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Con toda la vida por delante

Vía Festival de Cannes por 24 de mayo de 2014
Se pavonea por uno de los photocalls más glamurosos y prestigiosos del mundo como quien se pasea un domingo por la mañana literalmente por su casa. Y sólo tiene 25 años. En la rueda de prensa, contesta a las preguntas de los periodistas como quien le dice al camarero que tomará el café con un poco de azúcar. Lo tiene cogido de la mano... tanto que ni le tiembla la voz cuando se ve obligado a contestar las preguntas más surrealistas (disparadas por quien se ha convertido a lo largo de esta edición en una auténtica leyenda entre los del gremio... esperamos confirmación de entrevista, por cierto, con el susodicho personaje poniendo los puntos de interrogación, por supuesto). Y sólo tiene 25 años. Que no cunda el pánico. La calculadora no se ha vuelto loca, casos de precocidad más extrema se han visto, tanto en el cine como en otros sectores. ¿Verdad? Pero cuidado, el chaval no es el nuevo actor revelación del panorama internacional (por mucho que éste lo haya intentado, hay que añadir); tampoco se trata de la pareja sentimental de una estrella mucho más madura que él y, consiguientemente, mucho más necesitada de amor.

Nada de esto. El crío tiene 25 años, es de Quebec (esa región en la que cada vocal del francés ha evolucionado en la ''Ah'' más patosa), y es también uno de los grandes focos de atención este año en la Croisette. Por méritos propios Al fin y al cabo, él, y sólo él, ha escrito y dirigido una de las mayores sensaciones de esta 67ª edición del Festival de Cine de Cannes. ¡De Cannes! LE Festival. Él. Con 25 años. Y servidor, mientras, partiéndose el lomo y matando las pocas neuronas que le quedan con vida en un cuchitril de... Cannes La Bocca. Madre mía, ya no se respeta nada. Jean-Dios Godard lo demostró, hace dos días (y por enésima vez), defecando, de forma más o menos figurada, sobre el protocolo, la consideración para con sus anfitriones, los perros, el lenguaje... y sobre la madre que nos parió a todos, también. Xavier Dolan, que así se llama la perla de 25 añitos, se apresura también a dejar claro que el respeto es una virtud cuando no viene dado de forma sistemática, es decir, cuando quien lo recibe realmente lo merece. Por ejemplo, ¿acaso merece una madre nuestro amor y apoyo incondicional sólo por habernos dado la vida? Va a ser que no.

Mamá, no me mates, que no he sido yo; que la idea la ha plantado en nuestro cerebro el niñato del cuarto de siglo. Más replanteamientos destroyers: ¿El que una pantalla de cine tenga forma panorámica horizontal, implica esto que todas las películas proyectadas vayan a tener que adaptarse a dichas dimensiones? Erróneo, también, pues no son pocos los ejemplos de filmes actuales que, en un ejercicio de nostalgia juguetona, deciden volver a la forma cuadrada para emular aquellas circunstancias en las que tuvieron que moverse los pioneros de este arte. Otra vuelta de tuerca: aparece el mocoso y decide plantarnos las imágenes en un formato con el que estamos mucho menos familiarizados. Se abre el telón, se reproduce la mítica (y algo cursilona) cortinilla del Festival y a continuación todo lo que vemos aparece dispuesto en extrañísima... ¿panorámica vertical? Pues sí. Todo vale. Como si de un vídeo grabado con un teléfono móvil se tratara, 'Mommy' nos obliga a convivir con un tipo de imagen que es, ya de por sí, uno de los grandes hallazgos de la propuesta.

Negro absoluto a ambos lados de la pantalla, y justo en el centro, una suerte de monolito en el que va a darse toda la acción. Rápido vistazo de izquierda a derecha; de arriba y abajo, y parece que la vista no engaña. Las proporciones del marco son prácticamente las mismas que presenta, por ejemplo, toda buena fotografía de carnet. En ellas, como sabemos, hay el espacio justo para el careto del afortunado que va a hacerse el nuevo pasaporte. Del mismo modo, a lo largo de las casi dos horas y media que dura 'Mommy', exceptuando dos -gloriosos- momentos puntuales, los rostros de los protagonistas van a entrar en encarnizada pugna a la hora de entrar en el encuadre. Se presta todo al primerísimo primer plano, a las distancias cortas, es decir, al contacto físico. El cine, y esto lo hemos podido constatar a lo largo de casi día de este Festival, no es sólo el arte de las imágenes en movimiento. Se aduce aquí al sentido del tacto, y efectivamente, la piel reacciona. A veces de forma tímida, como si aún no acabara de dar crédito a la viabilidad del experimento; otras muchas de forma virulenta, casi alérgica... como si estuviera pidiendo, a grito pelado, que se le concediera una tregua al rapapolvo al que se le está sometiendo.

