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IN A LONELY PLACE (En un lugar solitario- Nicholas Ray, 1950)"No venís lo bastante al cine... Aquí resolvemos cualquier crimen en menos de dos horas..."En 1969 Ian & Elizabeth Cameron publicaron en el Reino Unido un libro titulado "Broads", vocablo inglés que, aparte de hacer referencia al volumen o a la anchura, también tiene una connotación despectiva para ciertas chicas a las que en castellano les aplicaríamos apelativos como "tipa" o "pájara". Las "broads" eran mujeres de extracción humilde, verbo afilado, sexualidad desinhibida, moralidad elástica, materialismo aquilatado, bondad soterrada y un extraño código de dignidad que les llevaba con frecuencia a pagar con su vida el precio de sus "desvergonzadas" conductas. Si ha habido una "broad" de manual en la época dorada de Hollywood, está ha sido Gloria Grahame. Cuando en CROSSFIRE, un soldado le pregunta por qué trabaja en un club de alterne, ella, aburrida, le responde: "Para reírme, querido... para reírme...". Pues bien... así son y así hablan las "Broads".
Tras una breve aparición en IT'S A WONDERFUL LIFE (¡Qué bello es vivir!-Frank Capra, 1946), la trayectoria de Gloria Grahame ascendió un peldaño con su disolvente irrupción en CROSSFIRE (Encrucijada de odios –Edward Dmytryk, 1947) interpretando a Ginny, un personaje hipnótico en una película excepcional, de negritud inabarcable, en la que con dos escenas memorables obtuvo su primera nominación a los premios de la Academia. Cinco años después, con otro trabajo fulgurante de tan solo 9 minutos y 32 segundos, obtuvo el Oscar a la mejor actriz de reparto por THE BAD AND THE BEAUTIFUL (Cautivos del mal - Vincente Minnelli, 1952) y consiguió iluminar, cual relámpago, una representación coral que ya sin ella era perfecta. Protagonizó junto a Lee Marvin un par de hirvientes escenas cafeteras a las órdenes de Fritz Lang en THE BIG HEAT (Los sobornados, 1953), película donde pronunció otra frase para la posteridad "Yo he sido rica y he sido pobre. Y, créame,... ser rica es mejor...". Las secuencias de los pucheros en ebullición pasaron a la historia y siguen siendo dos de los momentos más populares de la actriz respecto de los cuales el realizador dejó también impresa su opinión: "Si uno hace las cosas muy convincentes, la gente se las cree. Me pregunto cuántas mujeres han arrojado café caliente sobre la cara de sus esposos y al sentirse decepcionadas con el resultado dijeron: 'Lang es un director asqueroso'..."
 
En todas las obras reseñadas, las apariciones de Gloria Grahame comparten su naturaleza desestabilizadora. Su influencia recuerda metafóricamente a la "rueda de disturbios", una pieza esencial en el engranaje regulador del reloj de cuerda. El ingenio consta de una espiral metálica vinculada a un volante de equilibrio que, al oscilar, libera la energía del resorte principal que determina tanto la velocidad como la precisión del aparato. La lisérgica Gloria Grahame es, en cine, la pura encarnación del disturbio, la serpentina propulsora de las reacciones mecánicas que sacuden a los personajes mientras orbitan a su alrededor... como insectos volando en torno a una bombilla. Su figura mítica, en cuyos aledaños siempre se fueron acumulando extrañas turbulencias, se ha convertido con el tiempo en un objeto de culto  y, en 2017, la actriz llegó a ser encarnada por Annette Bening en la película de Paul McGuigan FILM STARS DON'T DIE IN LIVERPOOL.
Puede que las estrellas de cine no mueran en Liverpool, pero ¿Qué es una estrella del cine...? ¿Qué cualidades hacen sobresalir a un rostro aparentemente normal hasta convertirse en un icono cuyas dimensiones crecen durante el hecho material de la proyección fílmica? Antes incluso que el teatro, el primer antecedente del cine fue la pintura, disciplina en la que,  desde muy temprano,  se anticiparon ya formatos más o menos cuadrangulares y panorámicos de distinta proporción. En el Paleolítico Superior, la oscuridad de las cuevas, como más tarde la de las salas de cine, le ofreció su primer escaparate. Al principio, igual que en el cine también, fueron los paisajes, los animales, las escenas de caza,... la acción, el movimiento en fin. Los rostros vinieron después. Obviando el arte escultórico y los 23.000 años de su Dama de Brassempouy, el primer retrato pictórico conocido no fue el de una persona, sino el de un cerdo verrugoso pintarrajeado hace 450 siglos en una gruta de la isla de Célebes, en Indonesia. Hubo que esperar al imperio persa para contemplar por primera vez los rostros de los reyes reproducidos gráficamente en las monedas... y luego a los egipcios que pusieron de moda los obeliscos, los andares de perfil, las propinas, los suicidios por mordedura de serpiente, los gatos y los retratos funerarios. Con la irrupción del rostro en el cine, entra violentamente en juego el concepto de "Fotogenia" acuñado por los impresionistas franceses y reformulado por Jean Epstein, quien lo identifica como "cualquier aspecto de las cosas, de los seres o de las almas que aumenta su calidad moral a través de la reproducción cinematográfica". El hecho de creer que la imagen proyectada en la pantalla puede sacar a flote, por ese mismo hecho, una serie de aspectos metafísicos que para la visión normal quedan ocultos y que dicha revelación puede incrementar la espiritualidad de esa imagen la cual, de otro modo, podría pasar inadvertida, resulta una idea en verdad audaz. En esa misma línea, fulgurantemente trazada sobre el perturbador argumento de la iridiscencia, esta cualidad "sobrenatural" de ciertos objetos fílmicos otorga plena carta de naturaleza a la afirmación esgrimida por el semiólogo Roland Barthes en el capítulo de su libro MYTHOLOGIES (1957) titulado "El rostro de la Garbo", al declarar que dicha esfinge, inmune al paso del tiempo "...representa ese momento inestable en que el cine extrae belleza existencial de una belleza esencial"
 
