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Capítulo II - El rincón de pensar

Vía El Séptimo Arte por 27 de mayo de 2015

Pensar está sobrevalorado por mucho que se empeñe el ruso Pavel Khvaleev, realizador de la fantasiosa paja mental de 'III'. Así comenzaba la tarde, siempre con el bostezo en la punta de la lengua y una de esas películas que ponen en evidencia a más de uno.

Yo confieso: he tenido que leer la sinopsis para saber de qué iba. Porque entender lo que se dice entender, poco. Es más, ha llegado un momento que ya ni lo he intentado dado que, en verdad, creo que había poco que el propio director entendiese (como queda patente cerca de su final). Ahora bien, su poderío sonoro rozando el umbral del dolor y su desparrame esotérico hacen de ella algo... vamos a decir, lo suficientemente llamativo como para resultar distraído a lo videoclip musical nórdico.

Varias horas después sigo sin saber si me ha gustado o no. Queda claro que es un filme que hay que afrontar con paciencia y cierta vocación sin que nada te garantice salir vivo, despierto o contento. Pero habida cuenta del conformismo de la mayoría de las propuestas que podamos encontrar, bienvenido sea este puntito de anarquía metafísica aunque cueste lo que cueste...

... como cuesta lo que cuesta la más dormible 'Dark Was the Night', una de las pocas oportunidades que tendremos, posiblemente, en ver a Kevin Durand haciendo de bueno. Una más de esas producciones "conformistas" que comentaba, bastante apañada a la hora de mover la pelota en el centro del campo, cuando nadie presiona, pero incapaz de disparar una sola vez a puerta ni aunque sea desde Cuenca, sin mostrar un sólo atisbo de talento a la hora de crear.

La película parece un laaaaargo prólogo que nunca termina de cara a una escena final que uno reza, continuamente, para que compense el estar tanto tiempo con las manos cruzadas en la sala de espera. Pero no, tanto languidecer para al final no más que un par de efectos CGI de risa que ponen de manifiesto que el arte se sigue haciendo con las manos. Casi como que nos lo hubiéramos ahorrado, un ciclé dramático estirado hasta la saciedad para que quepa en el disfraz de una (escueta) cinta de monstruos que llegan tarde a su propia fiesta. Al final ni encomendarse a Dios sirve de algo...

Como tampoco les servirá a Sonny Laguna y Tommy Wiklund encomendarse a Dios para repetir el éxito hace dos años de 'Wither', cinta que navegaba entre el terror y el ridículo con cierta habilidad. Puede que ese fuera el objetivo también de 'We Are Monsters' que, sin embargo, se cae y con todo el equipo por el lado del ridículo más atroz. Su intento por subyugar al espectador resulta tan grotesco que desemboca en una ruidosa carcajada viral.

Divertida a su pesar. Divertida... a su pesar y en buena compañía, ya se sabe. Dejando al margen cuestiones técnicas como una horrible mezcla de sonido o su machacón acompañamiento musical, la cinta viene a ser un torpe remedo de películas como 'La violencia del sexo' pero, por supuesto, tratando de elevar de manera soez su capacidad de provocación a base de fuerza bruta y tacos en lugar de talento o creatividad. Tan sólo su look videográfico deudor de los 70 medio da el pego durante su primer tercio, antes de que se desboque y acumule estupidez tras estupidez con el único propósito aparente de arruinarle la carrera a Hanna Oldenburg. Castigada, a la esquina y de cara a la pared.

Paralelamente, en la sala principal y para poner punto final, mencionar que tenía lugar el homenaje a Robert Englund, con la entrega del premio Maestro del fantástico y la proyección de 'Pesadilla en Elm Street', el clásico de 1984 creado por Wes Craven que marcó irremediablemente y para siempre su carrera. ¡El hombre de tus sueños está de vuelta, perra!

Continuará.



Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex


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