Hace tiempo que Diego, Santi y Víctor no ven a Nacho, uno de sus amigos de la infancia. La razón de tan larga separación es una antigua y absurda apuesta que a punto estuvo de costarles la vida a todos ellos. Y es que el apostar se convirtió desde muy pronto en la actividad preferida de este singular grupo. Ahora, un último juego es planteado, con un más que suculento premio de diecisiete millones de euros como principal reclamo. ¿El camino a seguir para hacerse con tal cantidad de dinero? Conseguir más audiencia en la televisión que cualquier otro participante.
Me apiado de los pobres asistentes a la última edición de Festival de Cine Español de Málaga. Si decidieron que 'Amigos...' merecía ser considerada como la mejor película que pasó por el certamen, es que la cosecha que nos brindará el cine patrio esta temporada va a ser más bien poco memorable... por no emplear calificativos más fuertes. Si el filme fruto de la colaboración entre Marcos Cabotá y Borja Manso se largó de la cita malacitana con el Premio del Público en el bolsillo, significa que, o bien los espectadores se decantaron por el mal menor, o bien ésta es la enésima prueba de que la saturación fílmica de cada festival cinematográfico acaba por cebarse irremediablemente con la percepción del agotado espectador.
El mayor problema de 'Amigos...' no es que detectar los fallos garrafales de los que adolece sea más fácil que diagnosticar un catarro común, lo que pasa aquí es que reina una incomodísima sensación de desaprovechamiento. Para empezar, un imperdonable mal uso de unos actores que gustarán o no, pero que en anteriores ocasiones y en distintos formatos respectivamente, han mostrado holgadamente sus dotes cómicas. Nulidad también a la hora de aprovechar o de lograr que se manifieste el talento del guionista Borja Cobeaga (que aquí escribe junto al director Borja Manso), autor del sobrevalorado pero sin duda simpático fenomenillo 'Pagafantas', del que se reproducen aquí escasas virtudes... y demasiados defectos.
Pero lo más imperdonable de todo es que se desperdicie de una manera tan ruin una historia que sin llegar a prometer demasiado, sí que por el contrario hacía albergar esperanzas con respecto a ver algún que otro puñal atravesar la pantalla. En efecto, el punto de partida, que no es otro que la supuesta última gran apuesta; la que va a cambiar las vidas de los tres protagonistas, es por lo menos prometedor. ¿Una indecente cantidad de dinero para el que consiga conquistar la audiencia televisiva? Jugamos. ¿En este aspecto, qué es lo que triunfa más que nada? ¿Qué tipo de programa es el que arrasa sin importar el canal o la franja horaria en que se emita? Correcto, la telebasura, que al igual que los partidos de derecha, pocos son los que la apoyan públicamente... pero ahí están los fríos números para indicar que está presente en la mayoría de hogares.
Es ostra muestra del conflicto eterno entre realidad y apariencia. A todo el mundo le interesan los documentales sobre la vida animal en la sabana africana. No hay quien se resista a tan salvaje... somnífero. Así que, para mantener despiertas las neuronas, nada mejor que una buena dosis de cotilleos concerniendo a gente con menos valores que un banquero de Wall Street. Después, para que el nivel no decaiga, toca empaparse con los sufrimientos del ciudadano de a pie. Historias poco instructivas, desprovistas de interés... pero riquísimas en morbo: transexuales, viejos verdes, hijos abandonados, y otros monos de feria. Para todos los gustos. Y por último, pero no por ello menos importante, una pizca del reality show de turno, la ocasión ideal para mezclarse con los animales más singulares de nuestra sociedad.
Al final de esta sesión es muy probable que el cerebro acabe licuado, pero la diversión y la reafirmación de nuestro ego están más que garantizados, que es lo importante. Esto y dejar siempre claro cuánto se aborrece este tipo de programación, porque por mucho que la apreciemos, se supone que la odiamos... y como este conflicto interior es tan incómodo, en el fondo deseamos que alguien tome la iniciativa y arremeta con todo contra la industria que atenta día sí, día también contra la materia gris (si es que ésta existe) del país entero. En este panorama, un grupo de artistas se unen supuestamente (por la mala leche de la que hacen gala) para devolverle el golpe al trash de la caja tonta. Pero hay trampa.
La broma está pagada precisamente por el principal impulsor de este deleznable modelo televisivo, un canal que no citaremos no por evitar la publicidad gratuita, sino para ahuyentar los malos espíritus. De modo que, quién-ustedes-saben se encarga de poner el sustento económico a este producto concebido por unos amiguetes que no dudan un segundo en vender su alma y presunta mordiente a -otra vez- quién-ustedes-saben, para dárselas de irreverentes... mientras van sumando ceros a sus respectivas cuentas corrientes. De esta combinación imposible surge una película que tira por la borda sus pocos puntos atractivos por culpa de una puesta en escena sin punch. Una cinta ladradora y nada mordedora, pues nunca tuvo la más mínima intención de mostrarse ácida, ni mucho menos de ser ofensiva.
Para muestra un zapping: Los periodistas del corazón son gente cuya profesionalidad les impide dar coba a un freak que de buen seguro catapultaría el share del programa al que representan; los encargados de encontrar carnaza para saciar la sed de desgracias humanas del gran público son gente íntegra y preocupada por el bienestar de sus monstruos de feria; los pintorescos concursantes encerrados en una casa plagada de cámaras que retransmiten en directo sus vidas a lo largo de las veinticuatro del día, se permiten el lujo de dejar en ridículo a un reconocido arquitecto. Fantástico. En este mundo sí que vale la pena vivir. Larga vida... a quién-no-debe-ser-nombrado y a su innombrable legión de secuaces. Eso sí, si la emplean en algo distinto al cine, mucho mejor.
Nota:
3 / 10
por Víctor Esquirol Molinas