Algunas películas, como IN A LONELY PLACE, pueden forzarnos a alterar, súbita y abruptamente, nuestros rankings frágilmente consolidados durante años, obligándonos a desplazar la línea que separa lo imprescindible de lo meramente aceptable. Al contemplarlas, reflexionamos acerca de lo que hemos consumido con cierta complacencia y de aquello que en el futuro ya no estamos dispuestos a aceptar de ninguna manera. Son instantes esenciales que, aunque nos abren la mente, nos restringen para siempre el ámbito de movimiento, señalizando en rojo antiguas zonas que ya no vamos a volver a transitar porque nuestra vista ha enfocado algo vigorizante que hace que buena parte de lo pretérito ya no nos satisfaga. IN A LONELY PLACE es un largometraje enraizado en el amor incondicional por el detalle y por el exquisito pulimento de sus aristas más rugosas, pero también un homenaje explícito a la fotogenia del rostro de Gloria Grahame. Nicholas Ray, el romántico cineasta dotado con un raro instinto para excavar con ternura incluso en los divertículos más contradictorios de la personalidad humana, nos ofrece una vibrante exhibición de empatía hacia sus trágicos protagonistas apoyándose en una austeridad de medios que en modo alguno degenera en omisión. El resto corre a cargo de la claroscura fotografía de Burnett Guffey, totalmente volcada en el desequilibrante y poco convencional rostro de una actriz inspirada que sobrevuela con pasmosa naturalidad los estratos más elevados de la atmósfera y cuya presencia ilustra a la película alcanzando unas cimas estéticas difícilmente compatibles con la mera condición humana...  El titilante personaje de Laurel Gray, interpretado por Gloria Grahame en IN A LONELY PLACE, adquiere, gracias al poder de la imagen en la pantalla, características incrementadas no solo por el aparato artístico de los estudios Columbia, sino por los focos aun más potentes de la imaginación del espectador, estimulada por el destello surgido de esas mismas luces. Pero lo que hace que un rostro común se convierta en el de una estrella no depende tan solo de la incandescencia procedente de los reflectores y del efecto multiplicador de la lente de la cámara, sino de una lumbre interior que solo el hecho cinematográfico es capaz de arrastrar a la superficie y que se tiene o no se tiene... pero que en ningún caso ni se aprende ni se entrena.
 
Jean Epstein apelaba de forma directa a nuestras emociones y afirmaba que "Desde que dejó de ser un hermafrodita de ciencia y arte y este último sexo lo conquistó por completo, ante el cine quedamos desamparados" En IN A LONELY PLACE, el personaje de Dixon Steele, encarnado soberbiamente por un Humphrey Bogart más rocoso y ambiguo que nunca, sucumbe al desamparo, como millones de espectadores, se rinde ante el resplandor de la estrella y le dedica a Gloria Grahame las palabras más hermosas y también las más tristes: "...Nací cuando la besé; morí cuando me abandonó; viví unas semanas mientras estuvo a mi lado."