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'Kung Fu Panda 3' - Every Panda was Kung Fu Fighting

Vía El Séptimo Arte por 11 de marzo de 2016

Kung Fu Panda 3

Y como con ésta ya van tres, nos saltamos las presentaciones. Lo único que hay que saber, si es que en la sala todavía queda algún no-iniciado, es que la cosa va de un panda torpón, tontorrón pero igualmente bonachón. En la China imperial, el rollizo personaje campa a sus anchas, junto a sus inseparables compañeros de armas: la tigresa, la grulla, el mono, la serpiente y la mantis religiosa. Éstos y alguno más... el que se preste en aquel momento a hacer reír al respetable, que de esto, y poco más, va el asunto. Anteriormente, en la franquicia, el improbable héroe de la función aprendió a subir los peldaños de la sabiduría del kung fu, se libraron, entre paso y paso, muchas batallas, algunas más épicas y otras más bien cómicas, y por el camino cayeron, claro, muchos enemigos... además de algunos pocos amigos. Ya sabes, lo que se gana poco más tarde se pierde. Es seguramente el equilibrio milenario entre las fuerzas del bien y del mal, el yin y el yang... que no, es de todo menos esto, pero ¿a quién le importa? Al fin y al cabo, no has pagado la entrada (o mejor aún, no le has dado al botón de Descargar) para recibir lecciones sobre filosofía oriental...

Quizás, y sólo quizás, lo has hecho para que ésta llegue a ti a pasando antes por unos filtros que transformen el producto (sin cambiarlo del todo) hasta que se quede en algo más acorde a tu sensibilidad (?) y necesidades de público orgullosamente occidental. De modo que sí, el invento del yin y el yang es, efectivamente, un símbolo (¿se acepta logo?) ideal para tatuártelo en la parte más obscena del cuerpo. Porque estéticamente es llamativo y... esto, que es bonito de ver. Así, habiendo vaciado previamente nuestro cerebro de prejuicios, rencores y pensamientos innecesarios (en serio, ¿de qué puñetas estamos hablando?), habremos alcanzado el punto místico conocido como el nirvana del panda, un estado de felicidad suprema en el que todas las preocupaciones que nos atormentan día a día se esfuman cual humo en un fumadero de opio, mientras las puertas sagradas del chakra se abren para que así fluyan por todo el cuerpo las endorfinas, cual hoja que navega por el río de la vida... Vale, admítelo, no has entendido ni la mitad, básicamente porque quien escribe entendía exactamente esto. Y gracias. Pero lo importante aquí es quedarse con el espíritu (es un decir) detrás de tanta palabrería.

En pandarín: que tranquilo, que te lo vas a pasar bien, vaya... como ya lo hiciste tanto en la primera como en la segunda entrega. Ambas conquistaron un apoyo demasiado unánime entre crítica, público y Academia como para ponerse ahora a experimentar. Hay pues un pacto mercantilista de no agresión a la propuesta inicial que se respeta a rajatabla en cada escena. Sin llegar jamás a los peligrosos niveles de la (auto-)veneración. Hasta esto tiene calculado la DreamWorks, factoría hasta no hace mucho intachable en lo que a gestión de números se refiere, pero con un déficit serio en lo que a cuentas espirituales se refiere. Pero de nuevo, ¿a quién le importa? Ocho años después de la primera película, el talento del panda para entretener al personal (tanto a los más pequeños como, y ahí estaba lo complicado, al público adulto) está tan probado que lo demás pasa a perder casi toda la importancia. Jennifer Yuh y Alessandro Carloni, directores de la cinta que ahora nos ocupa, son conscientes de ello, y juegan constantemente con esa máxima del conservadurismo más cobarde: ''Si una cosa funciona, no la toques''.

Lo hacen de tal manera que en ocasiones, más que una secuela, parece que estemos en una especie de limbo en forma de remake de aquella cinta originaria de Mark Osborne y John Stevenson. Cierto, los personajes (chistes con patas todos ellos... bastante efectivos, cabe añadir) se encuentran en puntos diferentes, pero en absoluto están más evolucionados. Dicho de otra manera, es como si el pasado no existiera, como si alguien se hubiera esmerado en borrar todos los registros históricos. A la práctica es exactamente así. Una vez más, se imponen las exigencias del consumo masivo. De ninguna manera se puede discriminar a los despistados que vivían bajo una piedra tanto en el año 2008 como en el 2011. De hecho, es que no se le puede negar la entrada a absolutamente nadie; los brazos siempre abiertos, ante quién sea. Es por esto que 'Kung Fu Panda 3' funciona tan bien como píldora independiente, y que por ende no necesita de la existencia de sus hermanas mayores para esto mismo, para existir. La trama es lo de menos, y esto es tanto un defecto como, sobre todo, una virtud.

Más que como una serie de películas, la saga ''Kung Fu Panda'' se reivindica, por tercer vez, como una atracción de feria que aparte del precio de la entrada, no pide nada a la audiencia... lo cual en absoluto le fuerza a corresponder con el mismo trato tacaño. Al contrario, el derroche está garantizado y, por supuesto, servido. Como en los mejores espectáculos de fuegos artificiales, la esencia oriental estalla en mil luces de colores, en un show con poder para conquistar la mirada de cualquier espectador, sea cual sea su procedencia. La dupla Yuh & Carloni sabe aprovechar muy bien la potencia visual brindada no sólo por los pingües medios de los que goza la productora que les respalda, sino también por un espíritu juguetón (ahí están esos coqueteos con el cel shading) que hacen que la vista (que por ahí entra todo) no se pueda cansar nunca. Para que el festín visual no se quede en simple empache, salen al rescate los activos de siempre, mayormente, la infalible simpatía marca de la casa Jack Black (en la Versión Pervertida, Florentino Fernández), que se contagia tanto al resto de elenco como al patio de butacas, que este es el objetivo.

Por supuesto, también juega un papel esencial ese ritmo narrativo igualmente característico, experto en ir al grano, en saltarse la paja, y que si bien se carga cualquier posibilidad de auténtico desarrollo argumental, sí que convierte lo trepidante en la excusa ideal para que las carencias del film pasen de largo y sólo permanezcan las alegrías, que a diferencia del panda, pesan poco, pero al igual que su familia, no son precisamente pocas. Si además de esto, al guión le da por inspirarse en momentos puntuales y sorprendernos con detalles como una brillante defensa de la familia homoparental (encomiable en la naturalidad, desenfado y convicción con las que se pone el tema sobre la mesa), el plato de los pros vuelve a pesar mucho más que el de las contras. La DreamWorks y sus cálculos, que como se ha dicho, rara vez fallan. En esta ocasión, las sensaciones finales no distan demasiado de aquellas ofrecidas por cualquier placer culpable (seguramente por aquello de seguir, casi una década después, en las misas), efímero por naturaleza, pero igualmente irresistible. Tanto como mover el esqueleto con esa canción que habías oído infinitas veces antes. Pongamos, por ejemplo, el clásico de Carl Douglas, ''Kung Fu Fighting'', el cual, obviamente, suena en la película. Exactamente así.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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