Como la vida misma... pero sin llegar a serlo. Y cada uno a lo suyo, a lo de siempre.

Como lo de siempre viene a ser 'Yo, Daniel Blake', la enésima colaboración entre el director Ken Loach y el guionista Paul Laverty que no deja de ser la enésima colaboración del uno con el otro, y viceversa. Una evidencia mayorzosa que no lo es sólo sobre el papel ni de cara a un titular facilón. Del mismo modo que no se cansan de colaborar juntos tampoco se cansan de seguir a lo suyo, a lo de siempre y como si no pasaran esos años que pasan como si no pasaran (al menos para ellos). Tan clara y transparente, tan recurrente y habitual que no admite apenas debate alguno que escape a una costumbre que ahoga cualquier atisbo de sorpresa, de emoción, de ma que cosa y ya puestos incluso de indignación o indiferencia para con uno mismo. Y a estas alturas como que el abuelo Cebolleta no parece predispuesto a actualizarse a la versión 2.0 que tanta falta le hace.

Como la vida misma... pero sin llegar a serlo. Y cada uno a lo suyo, a lo de siempre.

Como lo de siempre viene a ser 'Snowden', el enésimo biopic malgastado interesadamente en ensalzar a un alquien cuya divinidad no osa poner en entredicho. Curioso, cuanto menos, que un filme que defiende la idea de cuestionar la versión oficial no ponga mínimamente en duda su propia (contra)versión oficial cayendo, exactamente, en aquello que se supone que crítica, sin aportar nada de relevancia a un posible debate en el que ni amaga en participar. Tan blanca que el desfile irrelevante de caras conocidas apenas si se entiende como mera simpatía política... o como caridad laboral. Oliver Stone certifica su ya inexistente perspicacia en este filme superficial y plano, no más que una distracción muy blandita, inofensiva y con la capacidad de provocación de una alpargata que sirve para poco más que poner a prueba las cuerdas vocales de Joseph Gordon-Levitt.

Como la vida misma... y llegando a ser como la vida misma sería 'Sieranevada', película del rumano Cristi Puiu que podemos ir colocando de entre los 173 mejores minutos de esta 3ª edición -siempre según mis cuentas- del Festival de San Sebastián. Una reunión familiar que, como todas las reuniones familiares, ya sean aquí, en Estados Unidos o en Rumanía, cuentan con un grupo de personas a los que llamamos familia dando la lata a lo largo y ancho de un no muy extenso apartamento en el que la cámara asiste como un eco privilegiado del cine de otros autores como Asghar Farhadi. Cada uno a lo suyo, a lo de siempre. Una obra de fuerte contenido teatral, fundamentada en la palabra y cuya economía de medios acaba por resultar verdaderamente fascinante. Básicamente, porque es ese pedazo de vida que ni Loach ni Stone ya están capacitados para transmitir (sin que se les vean las costuras).

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex