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'Tres veces 20 años': La crisis de los 60

Vía El Séptimo Arte por 29 de marzo de 2012

Mary y Adam no son la típica pareja de 20 o 30 años; tienen casi 60. Como la mayor parte de las parejas de 60 años del siglo XXI, son muy activos. Y además, lo hacen con estilo. Compaginan hijos, nietos, trabajo y amigos con las penas y alegrías de la vida de casados. Hasta que un día descubren, con gran sorpresa, que ya han entrado en el colectivo de la tercera edad. Y reaccionan ante esta realidad de forma muy diferente. La actitud de Adam es tan desesperada como su negación, buscando la fuente de la eterna juventud. Por el contrario, Mary decide encarar la situación haciendo lo que mejor sabe hacer: cuidar de su marido y su familia, pero sus "preparativos para envejecer", malévolamente cómicos, asustan a su familia y amigos.

No había manera. Era el sitio donde todo el mundo se atascaba. Tanto los que a final de mes tenían un excelente en su casillero, como por supuesto los que tenían un insuficiente. A la hora de aprender francés, hay un escollo con el que todo el mundo topa una y otra vez. Los números. Hasta la el número sesentinueve no había problemas (permiso para reír). Lo peliagudo empezaba a partir del setenta. ¿Por qué? Porqué a partir de ahí tocaba poner en marcha nuestras aptitudes de cálculo mental, ya que la palabra ''setenta'' no existe como tal, sino ''sesenta y diez''. ¿Y Setenta y cuatro? ''Sesenta y catorce''. Elemental. La cosa se complicaba todavía más con ochenta (''cuatro veces veinte'')... y aún más con noventa (''cuatro veces veinte y diez''). El colmo.

¿A qué se debe este enrevesadísimo sistema? No se sabe, pero como la especulación a veces sale gratis, podríamos decir que esta por lo menos peculiar contabilidad va de perlas a la hora de referirse a la edad. Todos sabemos del gusto de los franceses por el eufemismo, sobre todo cuando se trata de referirse a fallos o defectos propios. En este caso, no es que tenga ochenta años, es que acabo de cumplir los veinte... por cuarta vez. Para los sesenta no podría usarse la misma táctica... hasta la llegada de Julie Gavras (sí, la hija de Costa-Gavras; sí, la hermana de Romain Gavras), que dice que esta edad puede someterse también a esta eufemización. De modo que no tengo sesenta, tengo veinte... por tercera vez.

No es para menos, pues mucho se ha escrito, reflexionado y hablado sobre la archiconocida -y temida- crisis de los cuarenta. ¿Pero qué hay de la de los sesenta? ¿Acaso no es más dolorosa? Así debe creerlo la directora y guionista francesa, al dejar bien claro en su nuevo largometraje, 'Tres veces 20 años', que joden mucho más los sesenta, es decir, la constatación de que uno se ha hecho mayor (y que por tanto ya no hay vuelta atrás, mucho menos cuando se está emulando al mítico Hombre de los seis millones de dólares) que no los cuarenta, es decir, el primer aviso de desfase con respecto a una juventud que se va haciendo cada vez más odiosa. Rondando esta -avanzada- edad está precisamente un matrimonio que empieza a notar los síntomas de la vejez.

Ella ha tenido una leve (¿y puntual?) pérdida de memoria; él teme quedarse estancado en el plano profesional, al afrontar un proyecto concerniendo una residencia para ancianos, que interpreta como algo cercano a cavar su propia tumba como arquitecto. Dan vida a ambos personajes dos actores de altura: Isabella Rossellini y William Hurt, que ayudados por un guión plagado de frases lapidarias (nunca mejor dicho) y diálogos ocurrentes llevan a cabo uno de estos discretos pero contundentes e incuestionables lucimientos interpretativos que se fundamentan en la naturalidad. Tanto ella como él pasean por las calles de la City a ritmo de Jazz y Ska ligero, dándose cuenta poco a poco de que su cuerpo ya no suscita tanto interés; de que en el transporte público hay más gente dispuesta a cederles su asiento... de que en definitiva, se hacen viejos.

Julie Gavras sabe verle la parte cómica al drama aportando a la historia sonrisas y lágrimas, sin abusar en exceso de ninguno de los dos ingredientes. El resultado es una película tan agradable como acertada y sólida (final precipitado a parte) en la formulación de sus tesis sobre la guerra de sexos, el choque generacional, las relaciones de pareja, la caducidad del amor, y cómo, llegados a cierta altura, sobre cómo cualquier movimiento se convierte en una reacción en cadena de proporciones épicas en el seno de cualquier familia. Todo ello por supuesto en el contexto de esa gran tragicomedia humana que es hacerse mayor. Porque tener sesenta años puede ser una auténtica mierda... pero tener veinte con el valor triple de la experiencia vital, no tiene precio.

Nota: 6,8 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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