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Mensajes - reporter

#1
Críticas de estrenos / It Follows
29 de Mayo de 2015, 01:44:44 PM
It Follows


SINOPSIS: Para Jay (MaikaMonroe), de 19 años, el otoño debería consistir en ir a la escuela, salir con chicos y pasar los fines de semana en el lago. Sin embargo, tras un encuentro sexual aparentemente inocente, empieza a tener visiones horribles; no consigue librarse de la sensación de que alguien o algo la persigue. A medida que la amenaza crece, Jay y sus amigos deben escapar de alguna manera del terror que les sigue los pasos.

CRÍTICA: El mito de la decadencia americana

Lo mejor en estos casos es nos andarse con demasiados rodeos, de modo que, al grano: Las reglas del juego que se van a aplicar a partir de este momento serán diferentes, porque de hecho, el juego al que jugaremos ahora también es diferente. Digamos que las cosas... han cambiado, claro. Han ido a peor, esto no hace falta que te lo diga, y sinceramente, ahora mismo, nada hace pensar que la situación vaya a mejorar. Mira, éste no es el momento para repartir culpas. A día de hoy, lo importante es ser conscientes de lo que ha pasado, de lo que se nos viene encima... y de qué vamos a hacer para poder contarlo. Esto sí, una cosa debe quedarte clara: No existe ninguna receta mágica; ningún remedio milagroso que vaya a solucionar, en un abrir y cerrar de ojos, la situación ésta en la que nos hemos metido. El único plan que actualmente tiene cara y ojos es el de aguantar, el de estar siempre alerta, el de defenderse con todo lo que tengamos a mano... el de capear el temporal, vaya. Es una putada, lo sé, pero es lo que hay, así que para de lloriquear, por lo que más quieras, y sé fuerte, porque aquí está en juego lo más importante de todo. ¿Que qué es esto? Pues esto mismo en lo que estás pensando.

Y perdón por el tono paternalista, pero pongamos que hablamos de, por ejemplo, ''ese momento''. Pongamos que hablamos del punto de inflexión a partir del cual, y como dice la propia definición, las dinámicas se invierten. Lo que antes bajaba, ahora sube, y lo que subía, a continuación baja... y lo que en el pasado iba bien, en el presente (y quién sabe si en el futuro) cae en picado, en espera de otro punto de inflexión salvador que, al menos de momento, ni siquiera puede vislumbrarse. De acuerdo, pero un segundo, ¿todo esto cómo diablos se analiza? ¿Bajo qué óptica? En otras palabras, y sin trucos: ¿de qué cojones estamos hablando? Pues de todo un poco, con lo que no importa demasiado si la perspectiva es ''micro'' o ''macro''. Aplicado a nuestro caso, y retomando el hilo, pongamos que hablamos de una adolescente que, sin saberlo ella, se está acercando peligrosamente al punto crítico de marras, que al poco tiempo lo alcanza... y que justo después, hará todo lo posible para que el mundo (en general) no la alcance a ella.

En el vecindario, los críos no hablan de otra cosa: la joven Jay está saliendo con otro chico. Nadie conoce la identidad de éste, pues la relación tiene aún pocos días de vida. No obstante, y por lo que se comenta, parece que hay química entre ambos, que las etapas se están quemando a buen ritmo y con naturalidad, que de aquí puede salir algo serio... que el momento se acerca, que está llegando... y llega. Y ya está. Jay, tan angelical como siempre, y mucho menos virginal, está tendida en el asiento trasero del coche de su novio, con la mirada perdida en las plantas que se levantan a pocos centímetros de uno de los neumáticos del auto; con el pensamiento puesto en cosas que en ese momento, no parecen importar demasiado. El sonido que hacen sus pulseras a cada movimiento de muñeca, el tambaleo que el viento produce en la vegetación de la zona, el tacto incómodo (pero al fin y al cabo, agradable) de la tapicería que está en contacto con su cuerpo semi-desnudo... A simple vista, es como si todo siguiera igual; como si nada hubiera cambiado con respecto a hace unos pocos minutos. Pero no. Es en esta calma post-tempestad que una voz interior empieza a anunciar la que está por llegar.


Es en este momento que otra voz interior (la de la memoria del espectador) empieza a levantarse, y a hacer saltar las alarmas. Esto es una película de terror, no lo olvidemos, y se acaba de violar una de las reglas fundamentales de supervivencia. Una vez más: ''Esto es una película de terror'', nos dice ahora la conciencia, porque late todavía con fuerza su -magistral- escena de apertura. Recordemos: Estamos en un punto de inflexión espacio-temporal... y espiritual, también. En un barrio suburbial estadounidense, es decir, en la frontera entre el mundo urbano y el rural; entre la clase baja y la alta. Por lo que le corresponde, el cielo nos sitúa en una zona de paso, más o menos equivalente. Estamos en la franja horaria crepuscular; en ese breve lapso que separa el día de la noche; la luz de la oscuridad. Estamos, por cierto, en Detroit, ese yermo post-industrial/apocalíptico que, tal y como nos recordaron Heidi Ewing y Rachel Grady en el imprescindible documental 'Detropia', es la ciudad que más rápido decrece de todo el mundo (mientras que en la década de los 30 del siglo pasado, se situaba en lo más alto del ranking opuesto). La cámara está plantada en medio de la calzada, y de ahí no se moverá, pues el punto desde el cual se observa la acción es inmejorable. Narrada con un solo plano secuencia y orquestada a través de un movimiento pivotante tan elegante como perturbador, la secuencia inicial gira en torno a una persecución inquietante, y por esto, claro, terrorífica.

Se abre la puerta de una casa y de ella sale, despavorida una adolescente a la que la urgencia de la situación no le ha permitido vestirse del todo. Ha salido a la calle en ropa interior... y con zapatos de tacón, en lo que es el primer guiño (si no burla) a un género cinematográfico que está a punto de conocer uno de los mejores fichajes de los últimos años. Antes, seguimos con la chica, quien corre por la calle sin prestar demasiada atención a lo que le dicen los dos personajes adultos que se encuentran en el escenario (uno de ellos, su padre). ''¿Estás bien?''; ''¿Necesitas algo?'', inquieren ellos. Las respuestas que obtienen reflejan más la gravedad de un factor amenazante que no la apacibilidad que habitualmente reina en la zona. Y sin embargo, nuestros ojos no se alteran. Como casi siempre antes de la catástrofe, todo parece en orden. El narrador de la historia, mientras, asiste frío e impasible al espectáculo, haciéndonos cómplices de un voyeurismo que empieza a delatar las virtudes de una cinta que sí, es de terror, pero no de ese terror al que, desgraciadamente se nos ha acostumbrado.

Momento ideal para recordar que el debut de su director, David Robert Mitchell, tampoco era la típica película de género que podía vendernos su sinopsis. 'The Myth of the American Sleepover' (mal traducida aquí como 'El mito de la adolescencia') nos hablaba, efectivamente, de un mito, aquel en el que, queriéndolo o no, se han convertido las teenage movies (las estadounidenses, sobre todo). Lo hacía a través de los mecanismos más trillados de este tipo de películas (no faltaba, por supuesto, la revolución hormonal como principal excusa narrativa), pero éstos en ningún momento cumplían para él la función de apoyo, imprescindible para seguir caminando, sino más bien la de una especie de juguete con el que divertirse (elemental), a la vez que trascender las fronteras de un género que, de repente, no era tan impeditivo como lo parecía en un principio. Pues digamos que 'It Follows' hace lo mismo con unos dominios (los de la horror movie, se entiende) que vuelven a mostrarse tan fértiles como aquella primera vez en que los pisamos; cuando se nos hizo creer que todo era posible en ellos.

En el caso que ahora nos concierne, el coito se reivindica, por enésima vez, como detonante de las desgracias sufridas por una chavalada que, tal y como sucediera en aquella Elm Street, estará sola ante el peligro, sin adulto alguno que pueda de mediar como escudo humano. Tal es aquí la importancia de dicha regla de oro de las películas de terror, que en aquella 67ª edición del Festival de Cannes (marco excepcional de presentación en sociedad para la que rápidamente se convirtió en una de las sensaciones del certamen) no se tardó nada en bautizar la propuesta como ''La maldición de transmisión sexual''. Y sí, tal cual. Para su segundo largometraje (en otras palabras, para la confirmación), David Robert Mitchell pone en jaque a las víctimas de siempre... con un una amenaza que no habíamos visto nunca. ¿O tal vez sí? El enemigo de 'It Follows' no es ningún tipo enmascarado que, cuchillo en mano, va engrosando las cuentas del carnicero, sino una especie de ente sobrenatural que puede adoptar cualquier forma humana y que persigue, a paso lento, pero de forma incesante, a su víctima.


Recuerda, el enemigo es invisible. El enemigo está siempre al acecho. El enemigo nunca descansa, y siempre se acerca. El enemigo hasta podría encontrarse entre tus seres amados. El enemigo te quiere ver muerto. En el recuento de conquistas de 'It Follows' (que no es precisamente corto), destaca, por encima de los demás, el de dar cuerpo y consistencia cinematográfica a una idea que sabe refrendar el atractivo del a-primera-vista con una riqueza en las segundas lecturas que para nada entorpece el gozo que despierta el in situ. Dicho de otra manera, Robert Mitchell firma una obra terroríficamente redonda, que tiene en el miedo (el más puro, el que no precisa de trampas o atajos para calar en el espectador) su arma más potente. Éste se construye mediante un endiablado diálogo intergenérico que se verá reflejado en los distintos estratos del tejido fílmico. Desde la sorprendente banda sonora con ecos 8-Bits a cargo de Disasterpeace (para quien siga opinando que nada bueno sale de los videojuegos) hasta la cura en la dirección de actores (no exenta de esos ramalazos fetichistas a los que la nueva musa del indie, Maika Monroe, parece que va a tener que acostumbrarse), pasando, por supuesto, por un guión que, sencillamente, roza la perfección, y también, por qué no decirlo, por una escenografía que nos remite, de forma más o menos sutil, a los temores de aquellos tiempos en que la ''guerra'' y el ''frío'' formaban parte de la misma bomba nuclear.

La impactante y ya comentada secuencia introductoria era, en efecto, una señora carta de presentación. A lo largo de la hora y media que sigue, el director de Michigan nos sumerge en un sutil, elegante y a la vez despiadado juego en el que a veces se muestra y a veces se oculta, sin que triunfe jamás la tentación de empujar demasiado (artificialmente, claro) la imaginación de la audiencia. Al final de la proyección, solo tenemos que alzar dos dedos para contar las veces que hemos saltado de la butaca, y dígase ya por aquello de la justicia, si por algo destaca cualquier intento de susto registrado en 'It Follows' es sin duda por la autoconsciencia de su comicidad. Mientras, nos quedamos clavados en la butaca, porque nos damos cuenta que no nos sentimos a salvo ni bajo la tradicionalmente reconfortante luz solar. Por obra y gracia, básicamente, de un control apabullante de una profundidad de campo que ahonda, a cada escena que pasa, en una sensación de acoso cada vez más insoportable. ¿Es paranoia? Sí y no... es, para entendernos, lo mismo que pasaba en la excelente 'Take Shelter', de Jeff Nichols, uno de los films que, por cierto, mejor ha sabido captar el -desquiciado- geist americano post 11-S. Es el terrorismo, sí, y la economía, también... y ese paso fundamental que es la adolescencia... y el terror, de nuevo, que los hermana.

David Robert Mitchell sabe compensar su falta de experiencia (reflejada en la resolución algo endeble de algunas de las escenas que más músculo requerían) con inteligencia en la escritura fílmica. De modo que coge uno de los tótems más sagrados de la generación 2.0 (el ''Follow'', esa promesa que tanta felicidad reparte estos días) y le da la vuelta para golpear no sólo al patio de butacas, sino también a todo lo que se expone en una (gran) pantalla que, a tenor de los -magníficos- números en taquilla registrados en USA, tiene argumentos de sobra para revisar su sistema de distribución de películas, claramente desfasado con respecto a la era de las redes sociales. De acuerdo, pero un segundo, ¿todo esto cómo diablos se analiza? ¿Bajo qué óptica? En otras palabras, y sin trucos: ¿de qué cojones estamos hablando? De todo un poco, con lo que no importa demasiado si la perspectiva es ''micro'' o ''macro''. Siempre se acertará. Así pues, pongamos que hablamos puntos de inflexión. Del que separa los celos del deseo; el sexo del amor; la infancia de la edad adulta; el temor del pánico; la decadencia de la fatalidad más reversible... Da miedo, sí. Mucho.

Nota: 8 / 10
Cinéfilos que han agradecido este tema: Wanchope
#2
Críticas de estrenos / Enemy
29 de Marzo de 2014, 01:49:53 AM
E N E M Y


SINOPSIS: Adam (Jake Gyllenhaal) es un inestable profesor universitario que de pronto descubre la existencia de Anthony, un actor que es físicamente igual que él. Consumido por el deseo de conocer a su doble, Adam sigue la pista de Anthony y ambos se ven abocados a un obsesivo enfrentamiento que tendrá inesperadas consecuencias no sólo para ambos, sino también para sus respectivas parejas: Mary (Mélanie Laurent) y Helen (Sarah Gadon).

