esta versión supone un intento de respetar dichas modificaciones y de mostrar “Sed de mal” tal y como él habría querido”. Lo digo a modo de aviso porque de esta película existen tres versiones, el montaje planeado por Welles en 1957 que no se llevó a cabo, el que realizó los estudios, que fue el que se estrenó en 1958 y, finalmente éste que es el que yo he visto, la restauración que de la película se realizó en 1998, que contiene la famosa secuencia inicial en un único plano y libre de los títulos de crédito y, además, aprovechando el material rodado que aún se guardaba en los estudios, se realizaron la mayor parte de las 15 modificaciones expuestas por Welles en su informe.
El rodaje se realizó en California, en exteriores de Los Angeles y platós de los Estudios Universal, con un ínfimo presupuesto propio de una película de serie B. Todo él supuso un pulso entre Welles y los productores. Éstos le habían prohibido rodar en el lado mexicano, por lo que Welles tenía que hacerlo de noche. Además, durante el día iba reescribiendo el guión y dejaba improvisar bastante a los actores. Fue en el montaje de la película donde se desencadenaron todos los problemas.
La acción de la película se sitúa en una pequeña localidad de la frontera de Estados Unidos con México, Los Robles, a lo largo de un par de días de 1957. Un hombre corre, agazapado, para colocar una bomba en el maletero de un coche. Unos segundos más tarde, una pareja sube al automóvil y se alejan del lugar. El coche con sus alegres ocupantes circula por las calles de una ciudad por la que pasean y se mueven infinidad de personas y, todo ello acompañado del ritmo de una sugerente música. ¿Cuándo va a explotar la bomba? Ésta es la famosa secuencia inicial en un único plano de la que todo el mundo habla y que, al parecer, si no lo está ya, debería figurar en todos los manuales de cine.
El inspector de la policía mexicana Ramón Miguel Vargas, Mike (Charlton Heston) y su flamante esposa estadounidense Susan (Janet Leigh), cruzan a pie la frontera de Estados Unidos con México. El coche con la bomba está detenido justo junto a ellos, esperando también para pasar la frontera. Finalmente la bomba explota y como lo hace en el lado estadounidense, se hace cargo de la investigación el capitán Hank Quinlan (Orsen Wells), pero como gran parte de las pesquisas han de hacerlas en suelo mexicano, Vargas también se ve implicado en el asunto, con lo que los caracteres y formas de ser y de trabajar de ambos hombres salen a relucir. Vargas es joven, honesto y fiel seguidor de la ley en su lucha contra el narcotráfico, de las normas y de la justicia. Quinlan es perro viejo, despótico y totalmente carente de escrúpulos, capaz de usar cualquier tipo de tretas o artimañas con tal de resolver los casos a su gusto, creído de estar por encima del bien y del mal, soberbio y odioso y, además, tremendamente obeso.
La primera frase que Welles dice al ver a Vargas es “no parece mexicano”, que es justamente lo que seguramente pensamos todos al ver a Heston en el papel, muy a pesar del maquillaje para ponerle la piel mucho más morena, el teñido del pelo y los pedazos de cejas que le plantaron al pobre.
Es ésta una película típica de cine negro sin algunos de los clichés típicos de éste. No hay mujer fatal, no hay un detective que nos va contando las cosas con voz en off. Pero sí tiene una fotografía oscura, ambientes de luces y sombras que a mí tanto me gustan, una atmósfera sórdida y corrupta y, por el lugar en el que se desarrolla, muy calurosa, agobiante, uno también suda junto a los personajes de la ficción. Corrupción al descubierto, de eso estamos hablando, y de mantener el prestigio a toda costa, incluso a costa de la vida de un inocente. Y para rematar un poco más la faena, también se colocan sobre el tapete los prejuicios raciales.
Personalmente me choca un poco la música que acompaña a las imágenes. No es que esté mal, pero… es un poco extraña, no sé cómo definirla, no a la música que es una mezcla de jazz, rock & roll, mambos o música de pianola, si no a su conjunción con las imágenes. Pero es que toda la película resulta un tanto extraña, con una narración un tanto caótica, sobre todo al principio, para una historia en general bastante errática y complicada, de ésas en la que cuesta “entrar” y que han de pasar más de treinta minutos para que el tema cobre, de repente, gran interés.
Heston y Welles están francamente bien los dos, en unos papeles perfectamente “dibujados” por el segundo, que lógicamente se reservó el mejor, al menos para mí, que siempre me gustan más los “malos”. Janet Leigh tiene un papel bastante simplón, sin grandes registros dramáticos que explotar, y de nuevo en peligro en un motel. Bueno, en realidad no de nuevo, porque su pase a la historia del cine en un motel, en “Psicosis” de Hitchcock, aún tardaría dos años en producirse. Yo no sé cómo esta mujer se atreve a entrar en un sitio de éstos. Yo desde luego, llego a uno y veo que está ella, y me largo con viento fresco pero sin despedirme, vaya.

También podremos ver a una Marlene Dietrich caracterizada como una gitana zíngara, Tanya, con más pinta de travesti que nunca, con un pelucón moreno que no la favorece absolutamente nada a la pobre, en un breve pero estelar papel que, sin embargo, atesora algunas de las mejores frases de la película. Se dice que grabó toda su participación en una única sesión, que no me extraña en absoluto porque parece que aprovechó a echar un cable en el rodaje en una visita que hizo a los amigos en el plató. Al parecer, los productores supieron de su trabajo cuando comenzaron a ver las proyecciones de lo rodado.
Para mí, lo mejor de la película y para no mencionar de nuevo la buenísima secuencia inicial, es la iluminación, especialmente en los interiores, que convierte al juego de luces y sombras en un personaje más de la historia. También me gusta mucho la escena casi en el final, cuando Heston está siguiendo a Orson Welles para intentar grabar su confesión.
En esta versión que yo he visto, la que quería el director, los títulos de crédito van al final, como en las películas modernas. Y en ellos, Marlene Dietrich figura como “estrella invitada” junto a Zsa Zsa Gabor, a quien yo, la verdad, no reconocí en ninguna parte, como no fuera el fugaz papel de la ciega, o el de la chica que muere al principio, en el coche con la bomba. No sé, yo no la vi.
“Sed de mal” no es una de mis películas favoritas, pero es una obra interesante y a mí me parece que es de esos títulos que todo aficionado al cine ha de ver, al menos una vez. Eso sí, os aconsejo que intentéis conseguir una copia con el montaje que realmente quiso hacer el director.