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'Casa de tolerancia': Madame Bonello

Vía El Séptimo Arte por 23 de agosto de 2012

Si un artista es diferente a una persona normal es por el simple hecho de que el primero vive en un mundo alejado de donde vive el resto de mortales. Un mundo que, por supuesto, está varios kilómetros por encima del que conocemos, adquiriendo el artista un carácter divino (o lo que es lo mismo, la persona normal se queda en sucio morlock de las cavernas). El troglodita ''come'', mientras el dios ''se nutre''; el cavernícola se lo pasa teta viendo a veintidós tíos corriendo detrás de un balón, mientras el alma sensible se escandaliza al constatar que éste es sin lugar a dudas el opio para el pueblo de nuestra era. El memo se va de putas; el poeta también, pero éste último busca placeres más allá de la vulgar carnalidad, pues su sensibilidad no renuncia a ninguno de los estímulos que el resto de infelices a su alrededor son incapaces de captar.

Cuando el pobre imbécil tiene que referirse a sucesos del pasado, lo máximo que puede extraerse de él es el sobadísimo ''Érase una vez''; mientras, la inspiración encarnada tira de fórmulas mucho más lúcidas como ''Entre el crepúsculo del siglo XIX y los albores del XX...''. Peligro. Así empieza precisamente 'Casa de tolerancia', lo último de Bertrand Bonello, un auteur como la copa de un pino (interprétese esto de forma positiva y negativa). Uno de estos cineastas que causa furor únicamente en los selectos círculos del art house, aquellos en los que puede sobrevivir. En lugares como Cannes, por ejemplo, el desconocimiento con el que habitualmente tiene que lidiar se convierte rápidamente en adoración incondicional (palabra de testigo de una sala Debussy en la que no cabía un alma), pues solo su presencia ya implica el resurgimiento en la mente de los asistentes de palabrotas como ''nouvelle vague'', ''posmodernidad'' o ''cine de autor'' (causando todas ellas la erección inmediata por parte de los más entendidos). ¡Más madera!

Por suerte, Bonello decide plantar la cámara en un sitio en el que todo el mundo es bienvenido: un burdel. Esté o no en el amanecer de vaya-usted-a-saber-qué época es lo de menos, lo importante aquí -siempre pensando en los mortales- es que, por muy grande que pueda llegar a ser la pelota mental del autor (vistos los antecedentes, el nivel de alarma está a punto de salirse de cualquier medidor), siempre habrá un montón de seductora carnaza en la que refugiarse. Efectivamente, los encantos de las chicas de Bonello no tardan en destaparse, nunca mejor dicho... pero también lo hacen los horrores. Con un fuertísimo sentido de la estética y una gran capacidad para crear atmósferas tan sombrías como hipnóticas, el director francés (que ejerce de particular Madame con sus personajes, con su pasión y sadismo habituales) hace de su 'Casa de tolerancia' un oscuro relato que de entrada impacta y sorprende por ser capaz de captar la atención de todo tipo de espectador.

La potencia de sus imágenes, sumada a un atractivo -en todos los sentidos- reparto coral femenino y a otros recursos tan llamativos como sugerentes (ahí están los anacronismos musicales, en la línea de la 'María Antonieta' de Sofia Coppola... que no sorprenda por ejemplo que los Moody Blues suenen en el año 1900) ayudan a mantener en los primeros compases el interés hacia una historia cuya errática evolución hace que el conjunto se desinfle a marchas forzadas. Es de lamentar que tras el tropel de buenas sensaciones del principio el poeta se haya quedado con poco más de un envoltorio, precioso, eso sí, pero envoltorio a fin de cuentas. El contenido ha desaparecido, o lo que a efectos prácticos es lo mismo (y a pesar de un epílogo demasiado obvio), ha quedado diluido en una serie de intenciones ocultas fuera de la comprensión del espectador medio.

Nota: 5 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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