CRÍTICA: El maestro duplicado

El caos es un orden por descifrar


Se repite, efectivamente. Por obra y gracia de los vencedores o de los vencidos (pero sobre todo de los primeros). La razón, tan simple como complicada, está en que la historia de la Historia, para bien o para mal, la escriben los hombres. Y quien dice hombres se refiere, normalmente, al ser humano en general, sin preocuparse por los sexos, es decir, sin distinguir al mencionado hombre de la normal y muy injustamente olvidada mujer. Y es que a efectos prácticos, tanto los machos como las hembras, tras millones de años de evolución, no sólo en la fisionomía, sino también en las costumbres, la cultura y el lenguaje, tanto literal como figurado, siguen luchando, más o menos en silencio, por superar los prejuicios que ellos mismos han impuesto o, en el peor de los casos, han asumido. En un momento históricamente muy alejado, en una región que los caprichos de la geografía se encargaron de borrar para siempre de la faz de la Tierra, llegó a existir una comunidad en la que para referirse al hombre, es decir, al ser humano en general, se utilizaba la palabra mujer, que obviamente no se pronunciaba ni mucho menos se escribía del mismo modo en que nosotros pronunciamos o escribimos ahora la palabra mujer, pero que en cualquier caso, hacía que todas las personas de dicha sociedad, pensaran, aunque sólo fuera durante unas milésimas de segundo, en el sexo que, en aquel momento y en aquella región, jamás se le otorgó la connotación de débil. Y ahí está el hombre, o mejor dicho, el ser humano, que es el único animal que tropieza dos veces, y muchas más, cabría decir, con la misma piedra. No es un hecho estrictamente científico, pero sí empírico, fruto de una constante observación que, a través de millones de años de evolución, no sólo en la fisionomía, sino también en las costumbres, la cultura y el lenguaje, tanto literal como figurado, ha conseguido constatar que tanto hombres como mujeres tienen una preocupante tendencia a repetir sus errores. Es por esto que muchos y muchas señalan que la Historia, con independencia de la mano que sostenga la pluma, es poco más que la repetición, cada vez más previsible, de unos sucesos que se van repitiendo de forma cíclica. Las formas, por supuesto, y como todo en este mundo, cambian, pero la esencia, el espíritu, de lo sucedido, si se prefiere, permanece igual, reivindicándose, día tras día, cómo la única entidad totalmente ajena al paso del tiempo. De hecho, cuando el creador le preguntó a uno de sus primeros hijos Qué demonios había pasado con su hermano, a lo que el otro le respondió, Acaso soy yo el custodio de mi hermano, el primero ya supo que éste iba a ser el primero de muchos otros robos, violaciones, injurias o asesinatos. Sabía también que en el eterno discurrir de las generaciones venideras, los hombres y las mujeres iban asociarse con nuevos procedimientos, con nuevos instrumentos, con nuevas motivaciones o excusas, pero que a fin de cuentas, todo seguiría apuntando a aquellos dos hermanos, que al mismo tiempo mirarían inocentemente a sus padres, autores, estos sí, de un pecado original que, obviamente, tendría sus réplicas por los siglos de los siglos.
Con éste y muchos otros ejemplos con los que ahora mismo no podía pensar, Tertuliano Máximo Afonso se convenció, por enésima vez, de que la materia que enseñaba cada día en el instituto, era poco más que un disco rayado. Un patrón claramente definido. La repetición de una repetición que, más allá de las apariencias y de los detalles insignificantes, ningún sentido tenía el que ocupara un curso escolar entero. Sin lugar a dudas, sus jóvenes estudiantes tendrían cosas mejores que hacer más allá de perder el tiempo repitiendo listas interminables e insustanciales compuestas por reyes, generales, filósofos, héroes y traidores. Personajes que, en casi todos los casos, llevaban siglos muertos, criando malvas, como suele decirse y que no hacían más que confirmar que, aprendidos los cuatro primeros nombres, todos los demás eran prescindibles. Porque poco o nada aportaron de nuevo, porque tropezaron con la misma piedra, pero sobre todo porque no eran más que tristes dobles de los que llegaron antes. Si la Historia podía ser vista y explicada como si fuese un río, qué sentido tenía debatir sobre la necesidad de seguir o, por el contrario, remar en contra del cauce de sus aguas. Esto es absurdo, exclamó en voz alta Tertuliano. Los manuales aconsejaban empezar en el manantial para terminar en la desembocadura, con tal de entender que todo acto tiene sus consecuencias, sus derivaciones, difícilmente comprensibles todas ellas si se desconocen sus orígenes. Por el contrario, había algunos insensatos que abogaban por empezar las lecciones a nivel de mar, para luego ir remontando, poco a poco, la corriente fluvial. No se trataba simplemente de llevar la contraria o del gusto por ser diferente o de la excitación del que sabe que va a contracorriente, nunca mejor dicho, sino más bien la voluntad pedagógica de empezar por una base del todo accesible, en otras palabras, lo que todo el mundo se suponía que sabía, y a partir de ahí, ir viendo por qué nuestro presente es de esta forma y no de cualquier otra. Debates, todos ellos, pensaba ahora Tertuliano, fútiles, absurdos, pues sin importar la orientación del punto de origen con respecto a la línea de meta, el trayecto seguiría siendo el mismo, un continuo devenir de giros bruscos a la izquierda y a la derecha, o a la derecha y a la izquierda, dependiendo del sentido, pero en cualquier caso, un viaje agotadoramente cansino. Un bucle sin aparente final cuyo tour guiado sólo tendría sentido hasta llegar al primer meandro, puesto que a partir de ahí, en el fondo, ya estaría todo visto, y prácticamente todo explicado.
No es que Tertuliano Máximo Afonso quisiera cambiar, de un día para otro, y en un abrir cerrar de ojos, siglos de tradición en la enseñanza de la Historia, es que en realidad intentaba mantener su cabeza alejada de los sucesos que habían marcado sus últimos días de existencia. A juzgar por mi propia experiencia, no me cabe la menor duda, lo que he vivido estas semanas no se lo deseo ni a mi peor enemigo, declaró hace tan solo unas horas a María Paz, su amada, por así llamarla. El insomnio, los escalofríos, las náuseas, las jaquecas, esa sensación de malestar generalizado, obedecía todo a una obsesión, a un pensamiento, a una presencia invisible que se había colado e instalado en su mismísimo hogar, y que no tenía la más mínima intención de abandonarlo. Se reducía todo a la más amarga de las dudas. El profesor de instituto de Historia Tertuliano Máximo Afonso, medio comprometido con María Paz, la cariñosa pero algo taciturna empleada de banco, era quién decía ser, o por el contrario se llamaba en realidad Antonio Claro, actor de cine de segunda quien había optado por el nombre artístico Daniel Santa-Clara, y que ahora mismo mantenía una idílica relación amorosa con la preciosa pero algo neurótica Helena. A jugar por el físico, por los gestos y por la voz, no había manera humana de distinguir al uno del otro, si es que realmente había distinciones dignas de ser mencionadas. Eran uno solo o verdaderamente eran dos sujetos distintos, nacidos en lugares y momentos distintos que simplemente habían tenido la mala suerte de converger, hasta los límites más increíbles, en una apariencia que podría definirse como el reflejo perfecto de la del otro. Por si las imposibilidades científicas, las mentiras y las medias verdades no habían causado suficiente lío, dos factores más se añadieron, de repente, a la diabólica ecuación de los sosias. El primero era Adam, un profesor de Historia en una universidad, que estaba saliendo con Mary, aunque el vínculo entre ambos no era precisamente amoroso, sino que se basaba en algo quizás más fuerte pero, a la larga, más endeble, esto es, la mutua atracción sexual. La segunda nueva variable respondía al nombre de Anthony, actor cinematográfico de profesión que poco a poco iba abriéndose paso en la híper-concurrida y muy competitiva industria, y que además atravesaba por un período más que convulso con su media naranja, la embarazadísima y cada vez más irrecuperable Helen.

