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Erotismo, frustraciones y cintas de vídeo

Vía Festival de Sundance por 21 de enero de 2013
En todo el mundo se hace con un revólver. En España, decía Juanma Bajo Ulloa, se puede hacer también con una tortilla. El instrumento, al fin y al cabo, importa más bien poco, porque los rusos siempre acaban apropiándose del invento. Su famosa ruleta ha inspirado, y no sin razón, a incontables artistas y yonquis de las emociones fuertes a la hora de añadir un poco de picante a sus insulsas obras / vidas. Se trata de dejar la mente en blanco, empuñar el arma mortífera y en vez de usarla contra el adversario que tenemos enfrente, apuntarla contra la propia sien y apretar el gatillo. Si el sonido de a continuación es un ''clic!'', es que todo sigue en orden. Sino... Quizás sea éste uno de los ejemplos más claros -ilustrativos seguro- de la estupidez humana, aunque todavía más humano es el tratar de justificar la estupidez. En otras palabras, ¿qué es el miedo a morir comparado a la promesa del subidón causado por la más brutal de las victorias?

Con Michael Winterbottom sucede algo similar a jugar a la ruleta rusa. Va uno a la presentación de su nueva película sin saber qué esperar. No importa la sinopsis, mucho menos los actores involucrados. Cuando este director británico está al mando, o la bala te revienta el cerebro o sales de la sala con la sensación de haber conquistado un país entero. Con 'The Look of Love', sobre la vida y obra del magnate del erotismo -que no del porno- Paul Raymond (interpretado magistralmente por el actor fetiche Steve Coogan, quien hasta se atreve a imitar -y clavar- para la ocasión a Sean Connery y a Marlon Brando), Sundance ha respirado hondo, ha accionado el gatillo... y ha podido contarlo. Y aplaudirlo. La razón: Winterbottom ha decidido no jugársela; o, para los que esperaban del autor de, por ejemplo, '9 Songs', otra pirueta suicida marca de la casa, ha decidido sorprender sin sorprender.

Y es que el cineasta deja de lado sus inquietudes más experimentales y se enfunda el mono de trabajo de artesano, firmando un biopic modélico en todos los sentidos. Dibujando dos líneas argumentales que avanzan al mismo ritmo pero en sentidos diametralmente opuestos, el filme desmenuza (como podría haber hecho el mejor Scorsese) los gestos y las barbaridades que definen tanto al padre de familia como al hombre de negocios, en lo que puede definirse como un auténtico tour de force por parte de Winterbottom con tal de que cristalicen en la pantalla el libertinaje, el liberalismo y el fluir de las décadas, que resulta que no logra repercutir en el alma de las personas. La cámara traza constantemente movimientos ágiles y la música de la época jamás para de sonar, en lo que es un brillante trabajo de ambientación donde además queda patente, a veces con frialdad y a veces con ternura, lo más bajo de las miserias humanas.

Por si el listón no estaba lo suficientemente alto, ha aparecido a primera hora de la tarde este, para nosotros, gran desconocido llamado Drake Doremus. Desconocido no por despiste nuestro, sino por la vagancia -menuda novedad- de nuestra cartelera, la que luce el dudoso honor de no habernos dado tan siquiera la oportunidad de conocer al que hará justamente dos años se alzara como gran triunfador en este mismo escenario, conquistando el Premio del Jurado a la Mejor Película por 'Like Crazy'. En la edición del certamen que nos ocupa estos días, ha presentado, fuera de competición en la Sección Premieres, 'Breathe In', vaya por delante, la mejor película en lo que llevamos de Sundance '13, y ahora sí, una razón de peso para creerse el tan alabado talento de su autor.

Con un punto de partida similar al del 'Teorema' de Pasolini, o, para no irnos tan lejos, al de François Ozon y su 'En la casa', Doremus usa, desde su inmejorable escena de apertura, un agente externo para inmiscuirse en la intimidad de un bloque familiar aparentemente compacto, pero cuyos cimientos van a tambalearse ante la entrada del nuevo miembro. Felicity Jones y Guy Pearce (así como todos los demás integrantes del reparto) dan lo mejor de ellos mismos, creando una sociedad perfecta en una cinta que hace de su virtuosismo formal y su impecable montaje, sus principales armas para llevar a cabo una reflexión melancólica, amarga y cargada de mala leche, sobre las frustraciones que marcan nuestras distintas etapas vitales. Al final de este bello pero oscuro recorrido, después de un demoledor desenlace cruelmente disfrazado de ''happy-ending'', es cuando nos damos cuenta de que la maldita frente duele, porque, como sucede siempre con el gran cine, el golpe se ve venir... pero no hay manera de esquivarlo. De hecho, es como si se nos hubiera obligado a coger una pistola, a apuntárnosla a la cabeza y a disparar.