La quinta película del yogurín Xavier Dolan es también el Epidosio V de esa saga que lleva por título ''La potencia sin control...'' No es que ''no sirva de nada'', pero sí que puede convertirse en un material excesivamente volátil. A pesar de que el cineasta canadiense haya evitado caer en su error más repetido (esto es, el de hacer un ''Ben Affleck'' y muy desacertadamente reservarse para él mismo el papel principal de la función), siguen dándose algunos de los rasgos más distintivos de su obra: esa puerilidad, rabia (más bien rabieta) y rebeldía desquiciada a la hora de abordar cada tema de sus historias. No debería ser ninguno de estos factores anunciados razón suficiente como para condenar al producto (mucho menos cuando éste en parte se fundamenta en esta desmesura), pero por el contrario sí que pueden contribuir a que éste levante muchas más antipatías de las previstas en un principio. ¿Cosas de la precocidad? Puede, aunque nunca esté de más recordar que Dolan, excepto en 'Laurence Anyways', siempre se ha movido -muy bien- en la latitudes de esta misma verdor.

A pesar de que la premisa argumental de 'Mommy' se sustente en dos pilares (más bien macguffins) que nos podrían hacer pensar en el cine de género (el primero, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad; el segundo, un futuro próximo en el que una nueva y polémica ley permite a los padres que lo deseen, ceder al Estado toda la responsabilidad de la educación y cura de sus hijos), lo cierto es que seguimos analizando las implicaciones de una de las jugadas estilísticas más acertada de los últimos tiempos. Se trata pues de darle la máxima intensidad y, sí, concentración a un tema ''100% dolanesco'', es decir, al amor de madre. ¿Hasta dónde puede llegar? ¿Cuántos obstáculos pueden ponérsele sin que se venga todo abajo? ¿Cuánta tensión podrá aguantar la cuerda de la -santa- paciencia antes de ceder para siempre? Recuerden: a izquierda y derecha, la sombra; en medio, un vórtice de emociones a flor de piel, nunca mejor dicho. Llevando más allá su habitualmente apabullante ambición formal, Dolan hace lo propio con un plano emocional siempre al borde de la fisión nuclear. Las lágrimas brotan en muchos espectadores... los resoplidos en otros -pocos- más, pero de algún modo u otro, en cada butaca se piensa en los malditos 25 años de edad... y en lo miserablemente desaprovechada que están las vidas de todos aquellos que en este mundo no se llamen Xavier Dolan. Envidia...

Algo contrario ha despertado el esperadísimo Olivier Assayas, quien con la presentación de su último trabajo, ha venido a confirmar esa maldición casi-universal presente en cada certamen cinematográfico: la clausura de la Sección Oficial no es un honor, es una papeleta. Lo mismo que 'Sils Maria', que así es el título de la película en cuestión. Una actriz que se encuentra en el zénit de su carrera artística, deberá afrontar una de las decisiones más complicadas de su vida: Aceptar o declinar el contra-papel del papel (uf...) que, veinte años atrás, le dio la fama, el prestigio y el reconocimiento internacional por parte del sector. Para hacer un poco más sencilla la paja mental (que a fin de cuentas no es tan complicada como parece), se trata de algo similar a lo que hizo Micahel Cane en las dos versiones de 'La huella': primero de barbero y, unas décadas después, de ricachón engreído. Éste es el dilema existencial; ésta es la insoportablemente sacrificada vida del artista... Al nivel, en resumen, de la desternillante endogamia hollywoodiense retratada por David Cronenberg en 'Maps to the Stars'.