Creo sinceramente haber interceptado muchos pensamientos que los cielos destinaban a otro hombre


Porque la Historia, en efecto, se repite, y el ser humano, o mejor dicho, el criminal, ya sea hombre o mujer, tiene una irrefrenable tendencia a volver a visitar la escena del crimen. Hablar de la relación entre el cine y la literatura es, precisamente, y simplificando mucho, quizás demasiado, recopilar las pruebas, las coartadas y los móviles que hacen referencia al mismo crimen, llámese abuso, violación, robo, injuria o, directamente, asesinato. Las formas, como se ha dicho, cambian, pero la esencia no. La relación entre ambos artes, o industrias, como se prefiera, acostumbra a ser de pura conveniencia, y tiende a confirmar aquel tan odioso tópico de los condenados a entenderse. Uno necesita a la otra, y a pesar de esta dependencia, el trato propinado suele ser, con mucha suerte, imperdonablemente vejatorio. Ella pone la inspiración de la que él carece, y él hace con este regalo algunas de las peores atrocidades que se le han registrado. Es así. Será por las prisas con las que se mueven aquellos peces gordos que saben que el show debe continuar, y que por esto no hay tiempo para cuidar los detalles, los más y los menos, básicamente, las características difíciles de percibir a simple vista. Será que no hay ni capacidad ni mucho menos voluntad para contemplar, rumiar y finalmente entender el espíritu de la obra que quiere adaptarse, porque lo que al fin y al cabo se supone que lo que quiere el público es que el séptimo arte se limite a copiar la superficie, a brindar imágenes a una imaginación agotada y perezosa, a la que cada día le cuesta más hacer el esfuerzo de crear. Podría ser esto, o también podría recurrirse a otro tópico de la infame lista de los más odiosos, aquel que nos dice que ellas vienen de Venus y ellos de Marte, es decir, que ambos bandos están separados por una distancia literalmente sideral, es decir, que ella es totalmente diferente a él, y él no tiene nada que ver con ella. Yendo al grano, y permitiéndonos el segundo tropiezo en la misma piedra, existe, efectivamente, una condena a entenderse, porque de otro modo, no habría manera.
En el planeta Venus, nos topamos con uno de los más ilustres extraterrestres. Un escritor llamado José Saramago convertido, por voluntad propia, en el más jugoso de los cebos, y al mismo tiempo, en la más letal y efectiva de las trampas para los habitantes de Marte. Entre todas sus creaciones destaca una cuyo punto de partida, de algún modo, está, qué cosas, en el tormentoso convenio pactado entre cine y literatura. El hombre duplicado no descubre su condición de posible copia hasta que el infortunio no le lleva a poner una cinta de vídeo en la televisión de su hogar. Es en ese momento cuando las páginas del libro nos hablan de una producción fílmica de escaso valor artístico, pero de sumo y gravísimo interés dentro de la historia, puesto que entre sus figurantes se esconde el enemigo que cambiará, para siempre, la vida de nuestro sufrido protagonista. Cine y literatura, ya lo ven, compartiendo interminables párrafos en lo que sin duda es una relación exageradamente desigual. Solo que en esta ocasión el sexo débil no es tal. Saramago, de forma presumiblemente premeditada, pone al séptimo arte quizás en el lugar que le corresponde, esto es, por debajo en la escala jerárquica. Las múltiples menciones que se le dedican a lo largo del libro no salen de lo referente a lo que popularmente se ha acabado conociendo como las películas de domingo por la tarde. Para entendernos, no salen de lo que podría definirse también como la comida basura fílmica. La palabra escrita, por el contrario, queda glorificada a manos de un autor que da síntomas de haber alcanzado, desde hace tiempo, un estado de dominio absoluto de su propio lenguaje. Así, en sus páginas, los parágrafos se alargan, muy lógicamente, hasta límites insospechados, los signos de puntuación se convierten en el más prescindible de los accesorios, el presente y el pasado se intercambian las posiciones sin que la lógica del relato se vea afectada, el sentido común se materializa, literalmente, en el asiento trasero del coche del pobre profesor de Historia, y el discurso literario da paso, sin previo aviso, a la exposición más enfermiza y detalladamente científica, confirmándose así un fascinante estudio teleológico en el que el espíritu de cada palabra, de cada expresión, de cada gesto y de cada frase hecha, queda directamente al desnudo. Sí, El hombre duplicado tiene, a simple vista, una historia lo suficientemente llamativa como para ser llevada a la gran pantalla, pero el planteamiento y desarrollo, completamente asociados a un narrador tiránicamente omnisciente que en realidad es protagonista, hacen de ella una novela, o un ensayo, si se prefiere, técnicamente inadaptable. Sencillamente, porque está escrito en venusiano, y sólo puede entenderse en dicha lengua.
Pero resulta que Marte, por supuesto, faltaría más, también tiene su propio sistema de comunicación. Su inimitable código de signos que sí, es radicalmente distinto al de Venus, pero esto para nada significa que no pueda llegar a los lugares conquistados por ese planeta. No hay fronteras, no hay límites, hay que tener esto claro. Lo que pasa es que se tienen que conocer las vías alternativas que ofrece el cine para llegar allá donde sólo parece que pueda instalarse la literatura. En estas que José Saramago, esté donde esté, se mira al espejo y comprueba, con horror y asombro, que la imagen devuelta ya no se corresponde a la suya, no al menos a la que él creía que era suya. Lo que tiene ante sus ojos es a un hombre de ojos chicos, sonrisa burlona y pelo grisáceo. Tiene, justo enfrente, al que en realidad es la suma de otros muchos hombres y mujeres. Canadienses, españoles, italianas, francesas, expertas, novatos, técnicos y artistas, dirigidos todos ellos por la misma batuta, unidos bajo la misma voluntad, la de obrar un milagro que, finalmente, y a las primeras de cambio, también, se concreta. Porque Enemy no es una película, es más bien una manifestación directamente llegada desde el cielo o desde el mismísimo averno, no se sabe. Lo que sí queda claro es que su carácter divino se manifiesta ya desde su magistral e inmejorable apertura, y se remata con uno de los desenlaces y consiguientes títulos de crédito finales más exquisitamente desconcertantes en la Historia de este desquiciado arte que, por supuesto, también es industria. A todo esto, el director del prodigio, Monsieur Denis Villeneuve, que por lo visto se siente cómodo tanto en una faceta como en la otra, lee a Saramago, sonríe y se convierte en su doble. Ha sucedido lo que parecía imposible, el alumno ha interceptado los pensamientos de ese otro hombre. Y así, aquel maestro que sólo podía vivir, manifestarse y comprenderse en Venus, aparece en Marte, y allí campa a sus anchas. Como si no existieran las distancias, como si el entendimiento fuera, al fin y al cabo, algo más palpable que una posibilidad, más incluso que la propia probabilidad. Y efectivamente.
El valor de Enemy está principalmente en su prodigioso ejercicio de traducción, prueba igualmente maravillosa de que a veces, la transcripción más literal precisa de la libre interpretación más respetuosa. Ni falta hace decir que algunas de las escenas o golpes de efecto más llamativos de la película, parecen contradecir, de forma violenta, todo lo que Saramago intentaba hacernos entender. No obstante, son todos ellos y ellas piezas fundamentales en el engranaje que configura el alma de aquel Hombre duplicado. Si Saramago era el resultado obvio e híper complejo de una tradición artística milenaria, Villeneuve en Enemy es lo mismo pero en un mundo que apenas pasa de la centuria. Poco importa, pues en su escasa hora y media, se conjugan, de la mejor de las maneras, las fobias y filias arácnidas de Ingmar Bergman, el terror músico-sensual de Stanley Kubrick, la eterna promesa Lynchiana de que el caos es un orden por descifrar, las paranoias espaciales de Antonioni y las angustias identitarias de David Cronenberg. Todos estos autores, con sus respectivas obras, en diálogo y acalorada discusión permanente, para crear algo nuevo que no obstante bebe de una tradición que por fin está bien aprovechada. A sabiendas de que el cine tiene que explotar sus armas, y no las de los demás, Villeneuve elimina algunos de los rasgos más significativos de la novela en que se basa, y los suplanta por algunos de la cosecha propia. No por capricho o desprecio, sino por pura necesidad, justamente por humildad, también, y, faltaría más, por clara manifestación de su maestría. Hablemos de Jake Gyllenhaal, pues, y de Isabella Rossellini y Sarah Gadon, de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, o de Nicolas Bolduc, o de Javier Gullón, o de Javier Gullón, por qué no. Poco importa. No hay distinciones porque no hay límites. Todo el mundo alcanza lo sublime porque todo el mundo está dirigido por unos autores igualmente sublimes. Conjugando de forma asombrosa el arte del montaje, de la fotografía, de la puesta en escena, de la planificación y de la interpretación delante de las cámaras, el politécnico Villeneuve, sobresaliente en todos los aspectos, nos sumerge en un sueño cuyas elipsis no hacen sino confirmar una continuidad terrible, cuyos diálogos y reflexiones en alto se empeñan en demostrar la máxima, completamente cierta, que reza que una imagen vale más que mil palabras. Lo hizo la literatura y ahora lo hace el cine. El lenguaje, el de cada uno, es llevado al límite. Hasta el infinito y más allá. Exageradamente sugerente en cada plano, como lo era el libro en cada palabra; en cada escena, como lo era la novela en cada capítulo. Podría ser todo una colosal excusa que nuestra atención no se aleje jamás de esta portentosa lucha de poderes. Entre cine y literatura, entre el hombre y la mujer, entre la identidad y la nada. Como sucediera con la aventura de Tertuliano y Antonio, el periplo de Adam y Anthony muestra una alergia virulenta a todo lo que se asemeje ligeramente a una interpretación racional de sus hechos. Puede ser desesperante, cierto, más cuando las piezas dispuestas por director y guionista, en vez de ayudar a resolver el hipnótico puzle planteado, parece que no hagan más que enredar, o incluso ampliar, la mesa sobre la que se desarrolla este juego tan desasosegante. Porque Enemy, al igual que El hombre duplicado, es el veneno hecho arte. Es una pesadilla existencial, sabiamente apoyada en los mecanismos del fantastique, y en la que el subconsciente es el principal infectado. Ubicada en una ciudad reconocible pero a la vez anónima. Híper-poblada pero a la vez amarillenta y polvorientamente desértica. Hueca y tremendamente hostil, es el escenario ideal para sentirse solo, para que lo físicamente gigantesco tome el protagonismo y evidencie la más terrible de las desazones. La pérdida de aquello que nos hace humanos, es decir, la pérdida del sentido del individuo. Nuestra existencia se sustenta, tal vez, y de forma más o menos consciente, en la certidumbre auto-inducida de que somos únicos, y en que no puede existir nadie como nosotros. Pero resulta que en algún rincón de la ciudad, híper-poblada pero a la vez deshabitada, se encuentra nuestro otro yo, confirmando que, horror, no somos más que la pálida copia de un modelo que ya existía. La Historia, no cabe la menor duda al respecto, se repite. A Denis Villeneuve y a ésta su casi perfecta obra maestra, les ocurre algo muy parecido. Son nuevas incorporaciones en la lista de sosias, pero en su caso, las noticias son excelentes, pues al fin y al cabo ésta era su intención final. El poder ocupar el asiento del maestro para convertirse en el propio maestro, el de poder demostrar que la mejor de las copias puede surgir, por qué no, de la creación más desbordante.

