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Complejos (y) personales

Vía Festival de Cannes por 17 de mayo de 2016

Hoy, a pesar de que por fin habías conseguido conciliar el sueño durante más de tres horas seguidas, estabas hecho una mierda. Al despertarte, tiraste el móvil al suelo dos veces (por pura torpeza) antes de conseguir apagar la alarma, y al tener que dar los buenos días a tus queridos compañeros de piso, se te trabó la lengua de tal manera que por poco no mueres ahogado en tu propia saliva. A la hora de preparar el desayuno, de milagro no te cargaste el edificio entero. No dabas pie con bola, ni con la tostadora, ni con los cubiertos, ni con los fogones, ni con el microondas. Con nada. Es que estabas de los nervios. ¿Por qué? Porque hoy era el gran día. Hoy te tocaba dar aquel discurso tan importante, en aquel escenario de excepción, ante aquellas personas a las que tan desesperadamente querías impresionar. Pero, ¿de qué tenías que hablar exactamente? Ah, sí. De aquello. Uf... Horas antes del momento crucial, tu frente era una cascada de sudor, tu base de datos interna de vocabulario combinaba, constantemente, un idioma con el otro y tus extremidades, todas, entraron en una espiral de tembleques incontrolables.

Ya lo habías olvidado todo, y visto lo visto, casi mejor así, porque nada bueno podía salir de este estado de agitación. Pero tranquilo, en serio, que no era culpa tuya. La culpa era y, de hecho es, de la sociedad. No es excusa de mal perdedor. Es así. Vivimos en un mundo muy acomplejado, en tiempos muy acomplejados y en circunstancias todavía más acomplejadas. La presión ambiental es insufrible y nosotros, claro, terminamos igualmente acomplejados. Los grandes retos se magnifican hasta que damos con el culo al suelo, del ataque de vértigo que nos ha entrado. Sucede con los exámenes que nos ponen en el mundo académico, con los obstáculos que nos plantea el día a día, con los grandes enigmas que le quedan pendientes a la humanidad... La cuesta arriba tiene una inclinación criminal y nosotros, ante la prueba, nos sentimos minúsculos. ¿Cómo afrontamos, sino, la papeleta (que es lo que es) de tener que diseccionar un tema tan indigesto como puede ser la segregación racial?

Pues como se ha dicho. Con temblores y sudor. Con mucha tensión en el cuerpo. Con tanto pánico, que los actos reflejos toman el control de lo que supuestamente tendrían que ser los dominios de la racionalidad. Por aquello de no tener que pensar demasiado; para que no se note lo pequeños que somos y, en definitiva, para que no se perciba el pánico que nos ha invadido. Así, paradójicamente, es como el miedo toma el control. Seguimos hablando del mismo tema, de cómo éste ha sido monopolio, durante los últimos años, de gente extraña del calibre de Oprah Winfrey o Lee Daniels. Haz memoria y entenderás de lo que hablo. Coge, como ejemplo, cualquiera de las películas en las que haya intervenido cualquiera de ellos y date cuenta, por lo que más quieras, de cómo cada una de ellas acaba cayendo en un revisionismo que poco o nada tiene que ver con la buena praxis de la disciplina histórica... y mucho con las perretas, intereses, compromisos y, peor, modas del momento. Y no, no nos movemos del tema de estudio; no nos movemos de Cannes.

La jornada ha empezado con otro de los a priori pesos pesados de esta 69ª edición. 'Loving' es el segundo film de 2016 de Jeff Nichols, quien pasa por ser una de las voces más interesantes que nos ha dado el cine -indie- estadounidense en los últimos años. Después de la fallida 'Midnight Special', presentada en la Berlinale, el director de Arkansas vuelve a un gran festival, alejándose esta vez del cine de género para acercarse, por primera vez en su carrera, al histórico. Solo que a estas alturas, conocemos al hombre y sabemos de su gusto por los -maravillosos- rodeos, a fin de llegar al tema que realmente le interesa. En el caso que ahora nos ocupa, ¿se puede recuperar el mítico caso de ''Loving contra Virginia'' para terminar hablando de la -rabiosísima- actualidad? Desde luego que sí. Recordemos que el litigio en cuestión se convirtió en un punto crucial en la batalla por las libertades civiles para la minoría afroamericana. Grosso modo, Mildred (negra) y Richard Loving (blanco) vieron cómo se les expulsaba de su propio hogar, por orden judicial, al suponer su matrimonio un caso de interacialidad, por aquel entonces, intolerable.

