Buscador

Twitter Facebook RSS

'Begin Again': Cuando la industria (re)encontró al arte

Vía El Séptimo Arte por 31 de julio de 2014

A ella su novio, que es un mierdas (pero que en el fondo, es tan, tan adorable...), la ha dejado triada. No es que se haya apagado la llama, es que ésta ha sido reavivada por el aliento de otra golfa. Lo peor es que el muy cabrón se ha decidido a cambiar de aires justo ahora que estaban empezando una nueva vida en tierras extranjeras. Para el ya ex, ha sido facilísimo: las cosas le van bien no, lo siguiente. Le sobra el apoyo para éste y todos los giros bruscos de timón que hagan falta. Así cualquiera. Para ella la cosa es diferente. Su arte no termina de germinar, y en este nuevo entorno está más sola que la una. El pozo la espera. En la otra punta de la Gran Ciudad, a él las cosas no le van mucho mejor. A los años de vida familiar ruinosa que tanto pesan sobre sus espaldas, cabe añadir una cada vez más intensa dependencia a cualquier bebida alcohólica que tena una graduación igual (o, a ser posible, superior) a veinte. Por si fuera poco, su socio (fundador, como él) en el sello discográfico en el que trabaja acaba de echarlo a la -puta- calle porque al parecer ha perdido el olfato para detectar a los nuevos talentos musicales.

Tanto la primera historia como la segunda hablan, por cierto, de exactamente lo mismo. Esto es lo que hace de 'Begin Again' una película mucho más interesante de lo que en un principio podría parecer. Al igual que la protagonista femenina de su nuevo trabajo, el irlandés John Carney desembarca por fin al sitio del mundo donde supuestamente se tiene que estar si a lo que se aspira en esta vida es a un mínimo de grandeza. El escenario, Nueva York, la capital no-oficial (pero reconocidísima) de este planeta; la -única- compañía apriorística, la de una música que en el pasado le dio una fama a la que, vengas de donde vengas, después cuesta horrores renunciar. Y es que a pesar de todos los aspectos reprochables (y no eran pocos) de aquel boom titulado 'Once', lo cierto es que conseguía fácilmente la redención (incluso el cariño) con un excelente aprovechamiento de una partitura que no se quedaba en el mero decibelio, sino que se elevaba hasta trascender como principal excusa narrativa de una (admitámoslo) bonita relación de amor. Resistirse a tanto encanto era un acto que casi sólo podía catalogarse de falsedad.

Y nos encariñamos, sí... mientras Glen y Marketa saboreaban las mieles de un amor que parecía escrito en las estrellas. Hasta que llegó lo inevitable. La realidad. Cinco años después, el cuento de hadas murió, por así decirlo, con 'The Swell Season', documental que se convirtió en el complemento perfecto para todos aquellos que nunca han terminado de creer en la magia. En este aspecto, es interesante constatar cómo todos los sucesos mínimamente relevantes de 'Begin Again' son vividos (o causados) por dos personas que a pesar de su disparidad en la procedencia, rasgos aparentemente definitorios y otros aspectos que tanto importan cuando se trata de juzgar la superficie, comparten lo que al fin y al cabo más importa: una relación de lo más tempestuosa con la música, que como bien sabemos, es arte, pero también industria. ¿Hay magia? Sin duda... hasta que los dioses del business se conjuran para que deje de haberla. El amor y el odio; el odio y el amor, se suceden constantemente. Primero viene uno... para poco después dejar paso al otro. Y vuelta a empezar. Como la vida misma.

'Begin Again' es, a fin de cuentas, la historia de cómo Dan (quien después de ser arrollado por la industria, siente la necesidad compulsiva de reencontrarse con un arte olvidado) encontró a Gretta (quien ve cómo la autenticidad de su arte está a punto de ser saqueada y falseada por esa misma industria). Si fuera un lanzamiento musical, de él podría decirse que tiene tracks que, simplemente, no funcionan, pero como álbum deja buen sabor de boca. Mucho mejor cuando Mark Ruffalo y Keira Knightley comparten escena. Entre ellos hay química, buen rollo contagioso y es como si de algún modo el carisma de uno se alimentara con el de la otra, y viceversa. Hablar de comedia romántica, aunque no del todo falso, sería caer en lo fácil, pues lo que hace Carney es servirse de la etiqueta, y no definirse en ella. Como sucede siempre con, por ejemplo, Judd Apatow (quien por cierto ejerce en esta ocasión de productor). El manual está ahí, y se sigue en determinados momentos, pero nunca se hace con el control absoluto.

Sumamente agradable en los aciertos, cercano a lo vergonzoso en los pocos tropiezos, su autenticidad debe cogerse con pinzas (esas sesiones de grabación outdoors, esa ''float dance party'' improvisada entre Kightley y Ruffalo...), lo cual, por otra parte, no hace sino reforzar el carácter inquietantemente bicéfalo del mundillo retratado por el director y cineasta. Es algo así como una canción escrita-en y pensada-para la intimidad... convertida en una bomba emocional para las masas, a punto de ser detonada por ese criminal musical llamado Adam Levine. El pentagrama, ya lo ven, convertido en un hilo conductor (casi en una razón de ser) de lo más pegadizo. Industria y arte se (re)encuentran, se dan una breve tregua de sus rencillas y disfrutan momentáneamente de su mutua compañía. El producto resultante sabe cuándo sonreírle a lo comercial y cuándo dedicar su mejor cara a lo más personal; también cuándo ponerse agresivo (sin pasarse) tanto con uno como con lo otro. En otras palabras, sabe cómo dejar las cosas claras sin necesidad de ponerse desagradable (cuando en muchos tramos ésta parecía la mejor opción), pero sobre todo va sobrado a la hora de ponerse al espectador en el bolsillo, ya haya venido éste por sus filias con el folk más auténtico, o por el pop más pervertido.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

< Anterior
Siguiente >