'Última noche en el Soho' - La noche me confunde

La 'Última noche en el Soho' de Edgar Wright se hace larga. Y también se hace farragosa. Algo por otro lado habitual en el cineasta británico, quien suele no estar igual de fino a la hora de resolver y rematar sus películas; algo que, por otro lado, suele compensar con enérgica alegría y buen rollo desmedido.
Algo que sin embargo no sucede en 'Última noche en el Soho', en la que Wright deja de lado, precisamente, la alegría y el buen rollo para sumirse en la solemne y relamida seriedad de un thriller psicológico con toque fantástico al que se le ven mucho las costuras; puede que, precisamente, por la ausencia de esa alegría, buen rollo y energía abrumadoras y hasta ahora características.
Y es que sin la salvaguarda del compadreo y del cachondeo, todo en 'Última noche en el Soho' resulta de lo más gratuito, trivial y oportuno, siendo uno de esos castillos de naipes en el aire en los que cuanto más piensas, más estúpidos se vuelven. Y al que se le ven tanto las costuras que no sorprende en nada.
Dos horas y pico que se hacen largas, y también farragosas, y que además no sorprenden, por cuanto a Wright le gusta marcarlo y remarcarlo todo. Dos horas y pico que se medio salvan, en parte, por la entrega de sus dos protagonistas; en parte, por la innata elegancia del propio Wright, aún a pesar de ser su escena del crimen más contenida, anodina, fría y hasta cierto punto impersonal.
Dos horas y pico que "molan" como concepto, no tanto como una película que al igual que por ejemplo 'Baby Driver' habría salido ganando siendo más concisa y directa. Pero aquella tenía esa alegría, ese buen rollo y esa energía hasta ahora características de Wright que en 'Última noche en el Soho' se echan de menos.
No porque lo demande la película, sino porque lo hace el propio Wright, a quien contener la sonrisa para poner cara compungida no le ha sentado del todo bien. 'Última noche en el Soho' no es tanto su película más seria, como la que menos en serio nos podemos tomar. Una contradicción que pone de manifiesto su inmadurez como un "no divertimento" demasiado pagado de sí mismo.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex


CRÍTICA: La noche me confunde
La 'Última noche en el Soho' de Edgar Wright se hace larga. Y también se hace farragosa. Algo por otro lado habitual en el cineasta británico, quien suele no estar igual de fino a la hora de resolver y rematar sus películas; algo que, por otro lado, suele compensar con enérgica alegría y buen rollo desmedido.
Algo que sin embargo no sucede en 'Última noche en el Soho', en la que Wright deja de lado, precisamente, la alegría y el buen rollo para sumirse en la solemne y relamida seriedad de un thriller psicológico con toque fantástico al que se le ven mucho las costuras; puede que, precisamente, por la ausencia de esa alegría, buen rollo y energía abrumadoras y hasta ahora características.
Y es que sin la salvaguarda del compadreo y del cachondeo, todo en 'Última noche en el Soho' resulta de lo más gratuito, trivial y oportuno, siendo uno de esos castillos de naipes en el aire en los que cuanto más piensas, más estúpidos se vuelven. Y al que se le ven tanto las costuras que no sorprende en nada.
Dos horas y pico que se hacen largas, y también farragosas, y que además no sorprenden, por cuanto a Wright le gusta marcarlo y remarcarlo todo. Dos horas y pico que se medio salvan, en parte, por la entrega de sus dos protagonistas; en parte, por la innata elegancia del propio Wright, aún a pesar de ser su escena del crimen más contenida, anodina, fría y hasta cierto punto impersonal.
Dos horas y pico que "molan" como concepto, no tanto como una película que al igual que por ejemplo 'Baby Driver' habría salido ganando siendo más concisa y directa. Pero aquella tenía esa alegría, ese buen rollo y esa energía hasta ahora características de Wright que en 'Última noche en el Soho' se echan de menos.
No porque lo demande la película, sino porque lo hace el propio Wright, a quien contener la sonrisa para poner cara compungida no le ha sentado del todo bien. 'Última noche en el Soho' no es tanto su película más seria, como la que menos en serio nos podemos tomar. Una contradicción que pone de manifiesto su inmadurez como un "no divertimento" demasiado pagado de sí mismo.
Nota: 5.0
Una ambientación vintage hasta en el presente que quizá hace más fácil la transición pero también evita una marcada diferencia. Con muchos momentos musicales y alto contenido coreografiado, hay escenas que directamente parecen un videoclip, incluso en algunas que no hay música.
Edgar Wright nos invita a un viaje sobre fantasmas, salud mental y cosificación femenina donde lo técnico funciona genial, las actuaciones son de gran nivel pero en historia resulta más irregular. Tiene momentos intensos, otros menos, giros que funcionan de forma dispar y en general echo a faltar un mayor clímax, un mayor punch en un guión que se relega a algo secundario detrás de su ambientación. Pero tiene suficientes elementos para destacar sobre la media de lo estrenado en 2021.
Nota: 6'5