(https://www.tuposter.com/pub/media/catalog/product/cache/71d04d62b2100522587d43c930e8a36b/l/a/la_caja_de_pandora_1929_poster.png)
DIE BÜCHSE DER PANDORA (La caja de Pandora - Georg.W.Pabst, 1929)
https://www.filmaffinity.com/es/film329016.html
"Estás bajo el muérdago... Debes dejarte besar..."
En 1955, el director de la Cinemateca Francesa, Henri Langlois, tomó la decisión de incluir, como resumen y símbolo definitivo de toda una época, una imagen de la actriz norteamericana Louise Brooks en el poster promocional para los actos conmemorativos del 60 aniversario del nacimiento del cine... En 1991 el grupo musical Orchestral Manouvers in the Dark también dedicó su canción "Pandora's Box" incluida en el álbum "Sugar Tax" a la bella actriz norteamericana y en 2009 el dueño de la revista PLAYBOY, Hugh Heffner, financió de su propio bolsillo la restauración digital de la versión íntegra de LA CAJA DE PANDORA , con motivo de la cual, la crítica del diario británico The Guardian afirmó, no sin razón, que si alguna vez hubo una actriz nacida para ser fotografiada en blanco y negro, esa mujer era Louise Brooks, admirablemente retratada en esta obra por la pupila exquisita del operador Günther Krampf. Tantos homenajes y tan dilatados en el tiempo no pueden ser fruto de la casualidad. La perfección del cine mudo alcanza en este largometraje uno de sus puntos más álgidos. La película está impecablemente iluminada, cortada y editada, sin albergar el menor fallo. La gesticulación de los actores se depura hasta el extremo, desterrando el manierismo de sus no tan lejanos orígenes y reduciendo al mínimo el empleo de los intertítulos. Las distintas apoteosis de la historia, repartidas proporcionalmente a lo largo de los ocho actos del drama, se cocinan de manera paciente y meticulosa para alcanzar su máxima eficacia. Casi un cuarto de siglo más tarde, en el largometraje THE BAD AND THE BEAUTIFUL (Cautivos del mal- Vincente Minnelli, 1952) , el director Von Elstein, interpretado por Ivan Triessault, desarrolla un catecismo del oficio que muy bien podría aplicarse a la sabiduría de G.W Pabst en la elaboración de esta tragedia; "Toda escena podría ser un clímax. Si fuese así yo sería un mal director y me gusta pensar que estoy entre los mejores. Una película llena de clímax se desmorona. Hay que llegar a una culminación y a veces a ésta se llega muy lentamente..." Todos los "vicios" propios únicamente de la mentalidad de la época y otros muchos que no conocen de modas ni discriminan periodo alguno, ya que forman parte de la misma identidad del hombre, desfilan ante nuestros ojos uno tras otro: prostitución y chantaje, lesbianismo y alcohol, proxenetismo y asesinatos en serie, ... hampa e inframundo, ... cabarets y casinos flotantes... El personaje de Jack el Destripador, encarnado hasta la médula por Gustav Diessl, es un verdadero hallazgo y nos anticipa ya al patético "Vampiro de Dusseldorf" que Fritz Lang construirá dos años después. La actuación de Louise Brooks, auténtico hito del trabajo actoral privado de la herramienta de la palabra, consigue transmitir un alto poder de perturbación gracias a una extraña mixtura de belleza, peligro, picardía e inocencia que causa verdaderos estragos a su alrededor pese a la involuntariedad de su portadora y que recoge, quizás involuntariamente, el guante de un fragmento insertado por Victor Hugo en su novela EL HOMBRE QUE RIE (L´homme qui rit,1869): "Nada es tan temible como las cosas oscuras a las que se llega por pendientes imperceptibles."
Lulu, uno de los mitos literarios occidentales, al estilo de Don Juan, de Fausto o de muchos de los grandes personajes de las tragedias griegas, es una criatura fascinante que con su apariencia transatlántica goza en abundancia de todo lo que se puede esperar de una chica que parece extraída de una metrópoli en la que los niños patinan en invierno sobre lagos helados y los taxis están pintados de color amarillo. Ella revolotea entre los hombres como un colibrí en medio de una selva de flores colgantes, y al igual que esas pequeñas aves tropicales maneja la asombrosa facultad de retroceder en pleno vuelo sin necesidad de darse la vuelta. Sus damnificados la contemplan como una imagen multiplicada en el laberinto de un circo de espejos mágicos y nunca llegan a saber cuál de esos reflejos es el que se corresponde con la realidad. La interpretación de Louise Brooks transmite ese carácter poliédrico tan típico en las personas que se hacen fuertes dentro del resbaladizo concepto escondido bajo el nombre de "término medio" y que no es un punto equidistante en el centro de la línea de la vida, sino un elemento portátil que ella mueve a la derecha o a la izquierda de esa línea según su conveniencia, lo que la lleva a caer en desconcertantes y encantadoras contradicciones. Su presencia se anuncia telepáticamente, como si todos los rincones de la ciudad estuviesen conectados a sus tobillos mediante unos circuitos invisibles de detección sísmica. Segundos antes de aparecer ya se puede escuchar un indescifrable tintineo, como si su vida fuese un rutilante carrusel lleno de campanillas y de flores esmaltadas con los colores de la bandera americana en mitad de una Alemania de entreguerras que camina ciegamente hacia el abismo. A su lado todos los demás personajes de la película parecen individuos mediocres sepultados por un alud de tribulaciones y conflictos, estragados por el angustioso peso de la incertidumbre, derrotados por la afilada guadaña de las esperanzas destruidas y aplastados por el implacable mazo de la normalidad. Los hombres que sucumben a sus pies viven prisioneros de una veneración que les lleva a vivir arrebatos de euforia en los que se construyen falsas esperanzas basadas en los más pueriles indicios, más en el fondo de sus corazones torturados saben que esas aventuras calamitosas tendrán, en el mejor de los casos, una duración tan breve como la de un nombre escrito torpemente sobre la arena de la playa y borrado por la espuma de las olas. El pefumado aliento de Lulu hace que la presión atmosférica se desplome, que las isobaras se junten de manera súbita y que los vientos comiencen a girar abruptamente en el sentido contrario a las agujas del reloj: todo lo que cae bajo su área de influencia queda irremediablemente arrasado... ¿pero quien puede culpar a la naturaleza, que carece de consciencia alguna, de las catástrofes y calamidades que provoca...?
El poder fascinador de la imagen filmada en el contexto histórico de hace 100 años no es el mismo que el de hoy, regido por un entorno absolutamente saturado de proyectiles cinéticos expuestos no solo ya en los formatos clásicos de la pantalla grande y de la televisión sino en todo tipo de dispositivos electrónicos accesibles al alcance de cualquiera, como herramientas de uso cotidiano y no siempre responsable. Transcurrido casi un siglo desde entonces, el trabajo de la actriz, ejecutado con una naturalidad desprovista de todos los excesos habituales en la gestualidad muda de su tiempo, mantiene un poder de sugestión, de seducción y de permanencia capaz de competir con cualquiera de los impactos a corto plazo que las plataformas audiovisuales producen a escala e intervalos masivos para el consumo y desecho automático de millones de personas adictas de nuevos estímulos cada cinco minutos y que, a pesar de su agresividad y de su estrépito, nunca parecen dejar satisfecho a casi nadie y con casi nada...