Ahora abramos el periódico e intentemos creernos, sin que se nos caiga la cara de vergüenza, que en el siglo XXI todo esto ya es agua pasada. Va a ser que no... En parte es por esto que le seguimos dando vueltas al asunto; es por esto que debemos seguir haciéndolo. Es por esto que no puede tildarse, a las primeras cambio, a 'Loving' de oportunista. Mucho menos cuando hemos terminado de verla. Sí, el tema está muy de moda, desde hace tiempo, entre los círculos de la Academia y los gustos de la taquilla (normalmente, una cosa suele implicar a la otra)... pero el tratamiento que le ha dado Nichols se aleja de lo que marca el protocolo imperante de hoy en día. Entonces, ¿es un producto rutinario? Para nada. ¿Convencional? Sí, un poco, pero igualmente personal. De lo que se trata aquí es, básicamente, de alejarse de la épica -impostada- histórica y abrazar la calidez humana. Es de justicia divina, pues en vida, los propios protagonistas no se cansaron de huir de la etiqueta de héroes que algunos se empeñaron en colgarles. Dicho y hecho, el director confecciona un impecable retrato íntimo en el que las -trágicas- circunstancias que rodean a los protagonistas, caen por su propio peso.

Apenas hay subrayado musical-emocional en dos escenas; por su parte, el habitual discurso maniqueísta en estas ocasiones, desaparece por completo. Por fin, una película sobre la segregación racial (al menos con dicha barbaridad como telón de fondo) en la que no hay que pasar por el peaje de la culpa atávica del hombre blanco. De acuerdo, quizás a la propuesta le falte algo de punch, pero al menos con esta decisión se gana en lo que, a la postre, es más importante. En nobleza, en sinceridad... en dignidad. ¿De esto debería ir todo, no? Sin miedo a herir sensibilidades (hablando así de bien, esto es imposible); sin miedo a cumplir con algún u otro bando, quizás por el convencimiento de que no hay frentes enemistados... Nichols se confirma, una vez más, como uno de los mejores cronistas de esa otra América, la del corazón profundo, allí donde todo (lo bueno y lo malo) se agrava hasta las últimas consecuencias. Queda claro. Cristalino, y sin la necesidad de echar mano de estridencia alguna. En medio de todo esto, una figura tan discreta como incontestable en cada una de las escenas en las que aparece (que son casi todas las del film, por cierto). Joel Edgerton, encargado de dar vida a Richard Loving, se erige en testigo en primera persona de la injusticia (de la del pasado y, recordemos, de la del presente) con posado calmado pero sentido; discreto pero contundente. Era esto, sí. No se podía entender mejor lo que Nichols pedía... lo que le pedía a él el tema de marras.

De modo que todo el mundo contento. El Lumière aplaude, se inaugura oficialmente la carrera para los Oscar de 2017 y entramos, con ánimos renovados, a la otra propuesta de la Competición. Lástima que de allí (ahora la Debussy) salimos con el primer abucheo generalizado del certamen. El responsable no es otro que el idolatrado Olivier Assayas, quien consciente de su condición divina, no hay que descartar que para 'Personal Shopper', que así se titula su nueva cinta, haya decidido llevarnos al límite. Provocarnos, vaya, para ver qué pasa. Si ésta era la intención, misión más que cumplida. A la salida de la proyección, los periodistas discutían unos con otros, se abalanzaban sobre las redes sociales para descargar su ira y, posteriormente, consultaban con sus gurús, en un último -y vano- intento para tratar de comprender qué demonios acababan de ver. Pues eso, repasemos. Se nos prometió una de fantasmas protagonizada por Kristen Stewart... solo que claro, a ver quién se lo creía... solo que espera, que resulta que era así. Más o menos.

