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CINÉFILOS => Cine clásico y contemporáneo => Mensaje iniciado por: Supraphon en 31 de Julio de 2025, 10:23:30 AM

Título: Encrucijada de odios (Crossfire, 1949)
Publicado por: Supraphon en 31 de Julio de 2025, 10:23:30 AM
(https://pics.filmaffinity.com/crossfire-128569752-large.jpg)

CROSSFIRE (Encrucijada de odios- Edward Dmytryk, 1947)
https://www.filmaffinity.com/es/film743699.html

"Los ignorantes siempre se burlan de lo que es diferente, de lo que no entienden. Les temen a las cosas que no comprenden. Acaban odiándolas [...] El odio puede terminar matando a hombres por el simple hecho de llevar corbatas a rayas..."

No existe constancia fehaciente de un momento concreto en el que se pueda fechar el nacimiento del "off-screen" o "fuera de campo" como técnica cinematográfica, aunque se sabe que la pionera directora francesa Alice Guy experimentó, siquiera de forma muy rudimentaria, con la posibilidad de sugerir cierto tipo de acción situada fuera del encuadre a finales del siglo XIX, en alguno de sus cortometrajes. El "fuera de campo" permite sugerir lo prohibido, lo irrepresentable catalogado como tal por los códigos de censura, pero también actúa como un estímulo en la imaginación del espectador y potencia su curiosidad, su deseo de introducir la cabeza dentro de la pantalla para ver de primera mano lo que está sucediendo fuera de los límites del plano... La breve secuencia inicial de CROSSFIRE, uno de los comienzos fílmicos más potentes y angustiosos que se han rodado, convierte al "fuera de campo", a lo que no se ve allí en donde debería verse todo, en un ingrediente central del espectáculo y en una muestra palmaria de la fuerza del cine más allá de la mera imagen, poniendo en cuestión la importancia de esta y dejando claro que lo que se insinúa es, con frecuencia, mucho más intenso y eficaz que lo que se muestra abiertamente. Seguro que hay multitud de ejemplos más, pero esa apertura de CROSSFIRE, obra tenebrista con reminiscencias de pintores como Caravaggio o Daumier, a quienes el director admiraba, es uno de los que más me han impresionado , uno de los múltiples, constantes y sordos impactos condensados en los parcos límites de una película como ésta... barata, contundente, proteica y sin concesiones.

Con un presupuesto financiero escuálido, CROSSFIRE se zambulle de cabeza en el pozo de las tinieblas mediante un quirúrgico examen del odio expresado en muchos aspectos todavía de incomprensible actualidad, a pesar de todo el tiempo transcurrido. El odio racial de manera directa, si... pero también la homofobia en una de sus variantes más contradictorias como es la de la homosexualidad reprimida que deriva en violencia despiadada... En el cine norteamericano clásico, de naturaleza conservadora y tradicional en sus planteamientos generales,  se ha hablado, sino con soltura, si con algo más de comodidad de racismo que de homosexualidad, tema este último al que se aludía siempre en forma de eufemismos y circunloquios lo menos explícitos posibles. De hecho, la novela del también cineasta Richard Brooks en la que se basa la película centra el tiro expresamente en la cuestión homosexual, pero en el cine de aquella época había líneas que aun no se podían ni cruzar ni pisar... Este largometraje de Edward Dmytryk no es una excepción y el controvertido tema se aborda de manera oblicua, pero hay mucha carga de profundidad homosexual en CROSSFIRE, película en todo caso poco proclive a sutilezas que no sean las estrictamente necesarias para evitar al público realidades y precipicios demasiado inasumibles. CROSSFIRE, en apenas 80 asfixiantes minutos, no deja títere con cabeza aproximándose de forma temeraria a los límites de lo innombrable y no deja de ser curioso que en una película en la que aparece un actor tan carismático como Robert Mitchum, su personaje quede eclipsado por el mejor trabajo en la carrera de Robert Young, y por las presencias subterráneas y telúricas de una babilónica Gloria Grahame - cuya entrada en escena ("Me llamo Ginny porque soy de Virginia...") se produce entre brumas arropada por el sonido de un estridente acorde de trompeta-  y sobre todo de un hiperdominante Robert Ryan... aterrador en su realismo y en su maldad. Todo ello envuelto en una austera "low key lighting", el estilo de "iluminación desde abajo" empleado por el operador J.Roy Hunt, un histórico que en el momento de rodar la película había cumplido ya 63 años y cuyos primeros trabajos tras la cámara se remontaban a la época de los orígenes del cine americano.

Sin incurrir en spoilers no deseados, es también imperdible y digno de reseña aparte, el fugaz y desconcertante personaje interpretado por Paul Kelly, a mitad de camino entre la comedia patética y el drama absoluto... Un personaje gaseoso y fantasmal, en constante proceso de evaporación, tratado con enorme empatía... dificilísimo de abordar en su aparente simplicidad y capaz de transmitir a partes iguales lástima y desbarajuste sin caer en ningún momento ni en el ridículo ni en la burla.

En su cuento ULRICA, Jorge Luis Borges viene a afirmar que el hábito narrativo consiste básicamente "en intercalar rasgos circunstanciales y en acentuar los énfasis". Nada de ello sucede en CROSSFIRE, una historia compleja narrada en un solo trazo y expuesta con herramientas particularmente simples para sonrojo de muchos cineastas, demasiados, que en sus desarrollos se empeñan en marear la perdiz iniciando sus películas desperdiciando minutos con planos en negro y con largas y antiestéticas escenas de personas sentadas en sus urinarios o de insulsas familias neoyorquinas desayunando en grandes mesas repletas de cereales y zumos de naranja mientras hablan de cosas insustanciales. CROSSFIRE empieza y termina con violencia e ímpetu, aprovechando a fondo el poco espacio del que dispone y tratando temas de enjundia de manera directa porque no hay ni un instante que perder. El artesanal y económico rodaje en estudio, una vez más, sirve para dotar a la historia de un envoltorio adecuadamente opresivo.  La falsa ciudad de cartón piedra reconstruida en los aprovechadísimos decorados de la RKO hierve en la noche artificialmente desfigurada por los focos y, como diría el novelista Ross MacDonald, se alza como una amenaza implacable, igual que "una sustancia viviente dotada del poder de herir y ser herida".