La lástima es que Assayas, como por otra parte era de esperar, no ha venido aquí a divertirnos, sino a que sobrecalentemos el cerebro. El principal incentivo para lanzarse a tal aventura del (auto)conocimiento está en un duelo actoral tan atípico como lo es, precisamente, la trayectoria cinematográfica del propio director francés, quien para la ocasión vuelve a adentrarse en el territorio de lo meta-artístico (recordemos, por ejemplo, la juguetona y estimulante 'Irma Vep') para de paso introducirse, supuestamente, en lo más profundo de nosotros mismos. El juego de identidades y de juegos dentro de juegos (dentro de otros juegos...), dentro de otras disciplinas artísticas (tomemos aire), está servido. Hay que reconocer que la invitación suena tentadora... y conviene dejar claro que el trayecto, es todo lo contrario. Y es que 'Sils Maria' es uno de estos filmes tan bien meditados y rumiados; y ejecutados con tanto cuidado, que a buen seguro no va a poder apreciarse en toda su inmensidad (por decir algo) hasta mucho después de su primer visionado.

Los grandes platos de la haute cuisine tienen esto, que a veces requieren de más tiempo para su correcta digestión. Mientras ésta no se concreta, permanece la indigesta (perdón) sensación de desconcierto, de incomprensión, de producto desangelado (tanto que el papel de la infame Kristen Stewart como compañera de aventuras inseparable de Juliette Binoche no chirría en ningún momento, imagínense)... de profundo aburrimiento. De saberse en todo momento insoportablemente inferior a la -distinguidísima- clase intelectual. Au revoir, pues, Mr. Assayas, desde muy, muy abajo. Desde ahí mismo, una breve y seguramente desacertada predicción de por dónde irán los tiros del Palmarés que se dará a conocer mañana. En la mente del Oráculo no hay espacio ni tiempo para Monsieur Assayas, pero sí lo hay para cuatro frentes (ni tres ni cinco). A saber, los Dardenne con 'Deux jours, une nuit', Ceylan con 'Winter Sleep', Zvyagintsev con 'Leviathan' y 'Dolan' con 'Mommy'... aunque el subconsciente obligue también a que no descartar al sector femenino: Kawase con 'Still the Water' y Rohrwacher con 'Le meraviglie' (por cierto, la favorita, ésta última, de quien escribe).

Más allá de las cábalas...

Para recuperarnos del inoportuno bache final de la Competición, nada mejor que colarse a la gala de clausura de Un Certain Regard, donde se han dado a conocer los ganadores de dicha sección. Entre ellos (Mejor Actor para David Gulpilpil por 'Charlie’s Coubtry'; Mejor Reparto al de 'Party Girl'; Premio del Jurado para 'Turist', de Ruben Östlund; Premio Especial del Jurado para 'The Salt of the Earth', de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado), y en lo más alto del podio, la inesperada ganadora: 'White God', nueva película de Kornél Mundruczo, que ya nos conquista desde su portentoso arranque. Una niña va en bicicleta por las calles de una ciudad inconcreta. A medida que se van sucediendo las pedaladas, dicho espacio urbano se va concretando en la preciosa Budapest... donde está a punto de pasar algo muy gordo. Lo que al principio podría ser un error (por parte nuestra) en la apreciación de las vistas generales, se confirma inmediatamente en un horror del que no habrá escapatoria. Ambas orillas del río Danubio están desiertas, y allá por donde pasa la chiquilla, siempre estará presente el denominador común de lo fantasmagórico... hasta que, de una esquina, y de otra, y de otra más... aparecerá, a toda pastilla y dirigiéndose hacia la pantalla, una jauría de perros que no parece venir con demasiadas buenas intenciones.

Y cuando menos lo esperábamos, Cannes nos sorprendió con una película de corte -extrañamente- apocalíptico... proveniente de Hungría. Pum. Inquietante y riquísima en lo que a lecturas entre líneas se refiere, Mundruczo sabe compensar también sus irregularidades en la puesta en escena (a veces, por la realización algo endeble de determinados momentos clave, nos situamos peligrosamente cerca de lo involuntariamente cómico) entregándose al máximo en los picos de tensión / dramatismo. El resultado de esta tan atípica (y quizás por esto, atractiva) mezcla es también un atrayente popurrí de referencias (desde las más populares, como podría ser el cuento de El flautista de Hamelín, a otras mucho más ''nuestras'', como 'Los pájaros' o, por qué no, la saga de 'El planeta de los simios'), igualmente presto a hablarnos de una actualidad (la húngara, la europea, la occidental...) aterradora que ahora, más que nunca, parece remitirnos a aquellas palabras del poeta Rainer Maria Rilke: ''Todo lo que es terrible, [...] necesita nuestro amor.'' A no olvidar; a no perderle la pista.