Después de comentado subidón, no es de extrañar que costara horrores (y sí, el cansancio ya empieza a hacer mella en el cerebro) mantener la atención durante nuestra ineludible cita con la no-ficción. 'Inequality For All' (en cristiano, ''desigualdad para todos'') es otra buena muestra del envidiable estado de forma actual del documental norteamericano, al representar este caso en concreto la voluntad de querer dar respuesta a un problema que por su complejidad y su aparente -y falsa- actualidad (resuena en la memoria reciente el movimiento ''Ocupemos Wall Street''), parece -y es importante, parece solamente- carecer de la perspectiva histórica suficiente como para encontrar soluciones, o al menos enfoques, lo suficientemente satisfactorios.

Para demostrar que tanto desaliento apriorístico está injustificado, sube al escenario el menudo Robert Reich, exsecretario de la carpeta de relaciones laborales durante la administración Clinton. Este verdadero entendido en la peliaguda materia de la injusticia en la distribución de riqueza, muestra sus credenciales, más que por su currículum, por su avasalladora capacidad comunicativa. Rápido y divertido en las respuestas, entendedor en el discurso y superdotado a la hora de agitar consciencias, el documental dirigido por Jacob Kornbluth se sustenta básicamente gracias a este profesor que, con razón, consigue que en cada una de sus charlas ciertos alumnos tengan que sentarse en los pasillos, y que absolutamente todo el mundo le siga el juego. Suya es la práctica totalidad del mérito de una película que si bien falla en contestar a todas las cuestiones -esto era misión casi imposible-, por el contrario sí triunfa a la hora de arrojar luz en una jungla que ciertos poderes fácticos han decidido hacer tan complicada, así como en inyectar en el espectador las justas dosis tanto de indignación como de esperanza.

Para recobrar definitivamente las buenas sensaciones -y de qué manera- la Sección Park City at Midnight ha presentado ya uno de los filmes más esperados de la temporada para los amantes del género. Con 'S-V/H/S' vuelven, un año después, los espeluznantes ''expedientes X'' en forma de cintas magnéticas. A pesar de que se haya renovado casi por completo el equipo de directores y guionistas (en el que ahora encontramos a lumbreras como Eduardo Sánchez, uno de los principales precursores del actual boom del found footage, Timo Tjahjanto, responsable de la delicatesen gore 'Macabre' o Gareth Evans, autor de 'The Raid', probablemente uno de los mejores filmes de acción de todos los tiempos), la fórmula del formato como principal argumento para el terror, sigue intacta, confirmándose así esta valiente iniciativa indie como una de las más atractivas franquicias del género.

Fantasmas, zombies, sectas religiosas y alienígenas van de la mano en una película por capítulos que, como tal, no escapa del clásico lastre de la irregularidad. En este sentido, la mejor noticia es que esta vez el capítulo más flojo es el primero, y aun así, éste no deja escapar la ocasión, entre susto y susto, de dejar ir algún que otro apunte de más que bienvenida comicidad. Precisamente, el collage rinde a su mejor nivel cuando el espíritu de divertimento se impone a partir del segundo episodio (magnífica y divertidísima perla dedicada a los muertos-vivientes), a partir del cual el humor negro y los estallidos de hemoglobina se conjuran soberbiamente para concebir un espectáculo que se crece en la astracanada, en lo que es una bestial y desenfadada celebración del terror en su esencia más pura (es decir, aquel que actúa tan rápido que apenas hay tiempo para que la mente rompa el embrujo), y a la postre, uno de los productos de género más disfrutable de los últimos años.

Por último, sin salir de la sección que tanto nos acerca a nuestra querida Sitges, y por aquello de no desentonar con la temática pajillera que sospechosamente tan bien está cuajando en Park City, descubrimos que el bueno de James Franco es tan o más guarro que nosotros. Al fin y al cabo, su nombre -en calidad de productor- es lo primero que se ve en el documental 'Kink', sobre a la mayor página web de todo el mundo dedicada al bondage y al sadomasoquismo. La ''broma'' de conocer a los profesionales que se entregan en cuerpo y alma a satisfacer a las perversiones sexuales más oscuras de millones de internautas (hablamos de un negocio efectivamente millonario) funciona por el hecho de descubrir lo especializado y extremadamente riguroso de un trabajo cuyo acabado final parece totalmente contrario a todos estos valores. La lástima es que después del hallazgo, la película tiene poco más ofrecer, aparte de un bastante encantador compendio de retratos humanos, entrañable en cuanto a su simpático carácter de freak show.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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