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Miradas al pasado y al presente

Vía Festival de Sitges por 11 de octubre de 2012
En una noche en la que los truenos y los rayos caen a mansalva -ya era hora-, nunca está de más recordar que hubo una época, no demasiado lejana, en la que una de las principales atracciones del Festival de Cine Fantástico de Sitges era la de la popularmente conocida como película "bestia" del año. Sí, las cabezas pensantes del certamen se han esforzado, sobre todo a lo largo de las últimas ediciones, en recordarnos que de lo que se trata aquí es de empaparse de fantasía (con todo lo que este concepto, por lo visto tan maleable, implica)... pero también, y siempre off de record, es sabido que la gente viene a buscar emociones fuertes; emociones que, a ser posible, traumaticen de la manera más salvaje al espectador que las vive, sentado cómodamente en su butaca.

No hace tanto de las ambulancias en la salida de la sala de cine (por lo que pudiera pasar durante la proyección... en lo que sin duda fue una genial estrategia de marketing). No hace tanto de las advertencias por parte de la dirección concerniendo a un más que recomendable ayuno el día que se viera determinada película. No hace tanto de aquellos mensajes reproducidos justo antes de cierta sesión, en los que se nos decía que, debido a la dureza de las imágenes que estaban a punto de ser proyectadas, la organización devolvería el dinero de la entrada a todo aquel que abandonara la sala antes de que se cumpliera la primera media hora de la película en cuestión. Por cierto, ésta se titulaba 'A Serbian Film', y la -bochornosa- tormenta que la precedió es ahora mismo de sobra conocida por todos los que hemos ido siguiendo a lo largo de los últimos años, la actualidad de este certamen.Ante el "newborn-porn" (y otras muchas lindezas), las legiones de la moralidad y el buen gusto se levantaron (sin haber visto dicho filme, claro está) y llevaron el caso a juicio. Por suerte para la decencia que parece haber abandonado este país, todo quedó en nada, pero desde aquel año, los organizadores ya no anuncian a bombo y platillo cuál va a ser la cinta más salvaje de la temporada. Es más, si pueden, evitan el tema. No es casual. Este año, días antes de que arrancara la 45ª edición del certamen, surgió la pregunta de marras en la rueda de presentación, a lo que Àngel Sala regateó, muy elegantemente, afirmando que lo que se buscaba desde el comité de selección era, en este sentido, que la provocación fuera desde un punto de vista más intelectual. En cristiano: nos quedamos sin la junk-food que tanto gusta aquí... o quizás no.

Al fin y al cabo, los más cafres tenían bien marcada esta séptima jornada, al brillar con luz propia el nombre de uno de estos directores especializados en hacerlo pasar mal al respetable, da buena cuenta de ello 'Martyrs', la famosa "película de las ambulancias". El francés Pascal Laugier hace las maletas y prueba suerte al otro lado del Atlántico, cuatro años después de haber firmado una de las grandes conmociones de los últimos tiempos en Sitges. 'The Tall Man' (que aquí llegará como 'El hombre de las sombras') es el título de su esperadísimo nuevo proyecto, un filme que podríamos definir como diametralmente opuesto (a un nivel puramente conceptual, por lo menos) al que le catapultó a la fama. En el decadente -por no decir decrépito- pueblo de Cold Rock, llevan dándose a lo largo de los últimos años, numerosas desapariciones de niños que todavía no han hallado una resolución.

En este marco se nos presenta una de estas propuestas más que bienvenidas dentro del anquilosado género de terror. 'The Tall Man' propone ideas nuevas (o al menos conceptos con los que a priori no contábamos) jugando a mezclar géneros, pero sobre todo, jugando con un espectador al que lleva a su antojo de un lado para otro, merced a un sólido y camaleónico guión. No es hacer trampa, es moldear los códigos genéricos con tal de construir una intriga que va mucho más allá del terror convencional, abriéndose así la puerta al drama familiar, al documento social y, por qué no, a una hiriente visión de unos días dorados que han pasado a mejor vida. No, ya no queda sitio para las torturas de Monsieur Laugier, quien quizás por esto pierde pulso a la hora de imprimir dureza física a las secuencias y momentos que más lo requieren. Afortunadamente, en esta ocasión el disparo iba más dirigido a la mente (como la provocación que se busca ahora en Sitges), y en esta zona, el director y guionista hace diana.