Y como el cuerpo todavía parecía dispuesto a aguantar uno último tute, ha ido el festival y nos ha propinado una de esas palizas que hacen historia. En la Semana de la Crítica se ha alzado como clarísima vencedora la primera película de Miroslav Slaboshpitsky. Desde Ucrania... con un silencio que sencillamente hiela la sangre, primero, e inmediatamente después, el alma. 'The Tribe' podría ser una de las mejores películas jamás realizadas dentro de esta cada vez más indeterminada etiqueta que lleva por título ''High School Movie'', pero ojo hay trampa(s). Esto no es un instituto, sino un internado donde bromas se permiten las justas. Éstos tampoco son los típicos alumnos que estamos acostumbrados a sufrir. Se acabaron las bromas picantes, los insultos más estrafalarios y las reflexiones más pedorras... al menos se acabaron para nosotros, porque en esta ocasión no vamos a ser capaces de apreciarlas. Por último, éste no es el típico realizador. La prueba más irrefutable: pretende (y así lo consigue) llevar al límite una idea de por sí ''límite'', esto es, que convivamos en una comunidad de sordomudos en (des)igualdad de condiciones.

Y así nos quedamos. Se empezaron encadenar los signos más precisos del lenguaje corporal, desaparecieron los subtítulos, se hizo el silencio... y habló el cine. Prescindiendo casi completamente del arte del montaje, Slaboshpitsky firma la que sin duda es una de las experiencias fílmicas más brutales jamás rodadas. Su ópera prima es básicamente un prodigio de la técnica que aparte de estar constantemente alardeando de músculo, tiene la inteligencia suficiente como para aprovechar las claves del documental y así, consiguientemente, llevarnos a una ficción tóxica de la que es imposible escapar hasta que las manos, los dedos y, en general, la expresión facial del último alumno en pie, se haya desprendido del último gesto. Esto no es un centro de enseñanza, es una pesadilla; una jungla regida por una pirámide social tan estricta como, a la larga, letal. Es el nacimiento de un mundo complejo y terrible (no demasiado lejano al de Emir Baigazin en la desgraciadamente casi-inédita 'Harmony Lessons'), trufado de escenas igualmente horribles (con una violencia al nivel espíritu-visceral del mismísimo Gaspar Noé) que nos acompañarán durante mucho tiempo. Un ticket de ida a un infierno en el que el hombre se ha convertido en animal, el diálogo en violencia, y el grito en acongojante (y semi-silente) control de la técnica fílmica.

En las antípodas tanto de ésta como de la mayoría de propuestas presentadas este año en Cannes, nos hemos topado, una vez más, con Corea del Sur, reino del alarido en el que la vida transcurre desde el momento en que alguien te destroza hasta aquel en que finalmente se concreta tu venganza. Desprovista de las sutilezas turbias de otros ejemplos del subgénero, 'The Target', de Chang (a secas, sí) decide optar por el thriller de acción de serie B... y la jugada le sale tan mal que al final hasta resulta haber acertado de lleno. Versión ''wannabe'' de los John(nies), Takashis, y todos los demás maestros que hayan sentado cátedra en la adrenalina policíaca, es como si el producto fuera consciente de la infinidad de carencias que le sirven de -desternillante- carta de presentación, y de algún modo los aprovechara en su favor para así toparse, como quien no quiere la cosa, con un espectáculo tan mal manufacturado como, a la postre, bien preparado para su disfrute más inmediato. Un disparate lleva al siguiente, y como mandan los cánones, lo mismo sucede con los disparos, explosiones y patadas giratorias mortales. Más allá del ruido, el vacío. El abismo, que nos dice que demos media vuelta y sigamos disfrutando de la -bendita- tontería.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas


P.D.: Mientras, en el Palais...

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