Nota: 10 / 10
Cinéfilos que han agradecido este tema: Wanchope
#3
Críticas de estrenos / Posesión infernal: Evil dead
27 de Marzo de 2013, 07:33:24 AM
Posesión infernal (Evil Dead)


SINOPSIS: Cinco veinteañeros se refugian en una remota cabaña donde descubren "El Libro de los Muertos" y sin ser conscientes de ello despiertan a los demonios que habitan en los bosques cercanos. Sucesivamente todos los jóvenes son poseídos menos uno, quien tiene que enfrentarse al mal y luchar por su vida.

CRÍTICA: En tu puta cara, maestro

El cronómetro estaba a punto de llegar a cero y al tablero le quedaba poquísimo para iluminarse. Faltaban pocas décimas para que se cumplieran los 48 minutos reglamentarios de juego y para que la gran final se diera por terminada. En aquel preciso instante, el marcador situaba al equipo local solo dos puntos por encima de su rival. El héroe de casa estaba a las últimas. Sabía que estaba viviendo sus últimos momentos como jugador profesional; sabía que debía quemarlo todo en un último esfuerzo... pero a esas alturas parecía que ya no quedaba más madera para arrojar a la caldera. O tal vez sí. Delante de él estaba, a punto de lanzar el balón, la nueva sensación de la liga. El número uno del Draft y rookie del año, el mismo que, para mayor deleite de los morbosos, había sido el favorito de entre sus alumnos; el mismo que, seguía teniéndole en un pedestal. Ahí estaba la motivación que tanto le hacía falta. Sin pensárselo dos veces, y viendo las intenciones ofensivas de su máximo rival en la pista, encontró la suficiente energía para elevarse más que nadie para evitar un mate... que igualmente se ejecutó.

