¿Una película dirigida por Clint Eastwood, protagonizada por Leonardo DiCaprio y centrada en un personaje como J. Edgar Hoover? Muy mal debería de haberse resuelto la ecuación si de aquí no hubiera salido nada de provecho, la verdad. En su primera colaboración profesional Eastwood y DiCaprio vuelven a regalarnos lo que en ellos ya es costumbre por separado, un brillante trabajo que aunque su resultado no se cuele entre los mejores de sus respectivas carreras -maldita sea nuestra ambición- nos brinda una nueva oportunidad de asistir a la proyección de un filme notable cuya frialdad emocional, tal vez heredada de un personaje de tan difícil enfoque dramático por lo demás resuelto con indómita solvencia, es el único enemigo al que no han podido derrocar para encaramarse en la lista de los más buscados del año. Y es que la perfección también le es esquiva hasta a los más preparados para ella.Cuestión de enfoque. Dar la sensación de criticar un filme -aunque sea una impresión sugerida por la boca pequeña- por no ser capaz de alcanzar un nivel de excelencia superior puede ser un tanto cruel e injusto, especialmente cuando hay otros filmes a los que méritos menores ya les bastan para recibir una palmada en la espalda y la sonrisa de aprobación. Nada más lejos de la realidad, se trata del peso de la responsabilidad que conlleva ver a la entrada de la sala un cartel con los nombres de Clint Eastwood y Leonardo DiCaprio escritos en él, ejemplos idóneos de la vieja y nueva guardia de la mejor versión de Hollywood unidos por su afiliación a los buenos propósitos (y resultados), y a quienes sus respectivos currículums obligan a honrar cada nueva entrada en el mismo aunque a estas alturas, especialmente el primero, no tengan qué demostrar que no hayan demostrado ya, particularmente ser una garantía para que cualquier proyecto en el que se involucren tenga un interés ineludible y, sobre todo, dignidad, mucha dignidad.
En 'J. Edgar' encontramos mucho de esta dignidad inherente al cineasta que hay detrás de ella curtido en mil batallas y tan veterano como la Copa del Mundo de fútbol, obsesionado por retratar unos Estados Unidos siempre divididos por cualquier motivo cuya carrera profesional se puede equiparar a la del protagonista de su última película, ambos trabajadores tozudos e incansables que en un mundo que nunca olvida siempre presto a golpearte por la espalda han sabido sobrevivir de principio a fin para coronarse como sendas figuras emblemáticas, y aun mejor, por y con sus mismísimos. ¿Qué diremos dentro de unos años cuando se concrete el biopic que sin duda se le dedicará algún día a Eastwood? Digamos lo que digamos esperemos que quien nos lo cuente se haya aprendido la lección que imparte el propio Eastwood con este retrato sobre un Edgar Hoover al que nos muestra, palabra clave, a través de su instinto como narrador nato para presentarnos su vida, obra y milagros con pulcra y suma elegancia y, repito, mucha dosis de esa dignidad que se respira en los grandes filmes del cine americano del que Eastwood es tan deudor como, en realidad, contribuyente. Eastwood mira, observa, muestra, cuenta... pero no juzga, no se involucra, no busca la trampa o el engaño. Es, en resumen, un narrador, de esos que sabrían justificar cada una de sus decisiones en base a las necesidades de la historia. Se nota, se agradece.