La historia nos habla de la criada de pijerías de una súper estrella del mundo del espectáculo, quien se ve en la tesitura de tener que combinar un trabajo que detesta (la Stewart, es que lo odia todo) con intentar arreglar un encuentro extra-sensorial con su hermano, el cual habita en el más allá desde hará poco más de tres meses. Como suena. Más o menos. La ocasión de reivindicarse, una vez más, como una de las peores actrices de la historia del séptimo arte, es aprovechada magistralmente por esa musa del cine moderno que quizás haya encontrado, por fin, al autor que se merecía. Y él, para qué negarlo, es que se la merece a ella, también. Tal para cual, y mientras, en el patio de butacas, la incredulidad aumenta a ritmo exponencial. Mierda, mierda... no estoy entendiendo nada. Absolutamente nada. Y como Assayas es un tío listo y yo no (¿recuerdas los complejos?) pues la culpa será mía. No es que el tío se esté quedando conmigo, es que yo no estoy a la altura. Así de estresante. Tanto, que media hora después, la prensa especializada ya había conjurado a los espíritus de Bergman, Hitchcock, De Palma, Kubrick y, por qué no, Perminger. Festival.

Y como yo no quiero ser menos, añado de mi propia cosecha a John Huston, quien nunca está de más. Total, puestos a buscar referentes cinematográficos a la desesperada... Pero no, en serio, que lo que necesitamos es relajarnos un poco, que a lo mejor estamos dando vueltas alrededor de una broma. Una coña que, como ayer con Jarmusch (y como con otros muchos autores), le sirve al metteur en scène para satisfacer buena parte de sus filias y para de paso, introducir algún que otro interesante apunte relacionando el cine de terror y las nuevas tecnologías... Pero una coña, al fin y al cabo. Que tal vez sí se trata de un experimento meta-fílmico, pero a lo mejor no estamos viendo bien la dirección hacia la que éste apunta. Insisto, una vez más, y sin ánimos de destrozar a la película (porque tampoco es esto), que cada vez hay más indicios que apuntan al más despiadado, y por esto genial, reto mandado a la crítica cinematográfica y, de paso, a la organización del certamen. En plan ''soy Olivier Assayas, y a ver si hay huevos de hablar mal de alguna de mis pelis. Te lo voy a poner fácil, para que no se diga''. Cuando Clint Eastwood hizo esto mismo con 'Más allá de la vida', la gente picó... y lo que nos reímos ahora. Yo, por si acaso, ya me he aplicado la lección, de modo que si me lo permites, empiezo ya en la proyección con las carcajadas. Y así hasta que nos quitemos de encima tanto complejo. Amén.

Alors... ¿qué más? Un certain Regard. On y va. Por increíble que parezca, han seguido las buenas noticias en la sección. ¿Será que necesitaba tiempo para coger velocidad de crucero? A lo mejor. Esperemos. Para empezar, 'Apprentice', cinta con nacionalidad de Singapur (y que viva el exotismo) en la que su director, Boo Junfeng demuestra, previo paso por la Semana de la Crítica con su ópera prima, que de aprendiz tiene más bien poco. El punto de partida es sencillo y, de hecho, lo que viene a continuación, también, lo cual para nada quiere decir que las implicaciones derivadas sean pocas, ni mucho menos simples. Se trata, básicamente, de seguir los pasos de un joven ex-militar malayo en su nuevo puesto de trabajo, que no es otro que una de las mayores prisiones de máxima seguridad de su país. Allí, recordemos, sigue existiendo la pena de muerte. Es importante, pues su rol en ese nuevo entorno laboral implicará trabajar junto al verdugo de dicha institución. Traguemos saliva, sí... y desactivemos, de paso, las sospechas cinéfilas (ya no estamos con Assayas, relagémonos), pues de apuntes ''berlanguianos'' aquí hay más bien pocos.