La juagada fue espectacular. Por si fuera poco, vino con el bonus de la consecución del más prestigioso de los títulos, magnificado por la amarga retirada de una leyenda del deporte... y la consagración de alguien que aspiraba al mismo estatus. El episodio de marras fue más tarde bautizado como el ''In your face del siglo''; el gran ''en toda tu cara''; la humillación hecha canasta que en un principio dejó destrozado al maestro pero que, con el paso del tiempo, y con los ánimos más enfriados, llevó a la supuesta víctima a darse cuenta de que en realidad no era tal, al estar ahora seguro de que su legado sobreviviría, pues éste era ahora propiedad de un prometedor, joven y, sí, solidísimo talento. Así pues, no hay dudas al respecto: si el combate ha sido justo y el nuevo pretendiente al título ha alcanzado sus metas con deportividad, la vieja guardia puede retirarse batida pero no abatida; con la cabeza bien alta y con la más sincera de las sonrisas marcada en su cara.

La misma que debe apreciarse ahora mismo en el rostro de Sam Raimi, cineasta que tras un breve y más que bienvenido amago de volver a sus orígenes más tenebrosamente outsiders, ha vuelto a la gran pantalla con 'Oz, un mundo de fantasía', producto enmarcado en el centro de gravedad de un mainstream que busca contentar a toda la familia... para hacer lo propio con la taquilla. Pero al igual que el actor que protagoniza dicha cinta, la jugada tiene trampa. James Franco, encargado de dar vida al mítico mago, lejos de seguirle la corriente a la Disney (que se hace cargo tanto de los costes como, por supuesto, de los beneficios resultantes del espectáculo), aprovecha su tiempo libre para rodar marranadas como 'Kink' o 'Interior. Leather Bar', documentales dedicados respectivamente al sadomasoquismo y al mundo underground gay, en lo que supuestamente es una cruzada para normalizar en el cine las facetas más tradicionalmente censuradas del sexo.


Por su parte, Sam Raimi estrecha la mano del ratón Mickey... y con la que le queda libre va suministrando capital al gamberro de su protegido, de quien se enamoró -artísticamente hablando- a través unos cortometrajes en los que salían a relucir las cualidades cuya conjunción podía augurar la llegada de un nuevo elegido. Tanto en 'El cojonudo' como en '¡Ataque de pánico!' el uruguayo Fede Álvarez hacía gala de un gusto por el terror de serie B, de una mala leche, de una espectacularidad y, sobre todo, de una autosuficiencia (solo hallable en los directores de la rama ''self-made'', aquellos que, en definitiva, se parten el lomo cada vez que se ponen detrás de las cámaras) que con toda justicia le hacían merecedor de, por lo menos, la atención de un tutor de renombre. De alguien con el suficiente peso en la industria como para proporcionarle la oportunidad dorada de darse a conocer y reivindicarse ante el gran público.

Una vez establecido el vínculo sagrado entre sensei y alumno, había llegado la hora de concretar las reglas del juego; tocaba firmar el contrato con el que, si las cosas se torcían, podía ser el mismísimo diablo (lo mínimo que cabía esperar de alguien tan docto en las artes satánicas). Es lo que suele suceder cada vez que se intenta escalar un peldaño: si la operación sale bien, todo son -merecidas- alabanzas; si sale mal, el tropiezo hace que las esperanzas, incluso las mejores intenciones, caigan en el más estrepitoso de los ridículos. Y una vez tocado fondo, en el mejor de los casos, vuelta a empezar. Cuanto mayor sea el reto, mayor será la gloria... o más aparatosa será la caída. A firmar se ha dicho, pues... y que nos quiten lo bailao ¿Quién dijo miedo? Fede Álvarez desde luego no, seguramente porqué, al igual que el protagonista de uno de sus cortos, tiene los testículos como pelotas de baloncesto.

Al fin y al cabo, hay que tenerlos cuadrados para poner las manazas de novato sobre uno de los clásicos populares del cine de terror más idolatrados de la historia del cine... ¡y todo sin la carismática presencia -en calidad de actor, por lo menos- del también muy idolatrado Bruce Cambell! Hay que pisárselos para que además el material que supuestamente se está mancillando esté firmado por tu propio mecenas. Con esta peligrosamente atractiva carambola se nos presenta la 'Posesión infernal (Evil Dead)' del 2013, película que bajo el brazo también nos trae el longevo debate sobre los remakes. Ya estamos otra vez. Hollywood se ha vuelto a quedar sin ideas -menuda novedad- y con la excusa romántica de rememorar viejas batallitas coge la pala y exhuma el cadáver de la gallina de los huevos de oro de turno. Patético... Vale. Dicho esto, es de justicia recordar que más allá de esta en parte comprensible pose cinéfila se vislumbran unas excepciones que nos recuerdan que detrás de la avaricia de la maquinaria fílmica pueden aguardar recompensas a fin de cuentas mucho más satisfactorias.


¿O acaso no fue un lujazo descubrir, por ejemplo, a un tal Zack Snyder mientras renovaba y mejoraba -las cosas claras- a George A. Romero? Volviendo a nuestra querida 'Evil Dead' y dejando de lado el fanatismo que con todo merecimiento se ha ganado el material original, ¿acaso no es una gozada el que el alumno Fede le marque un ''In your face'' antológico al maestro Sam? Silencio. ¿El anticristo reencarnado emerge del fango si el remake supera (en diversión, en ritmo, en cotas de pánico...) a la película en que se basa? Por supuesto que no, y aunque los más nostálgicos puedan llegar a hacer ver que les duele en el alma, en el fondo habrán disfrutado tanto o más que el público joven que tenga en el primer largo de Álvarez su primer contacto con los bosques demoníacos de Tennessee. No en vano estamos hablando de una de las cintas de terror más disfrutables de los últimos tiempos (al final resultará que los responsables de marketing no siempre mienten, aunque no se les perdona el que sus impactantes tráilers den ganas de darse permanentemente de baja en lo que a avances se refiere).

Hora y media de metraje, una historia con un potencial inmenso y un capitán de barco que sabe lo que se hace. El que el director no intente en ningún momento reinventar ni aportar novedades significativas al género (es más, rara vez se separa de los postulados del manual / Necronomicón que tan bien se ha aprendido, sirva de muestra el que su propuesta sigue cabiendo en la enciclopédica 'La cabaña en el bosque', excelente filme de Drew Goddard -y Joss Whedon- que, para ser justos, tenía precisamente en la trilogía de culto de Raimi a una de sus más reconocibles fuentes de inspiración) no debe interpretarse como un síntoma de debilidad, sino como lo que realmente es: una muestra evidente de una inteligencia a priori insospechable en alguien de quien se podría decir que apenas ha empezado a dar sus primeros pasos. La sorpresa de su progenitor al ver que su querida criaturita empezaba a correr con apabullante gracilidad a las primeras de cambio seguro que la compartirá la audiencia con buen paladar para todos aquellos elementos que, bien combinados, consiguen algo tan difícil como que un sentimiento tan personal cristalice en una pantalla para convertirse en una penitencia / celebración colectiva.

