'Los domingos' - ¡Libres domingos y domingas!

La noticia pilla por sorpresa a toda la familia, provocando un abismo y una prueba de fuego para todos...
'Los domingos' no es tanto una película sobre una adolescente que se plantea ser monja, como una película sobre una familia que reacciona a una decisión que se sale de lo previsto, de lo habitual, de lo normal. Una decisión que como familia, afecta de una u otra manera a todos sus miembros. No hablamos de hacerse un piercing, o de pasar un fin de semana en casa de una amiga. Sino de algo a lo que por otro lado se enfrenta casi cualquier familia tarde o temprano: Al hecho de que al fin y al cabo la familia no se suele poder elegir, pero lo que quieres hacer con tu vida sí.
Ese punto de indecisión, fricción y conflicto entre el compromiso y el amor, la costumbre y la elección, la inercia y la vocación. ¿Qué quieres ser de mayor, en la vida? La familia llama a menudo a una batalla entre lo que deberías hacer y lo que quieres hacer, lo que sientes y lo que necesitas; entre el individuo y el grupo; entre la libertad de ser uno mismo y la dependencia de formar parte de una familia, de una profesión, de una sociedad. El equilibrio, en resumen, entre uno mismo y la vida, uno mismo y los demás. Entre uno mismo y el universo. Entre el yo y mi circunstancia.
Hay algo que destaca en 'Los domingos' que también destaca en 'Cinco lobitos' y 'Querer': La falta de dogmatismo de una Alauda Ruiz de Azúa que presenta los hechos con aparente equidistancia, sin un obvio juicio de valor. La cineasta cede la palabra a sus personajes para que se expresen por ellos mismos, con libertad; como si no hubiera una cámara con ellos, en un refinado, comedido y ante todo sutil ejercicio de desnudez e intimidad narrativa en la que cobra importancia lo que con premeditación y alevosía se muestra y lo que no, lo que se dice -con palabras o miradas- y lo que no.
Como si fuera la vida misma, en la que nadie tiene todas las respuestas, ni toda la información. Rara es la persona que incluso está al 100% segura de sí misma. En cierto sentido, la vida es un continuo acto de fe. Una sucesión de apuestas de fe sustentadas por lo general en lo previsto, en lo habitual, en lo normal; en una serie de decisiones que a menudo ni son fruto de una elección, tan sólo la mera inercia de una vida marcada por las relaciones sociales, familiares y laborales que se siente real. Lo sea o no da igual: Lo importante, en el fondo, es que nos lo parezca. Que pueda serlo.
Como sin ir más lejos, lo es 'Los domingos'. No deja de ser una película, pero se percibe como si fuera un reflejo de la realidad. Una realidad plausible, lógica... creíble. Esa "verdad" escondida detrás de cada obra que alcanza la madurez necesaria para ser lo que quería ser de mayor, en la vida. Esa realidad, o verdad que Alauda Ruiz de Azúa y su equipo han elaborado con suma discrección para que parezca natural. O que se sienta como tal. Que nos la podamos creer sin necesidad de tener fe, mientras nos incita a reflexionar en paz y armonía sobre ese acto de fe llamado vida.
Porque si bien en 'Los domingos' hay conflicto, también hay paz y armonía. La de por ejemplo un coro en el que es obvio reparar, pero no tanto que es la única pista de su banda sonora. Aunque ante todo hay respeto y comprensión, en una película que no cuestiona tanto si una adolescente se mete a monja, como a la familia como refugio natural. De manera tan orgánica, templada, humanista y cercana como en 'Cinco lobitos' y 'Querer' donde al final, dejando de lado la necesidad de tener que cortar en algún momento, queda la impresión, real o ficticia, de un pequeño milagro.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex

