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De castores y hombres

Vía El Séptimo Arte por 18 de mayo de 2011
Ya sucedió en el cuarto día, pero esto no significaba que no tuviera que volver a suceder. Una vez más, el cine hollywoodiense se ha presentado en La Croisette, y una vez más, ha acaparado todos los focos y los flashes. En la primera ocasión, la película "invitada" bien merecía tanta atención, más que por resultados artísticos -por lo menos discutibles-, por su innegable poder mediático. La calidad es sin duda un aspecto secundario cuando una película viene de la mano de estrellas como Johnny Depp y Penélope Cruz. Se admite la concesión "blockbustera", todo sea por el bien común entre el festival y la industria, que al fin y al cabo aquí se viene a impulsar el cine de autor... y hacer dinero, por mucho que algunos se empeñen en no verlo.

Es por esto que sorprende el bombo que se le ha dado a 'El castor', una película evidentemente invitada a pasearse por Cannes para atraer la atención del público medio. Sin embargo, no hablamos de una Première mundial (el filme ya fue visto hace exactamente un mes en un certamen estadounidense), y los nombres del cartel están muy lejos de las -altas- cotas de popularidad que en su día alcanzaron. Tenemos a Jodie Foster, que ejerce de directora... y que lleva tiempo sin tener un peso importante en alguna cinta mínimamente interesante. Está también Mel Gibson, que últimamente aparece más en la prensa rosa -y amarilla- que en la cinematográfica, y cuya carrera hace años que suscita mucho más interés cuando está detrás de las cámaras.

El caso es que, entre tanta propuesta alternativa, faltaríamos a la verdad si no dijéramos que en el fondo, el sibarita de productos facilones que todos llevamos dentro, daba saltos de alegría antes de que las luces se apagaran en el Grand Théâtre Lumière. Y esto que la premisa de la que arranca la película en cuestión es sin lugar a dudas estimulante y ofrece no pocas oportunidades atractivas. "El complejo de castor", así es como se ha traducido el título de la cinta en Francia, haciendo así referencia al curioso comportamiento que presenta su protagonista, encarnado por un versátil y más que correcto Mel Gibson. El personaje responde al nombre de Walter Black. Un apellido que juega un papel cínico, al ser éste un indicativo perfecto de cómo ve el pobre hombre su existencia. ¿Pobre? Sí. A pesar de vivir en una casa espectacular, de tener una familia aparentemente modélica y de triunfar en el mundo de los negocios, no hay nada que levante el ánimo de este hombre permanentemente sumido en un terrible estado depresivo.

Pero resulta que cuando Mr. Black toca fondo (incluidas dos tentativas frustradas de suicidio), va a recibir la oportuna y milagrosa ayuda del que quizás sea el mejor psicólogo del mundo... una marioneta con forma de castor. Así de surrealista, estúpido... e interesante al mismo tiempo. ¿Es una táctica empleada a la desesperada para salir del hoyo? ¿Es la distancia perfecta entre el paciente y sus aspectos negativos? ¿Es un ente sobrenatural que realmente está tomando el control de la persona que supuestamente debería manejarlo? Muy hábilmente, no se da ninguna respuesta clara, alargándose así el enigma y de paso la curiosidad por la historia. La lástima es que Jodie Foster como directora y Kyle Killen como guionista cojan el camino fácil. Esto es, ofrecer un producto de incuestionable capacidad para entretener, pero tontorrón y acobardado a la hora de la verdad. Cuando el maldito monigote amenazaba con levantar la alfombra del todavía ansiado american way of life, se raja y acaba destapando un cursi y sobadísimo ensalzamiento de la concepción más clásica de la familia, que ya se sabe, es un auténtico coñazo cuando se está en la cima, pero que es una red de seguridad cojonuda cuando empieza la caída libre. Palabra de castor.

Despedimos al roedor, y volvemos a la ya añorada Sección Oficial a Competición. El ligero descanso que nos dio ésta ayer se ha visto compensado hoy por una más que sensible proliferación de títulos... de uno a tres. Dos más, dirán los optimistas... el triple, dirán los más estresados. El mejor de ellos -y con diferencia- ha venido servido por un finés que ha trabajado en no pocos países distintos; un hombre amante del insano vicio de fumar y cuyo tono de piel delata también una más que probable devoción por el alcohol; un hombre que al menos en público le cuesta horrores esbozar algo remotamente similar a una sonrisa... aunque estemos hablando de uno de los grandes maestros de la comedia de los últimos tiempos. Con ustedes, Aki Kaurismäki... pero antes, una breve visita a nuestra familia de Springfield preferida, que nunca está de más.

Puede que a la hora de la verdad, el ídolo televisivo del joven Bart Simpson, Herschel Krustofsky fuera un payaso más bien lamentable, pero la teoría la tenía bien cogida. "¡La tarta tiene que estar dirigida a alguien que tenga dignidad!" exigía, el humorista. Y lo hacía con conocimiento de causa, consciente de que en el mundo del espectáculo, se adquieren muchos números para triunfar si se maltrata a alguien... más aún si el infeliz en cuestión tiene algo que perder. La escena de la serie citada culminaba con el lanzamiento de objetos cada vez más contundentes hacia un hombre que se había presentado al plató ataviado como si de un Lord británico se tratara, y claro, el público correspondió con una sonora carcajada. A mayor pundonor, mayor altura para el desplome... y por consiguiente, mayor comicidad.

Kaurismäki tiene muy bien aprendida la lección, y precisamente por esto sus películas consiguen siempre ese efecto casi milagroso de conjugar a la perfección el drama con la comedia. En esta ocasión nos presenta a Marcel Marx, un bonachón lustrador de zapatos que malvive recorriendo las calles de la localidad francesa normanda de 'Le Havre', buscando a la clientela, o simplemente un lugar donde no le echen a patadas a las primeras de cambio. En el hogar, a su atenta y siempre amorosa esposa no le van mucho mejor las cosas, ya que le acaban de diagnosticar una enfermedad que le deja pocos días de vida. Por si fuera poco, en un día de trabajo, Marcel va a cruzarse con un joven inmigrante ilegal africano, perseguido por la policía y que no tiene dónde ir.

Son tantas las desgracias, son tan graves todas ellas... y los personajes a los que van dirigidas se muestran siempre tan impasibles, tan dignos, que a uno no le queda otro remedio de reír. Añádase una pizca de deliciosa absurdidad ("He sacado 200€ de la cuenta para comprar una bicicleta a mi hija, pero no creo que a ella le importe... solo tiene dos semanas de vida.", y así muchas más intervenciones) y el tartarazo, que ha herido física y emocionalmente a su receptor, se habrá convertido en fuente inagotable de unas risas que no obstante no olvidan lo trágico del asunto. Al igual que sus personajes, Kaurismäki (siempre fiel a ese estilo retro, semi-casposo, marca de la casa) mueve los hilos del porvenir de forma seca y gélida dejando espacio también para la calidez humana. Así es 'Le Havre', una historia bella y entrañable, enésima demostración de que esta especie de alquimista finés sigue mirando la existencia frunciendo el ceño... pero sin perder nunca la sonrisa.

Estas dos mismas actitudes son las que se han vivido unas horas más tarde en el mismo escenario a raíz del visionado del último trabajo de uno de los autores galos más venerados en Cannes. Con la presentación de 'Pater', Alain Cavalier se ha dado un baño de multitudes en el Grand Théâtre Lumière, en el que un público entregado le ha recibido y despedido de pie, al tiempo que aplaudía con vehemencia primero su presencia, y luego su filme. Para entender dicha reacción, debe recordarse que estamos en Francia. Una afirmación tan obvia como que da la sensación de que el autor de 'Thérèse' ahora se ha centrado solamente en el público de su país.

En una película de estilo documental, en la que se mezcla continuamente la ficción con la realidad ("Esto no es real, es una película" afirma uno de los personajes, a lo que otro le responde "Precisamente porque es una película, significa que es real."), y en la que el propio Cavalier interpreta el papel de un alto cargo político que tiene en una ambiciosa reforma laboral, su máxima prioridad a cumplir durante el mandato. Una preocupación que irá sucumbiendo lentamente a otros avatares, especialmente, a las próximas elecciones presidenciales, en las que se intuye un cambio de poder, además de muchas puñaladas por la espalda entre padres e hijos políticos. Estimable en su experimentación con el lenguaje metafílmico, 'Pater' cojea a la hora de hacerse completamente entendible más allá de sus fronteras, al abundar en demasía las referencias a los tejemanejes locales, que solo los franceses de pura cepa podrán apreciar. El resto, como ya se ha dicho, nos quedamos serios, riendo esporádicamente... y deseando que la broma no se hubiera alargado tanto.

Próxima parada: Japón. Guía designada para la visita: Naomi Kawase. Razón: 'Hanezu no Tsuki'. Lástima que el apretadísimo horario de hoy a muchos no nos haya dejado otra opción que dejar este visionado para última hora. El plan B que tenía que ser la Sala Bazin, empleada para repescar proyecciones anteriores, ha resultado ser una gran mentira. Y es que resulta incomprensible que un festival de la envergadura de Cannes, para estas circunstancias ponga a la disposición de la prensa y otros invitados una sala de apenas trescientas localidades. Demasiado poco para dar cabida a tanta gente rezagada. Y demasiado poco tiempo para indignarse, puesto que todavía quedaban algunos minutos para al menos probar de zambullirse en Un Certain Regard.

La jugada (que deberíamos contabilizar ya como plan C) ha sido posible en parte gracias al homenaje que se le ha rendido al veterano actor Jean-Paul Belmondo en la Sala Debussy, y que como se ha alargado más de la cuenta, ha provocado que el pase de 'Tatsumi' haya empezado con tres cuartos de hora de retraso. Motivo de enfado para la gente que estaba esperando afuera desde el principio; motivo de alegría para los que veníamos de llevarnos el chasco de Kawase. De modo que, entre jadeo y jadeo, ha empezado la proyección de la única película de animación programada este año en Cannes en las secciones importantes. Firmada por Eric Khoo, se trata de una cinta de Singapoore hecha con el propósito de dar a conocer la vida y obra del que es uno de los padres del manga: Yoshihiro Tatsumi. En pie todos los otakus.

Y atentos los amantes del cine del erróneamente conocido como "de dibujos animados", pues nos hallamos ante una de esas propuestas que no se ven todos los días, y menos ahora que la tiranía de la animación por ordenador está en su apogeo. Básicamente la fórmula empleada consiste en coger los dibujos originales del maestro Tatsumi (que acompañó a director y productores en la emotiva presentación previa de la película), y ponerlos en orden para hablarnos, más que de la vida de este fecundo creador (cuya narración se muestra más bien endeble), del proceso de maduración del manga; de cómo pasó de ser patrimonio exclusivo de los críos, a un pasatiempo -arte dirán otros- para todas las edades. Es en la puesta en escena de algunas historias concebidas por Tatsumi en las que el filme homónimo gana fuerza, al estimularnos a través de temas tan controvertidos (y en clara consonancia con la historia reciente japonesa) como los horrores de la guerra, las crisis existenciales o los dramas familiares. Una mezcla ideal para paladares ansiosos por encontrar nuevos sabores, y para apasionados de la viñeta nipona.

¿Y el resto de la Sección Un Certain Regard? Bien, gracias... o tal vez no. El estreno presuntamente más esperado de la jornada en dicho apartado, 'Bonsái', de Cristián Jiménez, es una película en la que al final, "Camila muere, y Julio se queda solo". No es un spoiler, es el texto que se muestra al principio de todo. Y hasta aquí podemos leer. No por no querer desvelar los misterios de una trama que gira en torno a la concepción de una novela romántica, sino porque, visto que al mediodía el sonido en la sala Debussy ha decidido tomarse un más que inoportuno descanso, la organización se ha visto obligada a reiniciar la proyección... decisión que ha hecho imposible rematar el visionado, puesto que esto hubiera sido incompatible con la nueva presentación en la hoy saturada Sección Oficial a Competición. Sintiéndolo mucho por la cinta chilena, hasta que demuestre lo contrario, aquí mandan los candidatos a la Palma de Oro. El gafe, que cuando ataca en Cannes, lo hace con toda la fuerza. Dommage...

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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