Sustos, atmósferas que ponen los pelos de punta y, obviamente, sangre. Litros y más litros de hemoglobina se erigen en la punta de lanza de un espectáculo consciente de que los gustos de la audiencia hace tiempo que llevan trazando una escalada que exige que en una sala de cine se venda cada vez más pus, más vísceras, más huesos fracturados... en definitiva más carnaza, y como además resulta que el cliente se ha vuelto más exigente (es lo que tiene la sabiduría acumulada, que uno se vuelve cada vez menos impresionable), exige ver y, a ser posible, palpar a conciencia, la mercancía. Haciendo caso a la demanda, 'Posesión infernal (Evil Dead)' expone desde el principio todo el stock, abre las puertas del bufet libre y deja que los más famélicos se atiborren hasta decir basta. Ni falta hace decir que los que van con poca hambre, revientan antes de que esta traca continua ni siquiera haya hecho estallar la mitad de sus golpes de efecto.

Los más desinformados creerán que la fiesta es quizás un ataque aéreo que busca masacrarles hasta que no quede nada de ellos, pero resulta que las sirenas de alarma de bombardeo en realidad son las trompetas que anuncian felizmente un juicio final hecho a la medida de los más cafres. 'Posesión infernal (Evil Dead)' es obscena, malhablada, sucia y dolorosa. Es tan gratuita como coherente con el vicioso espíritu infernal por el que tan a gusto se ha dejado poseer. Es un ente directamente surgido del averno, nueva cumbre del gore, que aprovecha a la perfección el tiempo que se le ha dado para aterrorizar y divertir a partes iguales. Tiene un profundo respeto por sus raíces, pero consciente de las circunstancias totalmente diferentes en su concepción, se toma la libertad de modificar la fórmula original en todos aquellos aspectos epidérmicos (véase la conseguida trascendencia estética; la desdoblada solución para suplir la irreparable ausencia del bueno de Ash; el telón de fondo de la drogadicción juvenil, más que probable aportación de Diablo Cody en lo que es una excusa para el terror sencillamente genial; la sustitución del característico humor de Raimi por uno menos perceptible pero igualmente presente en lo pasado de rosca del conjunto) que proporcionan al monstruo el necesario lavado de cara para ser presentado -y amado- por las nuevas generaciones. La old school revitalizada. El remake perfecto; la horror movie que hacía tanto que esperábamos... el ''In your face!'' que encumbra a ese superdotado llamado Fede Álvarez y que, segurísimo, enorgullece al maestro Sam Raimi.

Nota: 7,5 / 10
Cinéfilos que han agradecido este tema: Wanchope
#4
Bueno, ahí va la "tradicional" :poss:

La vida después de la caverna

De repente, el fuego. Milagro. Donde antes había frío ahora había calor; donde antes había oscuridad ahora había luz. Los hombres se sentaron alrededor de tan maravillosa creación y se acercaron más y más para poder contemplarla mejor. Uno de ellos, en un arrebato de osadía, quizás también de avaricia, alargó la mano para hacerse con dicho tesoro. Una sensación horrible y jamás experimentada le mordió con la furia de los dioses todo el brazo. Gritos, confusión y movimientos desesperados para quitarse de encima aquella fuerza abrasadora. Durante la lucha contra lo invisible, la mirada se desvío hacia la pared. Bastó una milésima de segundo para que el pobre hombre se diera cuenta de que donde antes solamente había muros tan muertos como fríos, ahora había una curiosa figura que se movía tanto o más que él mismo. Cuando el dolor menguó y volvió a reinar la calma, el panorama en la cueva había cambiado radicalmente.

El fuego ya no era el centro de atención; había cedido todo el protagonismo a unas sombras que danzaban continuamente alrededor de la más agradecida de las audiencias, la misma que, sin saberlo, se iba consumiendo poco a poco en un encierro que, y éste es el consuelo de los necios, se había convertido en algo maravilloso. Pocos días después, la fiesta terminó, y ya solo quedaban sus ruinas: brasas humeantes, muros oscurecidos por el humo... y tres cuerpos que yacían inertes, enfriándose a marchas forzadas. ¿Moraleja? Muchas: no se puede vivir solamente en/de la ficción; el exceso de ilusión es nocivo; la representación distorsionada de la realidad, precisamente lo deforma -en el peor de los sentidos- todo. La más importante, quizás, y aplicada al caso que ahora nos concierne: hay que desapalancarse, desentumecerse los músculos... y la mente; hay que salir. Abandonar el confort de nuestro propio entorno y empaparnos del exterior.


Aceptar el riesgo de la aventura para así toparnos con lo potencialmente maravilloso; para así poder realmente vivir. Este último verbo raramente puede ser usado por los miembros la familia de cavernícolas de la película de animación 'The Croods', pues el miedo en su estado más puro (hablamos del temor a caer fulminado por un catarro, a ser devorado por un dientes de sable, a ser aplastado por un mamut...) ha regido sus vidas desde el mismo momento en que nacieron. Así no hay manera. Día sí día también pelean a muerte con cualquier tipo de criatura por el más insignificante bocado, vigilan con extrema cautela cada paso que dan, se lo piensan dos, o tres, o cuatro veces antes de tomar cualquier decisión y, por supuesto, a la mínima que se huelen el peligro, corren a encerrarse en su oscuro, frío, pero segurísimo refugio rocoso.

Pero si algo nos recordó este año la sociedad J.R.R. Tolkien - Peter Jackson es que no hay peor condena que el sedentarismo, más aún si éste va vinculado a una caverna que, como nos contó la comentada alegoría, a la larga, no tiene más que efectos destructivos sobre sus ocupantes. A mover el culo se ha dicho. Desde su trepidante prólogo, 'Los Croods' se reivindica en el concurridísimo escenario de la animación por ordenador con un ritmo endiablado y con un sentido de la espectacularidad que pone la más potente tecnología al servicio del infalible espíritu del slapstick clásico (algo similar a ver a los grandes maestros pioneros del séptimo arte reconvertidos en seres animados capaces de las más increíbles piruetas). Una delicia. El guión, firmado por los directores Kirk De Micco y Chris Sanders (¿para cuando el reconocimiento que merece este gran animador en la sombra?) es una sorprendente y muy eficiente máquina de sonrisas (a las que llega tanto el público adulto como, por supuesto, el más joven) en la que la inventiva visual y el humor ingenioso forman equipo para un divertimento espectacular, dinámico y con un excelente sentido aventurero.

