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'Boyhood (Momentos de una vida)': La vida de Mason. La tuya. La nuestra

Vía El Séptimo Arte por 11 de septiembre de 2014

La infancia, como sabemos (aunque a veces lo olvidemos) es un tesoro que, como tal, está en permanente peligro. De ser robado, destruido o, directamente, desintegrado. Despierta envidia e incomprensión por parte de quien ya no la posee (o peor, por parte de quien nunca la ha tenido). Puede llegar a ser odiada, incluso por su propio propietario... pero éste casi siempre acaba rectificando. Es disfrutable sólo durante una etapa concreta de nuestra vida. A partir de cierta edad, pierde su valor. Esto último, por supuesto, es mentira, lo que pasa es que hemos decidido creérnosla. Dejémoslo en que la infancia, a pesar de la creencia popular, no tiene por qué depender de la edad.

La "nueva" película de Richard Linklater (incorporación de ultimísima hora en la parrilla de la 30ª edición de Sundance... justo cuando la Berlinale empezaba a creerse lo de la World Premiere) en realidad no es tan nueva, y se titula 'Boyhood', cuya traducción literal al cristiano significa "niñez", que como sabemos (aunque a veces lo olvidemos) es prima hermana de la infancia. Trata sobre Mason, un niño taciturno que parece estar siempre perdido en otro lugar. En sus sueños, temores, sospechas... en definitiva, en sus intentos para darle sentido al loco mundo que lo rodea. Entonces, ¿qué le pasa a Mason? Pues lo mismo que al resto del mundo. Todo, vaya. La vida, podría decirse. Y ahí está el qué. El riesgo, la ambición y, a la postre, el más rotundo de los éxitos.

Ni un año había pasado desde que Linklater presentara en sociedad la inmejorable culminación de la trilogía (de momento) "Antes-de" (al nivel de, ni más ni menos que el Antoine Doinel de François Truffaut; en apretada disputa con el mismísimo Ingmar Bergman y sus 'Secretos de un matrimonio'), y cuando todavía estábamos reponiéndonos, volvió a aparecer con otra obra capital; maestra, si se prefiere. Histórica, sin lugar a dudas. "¡4208 días después, aquí estamos!", afirmó el propio director, acompañado en un abarrotado y entregadísimo Eccles Theatre por Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Lorelei Linklater y, cómo no, Ethan Hawke (principales protagonistas del maratón). "Esta película sólo podía verse por primera vez en Sundance", fue la siguiente declaración, lo cual tiene sentido si seguimos creyendo en lo que alguna vez llegó a ser el indie.

Al fin y al cabo, peregrinamos hasta Park City para ver películas únicas, ¿no? ¿Y si estuviéramos a punto de ver una que ha sido rodada durante doce años? Aunque vaya esto por delante, lo mejor del experimento es que consigue sobrevivir (e imponerse) a esta monstruosidad (en el buen sentido) de punto de partida. Sí, pasarán a la historia esas más de dos décadas de concepción (qué bestia...), pero también debería hacerlo la naturalidad (como si todo saliera a la primera) con la que Linklater, apoyado en las magníficas interpretaciones del elenco de actores al completo, nos planta la vida misma ante nuestros morros. Volvamos a Mason, porque cuando empieza 'Boyhood' (título acompañado en nuestro país por la innecesaria coletilla "Momentos de una vida"... sin comentarios) le vemos a él mirando al cielo mientras suena de fondo el "Yellow" de los Coldplay. Dos horas y cuarenta y uno minutos después, se oye un combinado entre el "Deep Blue" de Arcade Fire y el "Get Lucky" de Daft Punk. Una vez más, ¿qué ha pasado entre una cosa y la otra? Tengan en cuenta las fechas en que el planeta se topó por primera vez con estas canciones, hagan números y piensen en todo lo que cabe en este inmenso espacio.

Piensen también en lo que podría pasar si algún genio diera por fin con la solución a un problema que hasta ahora creíamos irresoluble. ¿Cómo puede cristalizar algo tan grande y esquivo como la vida misma en una película? Linklater nos dice: "Siguiéndola". Literalmente. Y teniendo en cuenta que siempre es "ahora mismo". Entre el febril delirio causado por la ingesta de setas alucinógenas, y el ataque de inspiración más sublime (en cualquier caso, una rematada genialidad). Así, su 'Boyhood', suerte de Plan Maestro de un grandísimo maestro, se convierte en "La vida de Mason. Capítulos 1, 2, 3, 4, 5...", en la que Linklater va construyendo al susodicho Mason, y éste a sí mismo, con toda la autonomía que le permiten las circunstancias. Empieza, cómo no, en la niñez, y termina en el momento en que el polluelo puede por fin abandonar el nido. Desde los primeros años de escuela hasta la entrada a la universidad, pasando, por supuesto, por el instituto.

Y el mundo marcha... Mason, el mocoso que va creciendo sin necesidad de rótulos explicativos, se transforma de repente en un cuerpo celeste que avanza inexorablemente por la inmensidad del universo. Su trayectoria irá sufriendo cambios sólo por la interacción con la órbita de otros cuerpos... y la vida, que a efectos prácticos arranca en la infancia, rara vez había sido tan bien capturada. Ellar Coltrane lo hace igual de mal y/o bien como lo haríamos cualquiera de nosotros, y no es que haya libertad para sentirse reflejado en infinidad de ocasiones, es que es inevitable. En casi tres horas de metraje, los diálogos marca de la casa vuelven a rendir a máxima potencia, y aun así nunca aparece la frase lapidaria o la sentencia definitiva. Linklater (con su gracia, ocurrencia y espontaneidad habituales), una vez más, no pretende aleccionar, sino documentar (a través de la ficción, sí, pero el propósito no cambia en ningún momento, menos aún cuando la línea que nos separa de la realidad está tan difuminada).

Sin regodearse en catarsis vitales; sin querer pasar a la posteridad... pero haciéndolo, irremediablemente. Con plena conciencia de época(s), fijándose en los detalles identificativos para resaltar lo que permanece (es decir, lo que realmente importa), y sin olvidar que, primero, no hay nada más confuso que el presente, y que, segundo, no se trata de la edad, sino de las actitudes y de las inquietudes. Infinitas gracias por el recordatorio. Y así, 'Boyhood' se acaba mimetizando con nuestra existencia, tomando así a veces la forma de un drama, otras la de una comedia... hasta la de una película de terror. Esencialmente insignificante y, aun así, inabarcable. Indescriptible, en definitiva. Imposible a través de las palabras... con imágenes, ya es otra cosa. El tiempo se deforma hasta extremos impensables. Ni Dalí. En menos de tres horas de metraje han transcurrido doce años, pero las manecillas de nuestro reloj biológico se han quedado inmóviles. Milagro.

Nota: 8,5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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