El propio Hoover lo dice, "Tenemos que aclarar la diferencia entre villano y héroe", y Eastwood nos pone justo donde la "Y". Como todo buen biopic la película es la reconstrucción de los momentos más relevantes de la vida de un personaje fundamental del siglo XXI al que presta su incuestionable saber interpretativo un Leonardo DiCaprio que nuevamente "se sale", y al que cabe aplaudir -otra vez- a la hora de sumar un nuevo motivo para el orgullo de su hasta ahora interesantísima carrera y que aquí, tal vez sugestionado por el aura que desprende la producción, empieza a recordar sin remisión a ese Daniel Day Lewis que más allá de interpretar, literalmente, se convierte en el personaje hasta hacerlo tan suyo que parece ser el único capaz de sacarlo adelante (atención a la sutileza que aporta tan solo con los movimientos de las manos). Junto a él personajes e intérpretes que no desentonan lo más mínimo aunque su labor se vea condenada a subsistir, como la vida misma, a la sombra de Hoover/DiCaprio, un desempeño discreto pero no por ello ni menos importante ni resuelto con menos brillantez -parcela que flojeaba en alguno de los últimos filmes de Eastwood-, y que se solventa con las aportaciones de Judi Dench (excelente como siempre, ya sea con uno, diez o cien minutos en pantalla), Naomi Watts (fundamental a pesar de la discreción aparente de su personaje) o Armie Hammer, este último confirmando las buenas vibraciones de 'La red social' aunque el guión no se lo termine de poner fácil.
¿Dónde está el fallo, ese pero maldito que nos impide dar rienda suelta a ese maravilloso entusiasmo en torno a lo que podría haber sido una gran película... pero mecachís, no podemos decir que lo es? Dejando al margen su dirección, reparto, música (compuesta por Eastwood) y, cómo no, su notable y sobria caligrafía técnica -hablamos de un filme muy bien rodado al que no se le puede cuestionar nada, y donde personalmente destacaría tanto su envejecida fotografía como su buena labor de caracterización-, no debiera quedarnos más que su guión como respuesta. Ni si ni no, sino todo lo contrario. Digamos que entre el guión, escrito por Dustin Lance Black, y la película existe una distancia dramática pareja a la que al final existe entre la película y el espectador, una barrera emocional tal vez derivada de la propia sensibilidad del personaje protagonista que propicia una percepción del relato más cercana al documental que a la ficción que pretende ser, y donde a pesar de lo bien diseñados y planteados que están sus pasajes más melodramáticos, todos ellos muy efectivos a su debido momento, uno termina la proyección sin haber conectado a nivel emocional. En cierta forma esta lacra que pesa sobre el filme (y que en parte colabora a que sus más de dos horas pesen en el ánimo) es la misma que encontramos por ejemplo sobre el 'Valor de ley' de los Coen, otro filme de intachable virtud que reposado en nuestras cabezas gana méritos que luego su visionado no logra transformar en sensaciones.
Que nadie se lleve a engaño, lo dicho al principio, y tengamos en cuenta que los nombres implicados nos empujan a partir de un listón tan alto que la mínima caída ya produce algo de vértigo. 'J. Edgar' es algo más que una buena película que además también aparenta serlo en cada fotograma, algo así como un 'Invictus' pero enfocado con más seriedad y menos idealismo, y por qué no decirlo, quizá tratado como un asunto algo más personal aunque sólo sea por la tierra en la que ocurre. Recomendable siempre, no obstante se encuentra un peldaño por debajo de los grandes títulos que engrosan la trayectoria de más de 50 años de su alma máter, un cineasta de los que verdaderamente nos gustaría que fueran inmortales. A falta de corazón, a falta de un final que nos deje algún poso emocional que nos haga clamar por un algo más, a Eastwood le ha faltado esa suerte que hace de un filme que parece ser perfecto un filme que nos resulte perfecto, básicamente, porque salimos de la sala pensando... no sintiendo. Pero para nada es un mal negocio invertir en ella a pesar de que, y por eso mismo me he esperado a que tuvieran lugar las nominaciones para hablar, la Academia de Hollywood la haya ignorado por completo. Pues la verdad, al igual que el excelente 'Millennium' de Fincher no las necesita para que así el público, siempre soberano y de igual manera que Eastwood nos permite con Hoover, pueda opinar sin necesidad de estar pendiente de un muñequito bañado en Oro... ¿tendrá Eastwood también un archivo oculto?
Nota:
8
Por Juan Pairet Iglesias