Concesiones a la comedia, aún menos. 'Apprentice' es, efectivamente, un drama en el que la distancia entre culpa y culpabilidad se estrecha por obra y gracia del nudo asfixiante de la soga de la justicia. La acción avanza lenta pero decidida hacia un final que, aunque previsible, no está exento de una intensidad que consigue calar en el espectador. Por desgracia, el guión no está a la altura. Si bien cumple con nota en todo lo concerniente al esqueleto central de la trama, falla cuando debe dar fundamento a todo lo que le rodea. Es como si Junfeng no acabara de creerse que con todo lo que sucede entre aprendiz y mentor (que repetimos, no es poco) no le diera para tener un largometraje; para llegar a los noventa minutos mínimos de rigor. Es como si, para remediarlo, decidiera hinchar las tramas satélite. No por convicción sino por -falsa- necesidad. Sin darles fundamento, pensando sólo en ganar tiempo... y sin darse cuenta de que así, no hace más que perderlo. El producto final queda desvirtuado, pero se le perdona por la solidez que muestra en aquello que más importa. En la presentación de las líneas principales, en su posterior desarrollo... En cómo se se mantiene siempre el interés. Que a ver, que estamos en Un Certain Regard. Tampoco vamos a pedir más...

... Hasta que salimos de 'Hell or High Water', del irregular pero casi siempre interesante David Mackenzie. Su nueva película hace gala de esta misma característica, y durante sus primeros compases, parece que estemos ante un desastre en potencia. Dos hermanos (Chris Pine y Ben Foster) se enfundan sendos pasamontañas y empiezan una ronda relámpago de atracos a varios bancos. En ese mismo instante, un Texas Ranger a punto de jubilarse conversa con su inseparable compañero acerca del agravio histórico del pueblo yankee a las tribus indígenas. ¿Y hacia dónde vamos? ¿Con qué propósito? Paciencia, porque cuando menos te lo esperas, los dos frentes están por fin a punto de encontrarse, y entonces, el sheriff le pide a su acompañante que ponga un poco de música de persecución, por aquello de entonarse en el trabajo. Entonces, queda todo claro. Lo que el director está haciendo aquí es tirar de tópicos, pero en el mejor de los sentidos. No por falta de ideas, sino por ganas de jugar con el género; con la naturaleza de la hesit movie moderna. Los arquetipos (los personajes; las situaciones que viven) se estiran hasta acertar, de lleno, en los apuntes sociales; hasta alcanzar una deliciosa comicidad, siempre al borde de la más auto-consciente de las parodias. Con esto, con el carisma del trío protagonista y con un guión que sabe rematar muy bien la faena, se revierte la dinámica inicial. Hemos ido claramente de menos a más, y hemos terminado a un nivel decentemente alto. Por encima de la media de Un Certain Regard, seguro. Ya es algo.

Y algo es, y no es poco, 'Les vies de Thérèse', nuevo documental de Sébastien Lifshitz, y nueva piedra en esa especie de catedral que el realizador le está dedicando, desde prácticamente los inicios de su carrera, a esas colectividades históricamente discriminadas, ya sea por razones de sexo y/o de sexualidad. En esta ocasión, la película no llega ni a la consideración de ''largo'' (a 55 minutos se queda su duración), y vista la hipertrofia generalizada en el metraje de los trabajos presentados este año en la Croisette, se agradece, de primeras, que una sesión nos tenga menos tiempo en la butaca que haciendo cola. Después, que el director sea consciente de cuánto puede sacarle a su historia, y que por ende, no intente inflarla artificialmente. Así, con menos de una hora basta para cumplir con los objetivos. A saber, primero el del retrato íntimo de quien se sabe a punto de morir (el documental, un encargo de la propia protagonista, Thérèse Clerc, surge como una especie de última voluntad, al saber ésta, después de una visita al hospital, que le queda poco tiempo de vida), y después, el de la crónica histórica. Como ya hiciera en, por ejemplo, la también muy recomendable 'Bambi', Lifshitz demuestra que la memoria histórica es un asunto tanto personal como colectivo. Suena muy inelectual(oide), y la base efectivamente lo es, pero a la práctica todo se traduce en un simpático y sentido homenaje, tanto a la luchadora como a las luchas que libró, en el que nunca se pierde de vista al -vital- factor humano. En las entrevistas con los protagonistas, en la manera de darle forma al material del pasado para que éste nos hable del presente... el filme no se separa, en ningún momento, del más discreto (e incontestable) de los aciertos.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol

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