Más miradas hacia el pasado. Hace no demasiado tiempo, un tal David Cronenberg horrorizaba -y hacía pensar- a medio mundo con sus diversas antologías del body-horror. Cada vez que el protagonista de sus películas se acercaba a un espejo, el público ya se echaba a temblar, y no sin razón, pues un compendio de tumores, malformaciones, heridas mal cicatrizadas y otras muchas asquerosidades, estaba a punto de incrustarse violentamente en su retina. Pero últimamente papá David se ha calmado en este sentido. Sus productos, como le sucede ahora al festival que nos ocupa estos días, van más encaminados a atacar la mente del espectador, primando la reflexión sesuda por encima del impacto carnal. A los que quieran al Cronenberg de antes, que prueben suerte con la siguiente generación, seguro que quedarán satisfechos.

'Antiviral', debut del hijo Brandon, nos lleva al futuro, más concretamente al seno de una corporación que representa uno de los negocios más lucrativos del momento, consistente en vender las mismas cepas de los virus que sufren los famosos. Han leído bien, el pronóstico dice que de aquí unos años, el populacho va a pagar por sufrir las mismas enfermedades que las personas a las rinden culto. Suena absurdo... pero tanto o más estúpidos son los ramalazos mitómanos ya presentes en nuestra sociedad. Brandon Cronenberg reflexiona sobre ello, así como sobre la comercialización que poco a poco se apodera de cada aspecto de nuestra vida en un thriller de cuidada estética clínica, en el que paranoias y todo tipo de delirios se funden en la piel, dejando marca. Hay en el filme ese tic del debutante consistente en querer abarcarlo todo; en querer lucirse en cada ocasión... percibiéndose en la recta final, que se trata de un producto demasiado infectado de él mismo. No obstante queda la mirada al pasado, después al presente... y la constatación de que este año, el Cronenberg más reconocible ha sido el hijo, y no el padre.

Para tomarnos un breve -brevísimo- descanso de la Sección Oficial a Competición, nos dejamos caer en una Sesión Especial tras la cual se esconde una de las mejores películas vistas este año en Sitges, un filme que nos sirve para mirar, una vez más, hacia el pasado. Porqué, ¿cuál fue la última películas de Tim Burton que realmente nos emocionó? O sin pedir tanto, ¿cuál fue el último trabajo de Tim Burton que resultó plenamente satisfactorio? Basta de hacer memoria; basta de vivir en el -o del- pasado, pues aquí está, por fin, la obra que tanto tiempo llevábamos esperando de este irrepetible autor que decide mirar también hacia atrás para recuperar una joya de cortometraje que ahora pone título a su último largo. La historia de 'Frankenweenie' es ya bien conocida, y si no es así, solo hace faltar atar unos cuantos cabos para darnos cuenta que la propuesta nos habla, yendo al grano, de un perro resucitado al más puro estilo Mary Shelley.

En una época creativamente oscura, el de Burbank desentierra su alma, la pone sobre la más alta plataforma de su castillo, y espera a que el más potente de los rayos la resucite. Milagro, la idea de bombero ha dado sus frutos. En blanco y negro y en stop-motion, como marca su propio manual, para alcanzar un éxito que se confirma desde la primerísima secuencia. Situada en el muy familiar escenario del melting-pot americano cobijado / amenazado por la sombra del macarthismo, la acción nos presenta a una clase comandada por un profesor con la voz de Martin Landau y la apariencia de Vincent Price -carambola impecable- en la que cada alumno se sienta obedientemente en su pupitre bajo una apariencia entrañablemente creepy. Entre todos ellos, destaca Victor (genial recreación en apariencia y gestos del mítico Colin Clive), solitario muchacho con alma de cineasta y mad-doctor.

Cuando la más trágica de las tragedias se cierne sobre su querida mascota Sparky, pondrá en marcha un plan para devolverle la vida... sin saber que al mismo tiempo va a desencadenar una terrorífica tempestad. Burton, por su parte, va a lo suyo, reivindicando en esta desternillante melée de monstruos -y sus respectivos dioses-, estupenda evolución de aquel originario homenaje al clásico de James Whale, no solo el cine terror con el que ser crió... sino también su propia obra. Diseño encantador, una de las mejores partituras jamás compuestas por Danny Elfman, una inventiva desbordante que tiene en cada giro de cámara; en cada cambio de plano, una nueva broma visual; un nuevo guiño cinéfilo... las piezas que componen a la nueva criatura de la factoría Burton son tantas, y funcionan todas tan bien, que al espectador (ya sea niño o adulto; ya sea un apasionado o un simpatizante del cine) no le queda otra que sumarse a este espectacular tren de la bruja. Uno se ríe, se emociona, se asusta, se vuelve a reír... y al final, aplaude con todas sus fuerzas la llegada de esta pequeña gran gema.

Antes de volver a la Competición, una parada en la siempre arriesgada Nuevas Visiones - Ficción. Ahí aguarda una rubia con la mirada perdida en el infinito, y una media sonrisa indicadora de lo mucho que se oculta tras su rostro angelical. Brit Marling, una de las principales artífices de 'Another Earth', se confirma en 'Sound of My Voice' como una de las musas más relevantes en el actual panorama indie de ciencia-ficción. En esta ocasión (en la que repite como actriz y co-guionista), encarna a la misteriosa líder de una secta que afirma llegar del futuro para llevar a sus seres amados, a un sitio seguro antes de que el mundo, tal y como lo conocemos, entre en colapso. Con tal de desenmascararla, una pareja con pretensiones de periodistas de investigación, decide infiltrarse en dicha organización. Estructurada en capítulos bien delimitados, el guión se dedica a trampear (en el buen y en el mal sentido) con el material con tal de mantener la atención del público en una historia que se va enredando mientras pone en tela de juicio el eterno dilema de la fe, ligada peligrosamente a la más ciega de las obediencias. Buen cine independiente, mínimo en sus recursos pero híper-eficiente a la hora de usarlos en favor de la creación de un debate que se gesta durante la proyección y nace justo cuando ésta termina.

Ahora sí, volviendo a la Competición, el cómic japonés se vuelve a cruzar en nuestro camino, aunque en esta ocasión, las viñetas se transforman en imágenes reales. 'Rurouni Kenshin', es el paso a "la carne y hueso" de la ya clásica historia del samurai vagabundo y su espada de filo invertido, en su eterna cruzada redentora por un pasado bañado en sangre. Torpe y excesivamente alargada en los momentos de calma y peligrosa -para los no-otakus- en sus apuntes cómicos, el filme de Keishi Ohtomo se crece en unas brillantes escenas de acción en las que el acero de las katanas vuelva endiabladamente, resucitando la parte más adrenalínica del chambara clásico con las estructuras más modernas de súper-héroes. Se trata, en definitiva, de un sorprendente ejercicio de duelos y luchas de multitudes en las que la emoción del momento logra borrar el resto de decepciones dejadas a lo largo del camino.

Para poner el punto final a esta séptima jornada, una mención especial a una de las sorpresas más agradables que nos ha dado de momento esta edición de Sitges. 'Grabbers', de Jon Wright, empieza como otras muchas películas del género. Plano panorámico de nuestro planeta visto desde el espacio exterior; en un extremo de la pantalla, una estela de luz azul indica que un objeto no identificado está entrando en la atmósfera. A continuación, un barco pesquero ve como la rutina del trabajo explota literalmente en mil pedazos en el mismo momento en que se produce una fuerte colisión en el mar. Un fuerte choque que, por supuesto, va a marcar el inicio de una sucesión de trágicos eventos.

Vuelve la nostalgia a Sitges. La misma que inspiró a JJ Abrams a rodar su aclamada 'Super 8'. La ahora añorada ligereza de los mejores trabajos de Joe Dante o John Landis revive en este cuento de factura técnica impecable (estupenda fotografía e inesperadamente magníficos efectos especiales) y de un efectivo humor que se ríe y ve con cariño la sociedad costumbres irlandesas. Isla esmeralda reclama su sitio en el género con esta película en la que las risas van de la mano de los sustos. Tan olvidable como elegante, digerible y disfrutable, el caso de 'Grabbers' nos hace pensar por última vez en el pasado (al menos por hoy), y recordar, que nunca está de más, que en este mismo certamen, y por muchísimo menos, el finés Jalmari Helander arrasó en el palmarés con su 'Rare Exports: Un cuento gamberro de Navidad'.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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