Una odisea en familia y para toda la familia donde, qué cosas, hasta el 3D da señales de vida (aunque para ello nos tengamos que haber remontado hasta la mismísima prehistoria, período en el que, por cierto, los más románticos sitúan los mismísimos orígenes del cine). Nicolas Cage, por su parte, quien pone voz al torpón papá Crood, declaró en la rueda de presentación del filme en la Berlinale que le gustaría -por qué no, ya puestos...- rodar un musical. Visto el incomprensible éxito del último trabajo de Tom Hooper, alguien debería ir pensando en registrar ya el título de ''El miserable''. Inmejorable para hablar de este tristón e histriónico troglodita, tan atrapado en su propia caricatura que no hay dibujo animado que oculte su huella, pero que por mucho que se vea obligado a nadar en las fétidas cloacas de la sucia industria (cosas de confiar las cuentas personales a la persona menos indicada), de vez en cuando, ha quedado claro, se las ingenia para que su (auto)mutilado encanto salga a la superficie. ¿La mejor película en años del bueno de Nic? Sin duda, pero para conquistas realmente meritorias, 'Los Croods' puede lucir en el escaparate de la DreamWorks como uno de sus productos más logrados; además de (y a pesar de no llegar, ni mucho menos, al nivel de obra maestra... básicamente porqué no lo quiere; porqué sabe a lo que juega) como una solidísima razón para volver a creer en las alternativas en la liga presidida por la mastodóntica sociedad Disney-Pixar.

Nota: 7 / 10
Cinéfilos que han agradecido este tema: Wanchope
#5
Críticas de estrenos / Mary and Max
24 de Noviembre de 2009, 09:58:59 AM
Mary and Max


SINOPSIS: La cinta narra la historia de una gran amistad forjada desde hace años a través del correo, donde están involucrados dos seres muy diferentes físicamente pero muy iguales en sus sentimientos de soledad. Por un lado una niña de 8 años de Melbourne, y por otro Max Horovitz, un hombre adulto con obesidad mórbida que vive en Nueva York.

CRÍTICA: Mi querida Mary; Mi querido Max

Mary Daisy Dinkle es una niña australiana de ocho años cuya vida no es precisamente un cuento de hadas. Traumatizada por la mancha de nacimiento "del color de la caca" que tiene en la frente, no ayudan demasiado a mejorar su existencia su padre, consumido amante de la taxidermia, y su madre, alcohólica empedernida pasiva-agresiva. Cuando parece que nada en su vida merece la pena ser recordado, por casualidades del destino entablará amistad con otro ser marginado: Max Jerry Horovitz, un judío neoyorquino obeso con síndrome de Asperger. A través de cartas cada vez más íntimas, Mary y Max irán creciendo y compartiendo sus confidencias.

Viejas, imperfectas y ahora extinguidas máquinas de mecanografía se convierten en el vínculo entre dos seres torturados pero encantadores. Un punto de partida que puede parecer algo desfasado, pero que en realidad es un acierto total, al estar éste en perfecta sintonía con la actualidad más rabiosa, en la que la "red de redes" permite que cada día se conozcan personas que habitan en los lugares más recónditos del planeta y que nunca antes se han visto. Todo ello puede interpretarse entonces en clave de visión romántica de los actuales e indudablemente más fríos chats virtuales, poblados por gente que seguramente no tenga absolutamente nada en común. Afortunadamente, este último punto no coincide con el caso de los dos entrañables protagonistas de esta película de animación definitivamente no apta para menores.

La estética y el más bien poco virtuoso uso de la stop-motion delatan -por si no lo habían hecho ya los personajes y las circunstancias que les envuelven- el gusto de la cinta por el feísmo, así como la voluntad de retratar una realidad que como tal, es desagradable, incómoda, obscena... pero no por ello fascinante, y endiabladamente divertida. Para conseguir este paradójico efecto, Sam Elliot repite la fórmula que en el año 2003 le llevó a ganar el Oscar al mejor cortometraje de animación. En 'Harvey Krumpet', el director australiano se centraba en la peculiar vida del no menos peculiar personaje que daba título a aquel auténtico diamante en bruto de apenas veinte minutos de duración. Se trataba de un hombre con síndrome de Tourette que, debido a su nula comprensión -o particular visión- de la sociedad, se veía obligado a apuntar constantemente en una libretita los Hechos ("Fakts" en la versión original) que le ayudarían a comprender el mundo que le rodeaba. Un esfuerzo que caía en saco roto, pero que obviamente ayudaba a conectar con el bueno de Harvey, y a descubrir el humor de Sam Elliot.

Seis años después abandonamos el síndrome de Tourette y abrazamos el de Asperger. En forma y contenido, pocas cosas han cambiado bajo el sol australiano, ya que en todo este tiempo, Elliot ha aportado escasas novedades a su discurso... y ni falta que hace. Aquella máxima que tanto se oye en el mundo del fútbol cobra sentido en 'Mary and Max': "si una cosa funciona, no la cambies." Aquel multipremiado cortometraje funcionaba como un reloj suizo, y su correspondiente "prolongación" también lo hace. Buena parte de la culpa la tiene un guión magistral que por ritmo, planteamiento y substancia recuerda a la primerísima etapa de Woody Allen. Es por ello que no deben sorprender las continuas referencias a temas sexuales, religiosos o patológicos, todos ellos enfocados siempre desde una perspectiva irónica y con elevados niveles de acidez. Porque sí, hablar del abandono, del bullying o de la muerte, con una sonrisa en la cara, no es sólo posible, sino que además es un ejercicio muy saludable.

Normal que una de las mejores experiencias cinematográficas del año la ubique en aquella abarrotada sala de proyección del Festival de cine de Sitges en la que tuve ocasión de descubrir esta joya, y en la que el patio de butacas se convirtió en un océano imparable de carcajadas. Lo que antes eran "Fakts", ahora son cartas cargadas de humor gamberro, pero altamente ingenioso. Son estas cartas el verdadero motor narrativo de la historia, tanto que llega un punto en que el conjunto peligra debido al excesivo regodeo de Elliot en el bombardeo de gags. Por un momento parece que todo sea una gran excusa para lapidarnos a base de chistes que hacen gala de una -sanísima- mala leche, pero que a la vez se hacen cada vez más inconexos. Afortunadamente se trata de una impresión errónea (y aunque no lo fuera, seguiría siendo difícil criticar la propuesta, ya que, al igual que las hipnóticas notas del Perpetuum Mobile que nos acompaña durante buena parte de la travesía, uno no se cansa nunca de escuchar lo que tienen que contarnos Mary y Max).

La prueba de que el director persigue en realidad metas más ambiciosas está en la prodigiosa manera de retratar la relación epistolar (y sobretodo su evolución) entre los dos protagonistas. Algo similar a aquella relación a distancia, claramente más unilateral pero igualmente maravillosa, entre el personaje de Jack Nicholson y su querido Ndugu en 'A propósito de Schmidt'. La incredulidad y los titubeos iniciales hacia "el otro" van dando paso a una confianza que acaba derivando en un apego que ilustra a la perfección lo que significa la amistad: un tesoro, un refugio, un bote salvavidas que no obstante, puede tornarse en una peligrosa arma de doble filo. Elliot sabe de lo que habla, y lo hace con solidez y maestría; con ternura y emoción a flor de piel, pero sin caer nunca en sensiblerías ni usar atajos fáciles. No queda pues otro remedio que reverenciar a este torrente de la inventiva... y a su cerebro, un ya más que consolidado y excelente comprendedor del alma humana.
Cinéfilos que han agradecido este tema: Wanchope