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'El chef, la receta de la felicidad': El superchef

Vía El Séptimo Arte por 05 de diciembre de 2012

El éxito de la buena cocina no debería medirse únicamente a través del gozo que sus platos dejaran en el paladar del comensal. Tampoco exclusivamente a partir de la calidad de los ingredientes, sin duda esencial para llegar al punto ahora citado. Lo que también debería tenerse en cuenta es el ''después''; el lapso de tiempo comprendido entre la comilona, propiamente dicha y las cinco horas posteriores. Aquellas en las que el receptor del plato va a toparse, y lo que es peor, a quedarse a solas con la cruda realidad. Solo ante el peligro. Sólo así puede definirse la dura y costosísima digestión sufrida por aquel que, en lo más profundo de su consciencia, sabe que le ha dado al cuerpo mucho más placer del que realmente necesitaba.

El verdadero éxito en la cocina, ya sea tradicional, ya sea moderna, debería ser fruto de la combinación entre el momento de la ingesta y el posterior pacto de no-agresión que ésta permita al siempre atormentable sistema digestivo. Del mismo modo, el que una comedia llegue al final de su relación con el espectador con el status de ''misión cumplida'' puede depender precisamente de que la línea de meta se alcance cuanto antes mejor. Hablamos de aquellas cintas sin más pretensiones más allá de conseguir que la audiencia aparque sus preocupaciones durante la proyección. Que al espectador se le dé ese infravalorado lujazo que es el desconectar el cerebro. Si durante el proceso se deja ver alguna que otra sonrisa, por prácticamente imperceptible que sea ésta, mejor que mejor.

'El chef, la receta de la felicidad' se nos presenta como un filme que hace gala precisamente de esta virtud ahora comentada. Además se suma a la causa el rejuvenecimiento (si es que alguna vez se hizo vieja) de la comedia francesa, con exitazos en taquilla lo suficientemente recientes como para que el gran público deposite ciegamente su confianza en cualquier producto de género presentado bajo la misma bandera. Por si la combinación todavía sabía a poco, se le añade un toque ligeramente picante (por aquello del morbo, que tanto vende) siempre implícito en la participación de una presunta gran estrella -ahora, Jean Reno- viéndose forzada a rebajarse al nivel de bufón de la corte real, perdiendo así su dignidad... si es que a estas alturas le quedaba algo de ella.

Este último punto es el que marca la tónica de la nueva película escrita y dirigida por Daniel Cohen. A su entender, ''la receta de la felicidad'' nace de la unión precisa entre la risa fácil y ciertas pizcas de vergüenza ajena, que como se ha dicho, añaden al producto final la dosis justa de morbo. En escenas como la del restaurante japonés (con el número de travestismo imprescindible) o la de la aparición estelar -y totalmente prescindible- de Santiago Segura (con reiterativos y por eso algo cansinos, pero también bienvenidos dardos envenenados lanzados a esa gran farsa llamada cocina molecular) es cuando brillan con luz propia las principales armas de una comedia cuya mayor virtud se encuentra en su absoluta falta de pretensiones.

Solamente así puede lograrse la tan deseada digestión perfecta: aquella que ni se nota. Sale uno de ver 'El chef, la receta de la felicidad' olvidándose, desde el mismísimo momento en que pone los pies fuera de la sala, de casi todos los gags -y no son pocos- que le han caído encima a lo largo de hora y media -ideal- de metraje. Queda en la memoria, eso sí, la buena vis cómica de Michaël Youn, en el papel de súper chef anónimo dispuesto a salvar la carrera venida a menos de un veterano rey de los fogones encarnado por un Jean Reno con una predisposición al ridículo por lo menos encomiable. El argumento y el contexto son tentadores, pero la comparación con 'Ratatatouille' sería insultante (para Brad Bird y su equipo, se entiende)... lo suyo sería tener en mente aquel título bizarro en el que un tal Jackie -importante-, maestro de las artes marciales, se hacía pasar por cocinero para soltar mamporros a diestro y siniestro. Era una soberana tontería, sí, pero divertida a su manera, cumplidora respecto a las bajísimas expectativas que la rodeaban y... ya no recuerdo.

Nota: 5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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