'La hermanastra fea' - La maldad está en los ojos de quien mira

En los cuentos clásicos siempre ha existido una gran diferenciación entre los buenos y los malos, evitando los matices para que la moraleja final sea tan evidente que a ningún niño se le pueda escapar. La versión más popular del cuento de Cenicienta nos contaba la historia de una criada que era maltratada por su familia adoptiva hasta que un día conseguía conocer al príncipe, que sufría un flechazo a primera vista. El resto de la historia ya la conocéis: el zapato perdido, las hermanastras intentando que encaje el zapato en sus pies y el final idílico de Cenicienta casándose con el príncipe, comiendo perdices y viviendo felices para siempre, demostrando que lo material no significa nada, especialmente si hay algo podrido en quien lo lleva. 'La hermanastra fea' no viene a reinventar este cuento sino a dar otro punto de vista, a contar la historia desde el otro lado, desde la barricada de los malos.
La directora y guionista, Emilie Blichfeldt, apuesta por situar la perspectiva desde los ojos de Elvira, la hija menos agraciada (según los cánones de belleza, claro) de la familia protagonista. Tiene un peinado ridículo, papada, una sonrisa con brackets y su comportamiento no es, precisamente, el de una princesa. Cenicienta en cambio es prácticamente perfecta, generando una mezcla entre admiración y envidia que pasará directamente a odio cuando empiece una competición entre las dos para ver quién enamora al príncipe (amor platónico de Elvira) en el baile donde escogerá a su amada. A partir de aquí, comienza una cuenta atrás para que Elvira adapte su cuerpo y su comportamiento al que debería tener una candidata al amor del príncipe.
Es posible que leyendo estas líneas venga a la cabeza el recuerdo de 'La sustancia' y es comprensible. Tratan temas relacionados entre si, como la obsesión por tener un cuerpo que contente a la sociedad o la obsesión por ser una mejor versión de ti misma. La comparación deja de tener sentido cuando son dos películas con estilos muy distintos y con dos protagonistas que están en las antípodas. Si Elizabeth Sparkle era una mujer de 50 años que para Hollywood ya estaba caducada, Elvira es una adolescente con graves problemas de autoestima, no tiene ese pensamiento de que su vida está más cerca del final que del inicio. La edad de cada una de ellas influencia por completo sus películas y también las barbaridades que hacen para conseguir su objetivo.
Barbaridades que en el caso de 'La hermanastra fea' están adaptadas a la época del cuento, donde no existían las operaciones estéticas con las facilidades de la tecnología moderna ni el famoso Ozempic. A la pobre Elvira le va a tocar pasar por una rinoplastia a martillazos o una extracción del aparato dental usando unos alicates, por poner un par de ejemplos y no estropear el factor sorpresa de lo más “divertido” (a través del sufrimiento del espectador, claro) de la película, solo diré que va de menos a más. Lo que usa como analogía del Ozempic también me lo guardo para que lo descubráis por vosotros mismos, pero no tiene desperdicio, siendo uno de los elementos más asquerosos e ingeniosos de la película.
Si sufrimos con Elvira sobre todo es por la genial interpretación de la joven Lea Myren en un papel visceral que va de menos a más, llegando al desquiciarse inevitablemente por perseguir un imposible. Ella no deja de ser otra victima de una sociedad superficial que constantemente está buscando nuevas formas de crear complejos. Aquí es donde más se diferencia del cuento original, ofreciendo unos matices que hacen más interesante el relato. Gracias a ellos, Elvira es la hermanastra fea, no la hermanastra mala, Cenicienta a pesar de ser el rival a batir no es la villana de la historia y el príncipe encantador no lo es tanto.
Estéticamente, Emilie Blichfeldt y su directora de fotografía Marcel Zyskind deciden conservar la textura de cuento de hadas en lugar de optar por algo más oscuro, creando un fabuloso contraste entre lo preciosista de la puesta en escena y los horrores que vemos en pantalla. La música de John Erik Kaada y Vilde Tuv le dan el tono adecuado a cada escena, aportando oscuridad o luz según lo que sea más pertinente, haciendo que el apartado audiovisual sea uno de los puntos fuertes de la película, siendo sorprendente el dato de que estamos ante el debut de su directora en el cine.
Donde más se le nota la falta de experiencia es en la forma que tiene de transmitir su discurso, basado en la critica hacia la superficialidad de nuestra época, situando la acción en una etapa de la historia donde no existía la televisión, los móviles ni redes sociales. El mensaje funciona pero no aprovecha todo su potencial, terminando por diluirse sin tener el impactante efecto que tenía el de ‘La Sustancia’, que era mucho más directa y unidireccional. Aquí se habla de que la envidia y los complejos son algo universal, que por mucho que hayan aumentado exponencialmente por culpa de Instagram, Tinder o Facebook, siempre han estado ahí y siempre han tenido un efecto brutal en la gente con baja autoestima. Un mensaje que podría resumirse diciendo que los feos siempre lo han tenido más difícil, siempre han tenido que esforzarse el doble para conseguir sus metas.
'La hermanastra fea' es un ejercicio de estilo, una buena pieza de 'body horror', cargada de mala hostia y un genial sentido del humor negro. La carta de bienvenida, cargada de personalidad, de la noruega Emilie Blichfeldt es una pequeña joya del cine de género.
Nota: 7/10
Por Marc Sacristán García
@TheLebowskiMan