'La deuda' - Café y cigarro, muñeco de barro
Cuando montas un bar-restaurante tienes que tomar muchas decisiones; dos de ellas, decidir si prefieres especializarte en algo en concreto y la profundidad de la carta. Hay quien, como un servidor, considera más oportuno centrarse en hacer pocas cosas muy bien antes que en muchas cosas y no hacerlas tan bien. Puede que no tenga doce segundos platos distintos para elegir cada día, pero sé que cualquiera de los tres estarán buenos.
Es posible que por eso mismo acuda a dicho bar restaurante de propio, a comer la especialidad de la casa. Daniel Guzmán, como director y responsable de 'A cambio de nada', 'Canallas' y ahora 'La deuda', parece que se ha centrado en la variedad. Y especialmente en su tercera película, en hacer muchas cosas medio bien en lugar de hacer una muy bien. Y es que 'La deuda' viene a ser la suma, a ojo, de cinco o seis películas distintas.
Como todas las enfermedades del señor Burns tratando de pasar por la puerta al mismo tiempo...
Una mezcla algo inconsistente e irregular, por cuanto Guzmán parece quedarse un poco a medias de todo; una mezcla también alentadora y vivaracha, por cuanto Guzman no concede un segundo de trámite. Es como sentarse en la puerta de la cocina y ver pasar continuamente a los camareros con diferentes comidas. Una exhibición ágil y dinámica, incluso adictiva equiparable a comer con la mirada, que no con la boca y el estómago.
Un exhibición que uno disfruta con la misma alegría y buena predisposición con la que se puede comer un plato combinado... lo que acaba siendo 'La deuda': un plato combinado de varios thrillers, dramas y tonos con un claro trasfondo humano y social elaborado por alguien que, para entendernos, no es cocinero. Alguien bienintencionado, incluso honesto, ingenuo y emocional pero que ni cuenta ni aspira a contar con una Estrella Michelín.
'La deuda' es ese plato combinado tan casero, corriente y socorrido como el que podríamos hacernos nosotros en casa un día de diario. Filete, patatas y ensalada... Café y cigarro, muñeco de barro. Sirve, más que de sobra, para salir del paso; incluso en el momento nos puede saber a gloria. Pero su viva y práctica laxitud, tras una digestión fácil y ligera, no deja más poso que haber satisfecho dos necesidades humanas básicas: comer y cagar.

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex



